Trump quisiera ser tan corrupto como Peña
21 julio 2017
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WASHINGTON._Según Transparencia Internacional, México figura entre los países más corruptos del continente, donde sólo Paraguay, Nicaragua, Haití y Venezuela son peores. Ocupa el lugar 103 entre 175 países con una puntuación de 35/100, se halla 32 posiciones por debajo de Brasil y es el país más corrupto entre los integrantes de la OECD.
Con sus escándalos de corrupción y decrépito Estado de Derecho, el país donde asesinan periodistas y desaparecen estudiantes bajo total impunidad se ha ganado a pulso el pésimo lugar que ocupa. De ahí que la propuesta de Donald Trump para abordar el tema de la corrupción en las negociaciones del TLCAN, a primera vista, no sea descabellada. Lo que resulta disparatado, sin embargo, es que la iniciativa provenga de un individuo cuestionado hasta el tuétano por presuntos conflictos de interés y deshonestidad.
Trump no puede predicar con el ejemplo. Al igual que Enrique Peña Nieto, usa al Estado para su beneficio personal; ambos son fieles seguidores de las enseñanzas del profeta de Atlacomulco– “un político pobre es un pobre político”–, practican el corporativismo y defienden a toda costa sus intereses privados, sin importarles ni la justicia ni las implicaciones o daño que puedan ocasionar a la sociedad que gobiernan. Así como Peña no trabaja para los mexicanos, Trump tampoco para los estadounidenses.
Trump quisiera ser tan corrupto como Peña. Pero no puede. A diferencia de México, en EU todavía existe un régimen de derecho y un sistema de contrapesos que mal que bien funciona. Contrario a la regla en México, en EU los presidentes no son intocables. Al contrario de México, donde Peña reprime a los críticos y cobija a los perpetradores de los asesinatos de periodistas, en EU los medios– a los que Trump, al más puro estilo de Stalin y Mao llama “enemigos del pueblo”– resisten sus embates y ejercen su derecho constitucional a la libre expresión.
Hasta la llegada de Trump, la sociedad estadounidense aceptaba el dogma de que la corrupción —real o aparente– era sumamente nociva para la democracia. Pero, desde el primer día, Trump se burló y desafió viejas normas y costumbres socavando los estándares éticos que eran orgullo de EU. En otros tiempos, las transgresiones de Trump, su familia y su administración hubieran resultado en grandes escándalos y posiblemente hasta en delitos sujetos a persecución penal. No en la era de Trump. Al menos todavía.
Son tantos y tan descarados los conflictos de interés en los que han incurrido Trump y su cofradía que es imposible enumerarlos en un espacio como este. Con todo, mencionaré los peores.
Prestando oídos sordos a las recomendaciones de la Oficina de Ética Gubernamental, Trump rehusó transferir los activos de su imperio empresarial de hoteles, campos de golf y edificios de oficinas en el extranjero y EU a un “fideicomiso ciego”, administrado por personas ajenas a él y a su familia. En décadas recientes, todos los presidentes estadounidenses han liquidado o transferido voluntariamente sus activos antes de asumir la presidencia para evitar, precisamente, la apariencia de conflicto de interés.
Sin embargo, Trump dijo que en su caso no es necesario pues delegó el liderazgo del imperio familiar a sus dos hijos mayores, Donald Jr. y Eric. Con ese “muro”, argumentó, separó su Presidencia de sus intereses particulares. También se comprometió a no hablar de negocios con ellos.
Pocos, desde luego, le creen. Los juniors no sólo le informan regularmente cómo va el negocio, según admitió Eric, sino aprovechan, con la anuencia del padre, su posición para enriquecerse. Las empresas de Trump están tan enmarañadas con su Presidencia que la manera de obtener concesiones políticas del Gobierno es haciendo negocios con los hijos.
Siguiendo el ejemplo de su padre —hija de tigre tigrita— Ivanka, quien se desempeña como asesora de confianza en la Casa Blanca, tampoco se deshizo de su línea de moda. En lugar, delegó la dirección de Ivanka Inc. en manos del hermano y la hermana de su esposo Jared Kushner, también asesor sénior de Trump. La Presidencia de Trump ha redundado en beneficio de los productos de su hija.
Lo mismo ocurre con las propiedades del clan. En lo que lleva en el poder, Trump ha hecho 54 visitas a sus hoteles, las únicos en los que se hospeda dentro de EU, y 40 a sus campos de golf. El glamour de alojarse en el mismo lugar que el Presidente ha elevado la demanda por los hoteles que llevan su nombre en dorado. Anticipando que su Presidencia haría más atractivo Mar-A-Lago, su club favorito en Florida, Trump elevó la cuota para nuevos miembros a 200 mil dólares anuales.
Antes de Trump, los candidatos presidenciales y presidentes daban a conocer voluntariamente su declaración fiscal por lo que no había sido necesario considerar, hasta ahora, leyes que reforzaran el mandato y los poderes de la Oficina de Ética Gubernamental. El director de dicha agencia, quien renunció esta semana frustrado ante la falta de cooperación de la Casa Blanca, dijo a The New York Times que EU no tiene credibilidad para pedirle al mundo que cumpla medidas contra la corrupción.
El prestigio de un gobernante está en relación directa a la evidencia de su integridad ética. Trump no está acreditado moralmente para pedir al Gobierno de Peña combatir la corrupción. El buen juez por su casa empieza.
Sinembargo.MX
Twitter: @DoliaEstevez