Tiempo de adagio

Rodolfo Díaz Fonseca
21 abril 2022

La vida actual es una carrera contrarreloj. El tiempo apremia de manera incesante; es un cruel verdugo que subyuga con la imagen del cadalso. O corres, o te corren. No hay oportunidad de pausa; el pez rápido se come al más lento.

No obstante, no se puede correr de manera frenética e incesante, so pena de avanzar inútilmente o tomar el camino equivocado. Es cierto que el tiempo huye, como afirmó un axioma latino, pero el apresuramiento excesivo también puede llevar a huir de nuestra misma identidad. Por eso, se hace necesario retomar la mirada atenta, otear el panorama, recobrar el aliento y reprogramar la marcha.

El adagio es una figura muy utilizada en música y literatura. De hecho, el diccionario de la Real Academia Española ofrece dos acepciones: “Sentencia breve y, la mayoría de las veces, moral”, y “Movimiento lento”.

En efecto, en el oficio de escribir siempre se recomendó la riqueza de la brevedad. Baltasar Gracián la prescribió ampliamente: “lo bueno, si breve, doblemente bueno”.

El adagio, por ser un aforismo, disfruta de esta notable característica, además de enriquecer la imaginación con la dinámica enseñanza encerrada en pocas palabras, que invitan al suspenso y la reflexión.

Erasmo de Rotterdam escribió una obra titulada Adagiorum chiliades (Millares de adagios), entre los que se encuentra: “Ni el mismo Júpiter puede a todos juntos complacer, tanto si envía la lluvia como si la impide caer”.

En música, adagio es un movimiento lento, porque se acomoda al gusto o preferencia de uno (a mio agio, se dice en italiano). Hay adagios bellísimos, como los de Barber, Albinoni, clarinete de Mozart, aria de Bach, Adagietto de Mahler, Cantabile de la Sonata Patética de Betthoven, de la Sinfonía 3 de Brahms, por citar algunos.

¿Programo el tiempo de adagio?