Transhumanismo y ¿transpolítica?
13 enero 2018
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A Camila
¿Usted qué haría si a partir de mañana tuviera la certeza de que vivirá 150 años? ¿En qué cambiaría sus rutinas habituales si un médico le confirma que usted jamás tendrá una enfermedad grave? ¿Qué haría o dejaría de hacer si un estudio científico le confirma que a los 90 años usted tendrá la vitalidad de un joven de 30? ¿Qué giro daría a su vida profesional si un dispositivo nanotecnológico le permitiera incrementar otros 120 puntos su coeficiente intelectual? ¿Se ha imaginado la posibilidad de que algunas partes de sus órganos vitales tengan componentes electrónicos?
Estas y otras preguntas que parecieran ser parte del imaginario fantástico de Julio Verne, Aldous Huxley, Isaac Asimov o Guillermo del Toro, son cuestiones que desde hace casi 50 años se han venido planteando los entusiastas de un movimiento intelectual llamado transhumanismo, el cual, por decirlo brevemente, busca “mejorarnos” mediante el uso de la biotecnología, la nanotecnología, la inteligencia artificial y la robótica. Así, una “sociedad mejorada” compuesta por “transhumanos” sería una donde sus habitantes nacieran sin discapacidades intelectuales, físicas, genéticas, vivieran alrededor de 300 años (incluso no murieran), tuvieran un coeficiente intelectual muy superior al de Einstein y una fortaleza física similar a la de cualquier atleta olímpico.
El origen del término transhumanismo, como señalan Albert Cortina y Miquel Ángel Serra en su libro “Humanidad infinita: desafíos éticos de las tecnologías emergentes”, se encuentra en el libro “New bottles for new wine”, publicado en 1957, por el biólogo Julian Huxley (hermano mayor de Aldos Huxley), donde proponía el mejoramiento de la especie humana mediante la intervención científica y tecnológica. A partir de aquella fecha, fueron sumándose nuevos seguidores, representados a nivel internacional por la Asociación Mundial Transhumanista, quienes afirman que la especie humana, tal como hoy la conocemos, se encuentra en una etapa de desarrollo preliminar, lo cual significa, como dice Ray Kurzweil, que “nuestra especie está a punto de evolucionar artificialmente y convertirse en algo diferente de lo que ha sido siempre”.
La predicción de Kurzweil se da en el marco del progreso científico y tecnológico de los últimos diez años, avance que, le hace suponer, los humanos dejaremos de serlo para transformarnos en “transhumanos”, arribando a “una era en que se impondrá la inteligencia no biológica de los posthumanos que se expandirá por el universo. [...] De esta forma, la línea entre humanos y máquinas se difuminará como parte de la evolución tecnológica. Los implantes cibernéticos mejorarán a los seres humanos, dotándolos de nuevas habilidades físicas y cognitivas que les permitirán actuar integradamente con las máquinas”.
Ahora bien, si este relato, tan próximo a la ciencia ficción, no ve en cada persona a un organismo tecnológico, sino a un miembro de una especie, es decir, a una máquina inteligente, autónoma, autoconsciente y capaz de reproducirse (algo parecido a lo que sucedió en “El planeta de los simios”), ¿debemos pensar que el posthumano dejará de ser una persona de carne y huesos, para convertirse en un ciborg de película o novela futurista? ¿Estamos en la antesala del paso de la lotería genética al de la programación de una vida artificial sintiente?
Para nuestra tranquilidad, aún falta tiempo para que usted se tope en un Oxxo con un transhumano (aunque hay quien dice que ya merodean por algunas ciudades del mundo), ya que la discusión ética al respecto se encuentra aún en pañales.
Además de la definición de las tecnologías, los medios y efectos derivados de su desarrollo, queda por discutir la serie de “candados” o límites morales que deberán establecerse para que el transhumanismo verdaderamente mejore a la humanidad y no la degrade o atente contra ella. Visto de este modo, el avance tecnológico deberá ponerse al servicio de la humanidad y nunca utilizarse como una vía para degradar o vulnerar la dignidad y condición humana, ya que el transhumanismo se ubica en una línea muy delgada entre la maravilla y la degradación del hombre.
¿Se imagina si la gente con la capacidad económica necesaria decidiera volverse un transhumano? ¿Qué pasaría si “El Chapo” Guzmán, Donald Trump, Nicolás Maduro, Kim Jong-un, Javier Duarte, Guillermo Padrés, Roberto Borge, Tomás Yarrington, Manlio Fabio Beltrones o Carlos Salinas de Gortari tuvieran la posibilidad de vivir eternamente, o cómo mínimo, gozar de perfecta salud durante los próximos 200 años? Si la simple idea de que Chabelo o los cómicos de Televisa vivan eternamente eriza la piel, imagínese qué pasaría si los malos, muy malos, tuvieran la posibilidad de continuar a sus anchas por cientos y cientos de años.
Y aunque este escenario de terror derivado del arribo a una etapa transhumana se antoja demasiado lejano, en vía de mientras podríamos ir espigando algunos aspectos extrapolables al terreno de la política. Van unos ejemplos derivados de su premisa básica: asegurar el mejoramiento humano.
¿Se imagina qué pasaría si pudiéramos hacer manipulaciones nanocibergenéticas para que todas aquellas personas que se dediquen a la política siempre acataran el mandato de aquellos que le dieron su voto y velaran por el bien de la sociedad? Piénselo con detenimiento y verá que sería maravilloso. Imagínese si Enrique Peña Nieto tuviera insertado en el lóbulo occipital un microprocesador que, además de hacer las funciones de GPS, le permitiera no confundir la capital de Guanajuato, conjugar el tiempo verbal de la palabra volver o realizar sumas y restas que superen los dos dígitos? Ciertamente nos perderíamos de divertidísimos discursos como los del Gobernador de Oaxaca, pero tampoco podemos negar todo lo que ganaríamos si gracias a una sencilla intervención ciberneuronal pudiéramos asegurar que no volveríamos a ver en el escenario político a gente como Javier Lozano, que un día se dice “rebelde del PAN” y al otro aparece como vocero de la “precampaña” de José Antonio Meade. ¿Se imagina si los ex secretarios de Gobernación, Educación, Desarrollo Social, Hacienda, IMSS, Pemex, del Trabajo (más los que se sumen), hubieran tenido un nanochip en su cerebro, para que nunca hubieran perdido de vista que su obligación y deber (moral) era invertir cuerpo y alma en los cargos tan relevantes que acaban de dejar, en lugar de estar desviando tiempo y recursos en la búsqueda de curules o huesos para el próximo sexenio? ¿Se imagina qué sería de nuestra sociedad si usted o yo tuviéramos un aditamento biotecnológico que evitara que seamos presa de la desafección ciudadana?
Si el transhumanismo puede evitar estos desatinos en la vida política, ¡bienvenido sea!, más aún, ¡urge que deje de ser una corriente de pensamiento que suena más a ficción. Mientras este llega, yo continuaré esperándolo desde mi fragilidad y limitación humana.
@pabloayalae