Terceras dosis
Somos un plato de Petri para el virus, querido lector. Los millones de personas que a diario se contagian, dan oportunidad a que el virus mute. Somos también, los mexicanos, un experimento del Gobierno que permitió el contagio masivo de la población, a diferencia de otros países como Singapur o China, que lo contuvieron. Ya sabemos cuál fue el resultado: cientos de miles murieron por su estrategia de salud. Error tras error, se fue creando el infierno que, desde hace casi dos años atravesamos y que no parece tener fin, aunque hayamos normalizado la tragedia de que todos los días mueran más de 100 personas por el virus. Sí, la situación mejoró, tras la vacunación. No solo en México, sino en el mundo, dándonos una falsa sensación de seguridad. Pronto, descubrimos que las vacunas no evitaban la infección, es decir, el contagio, sino mayormente la enfermedad grave y la muerte, pero no evitaban la transmisión. Desde entonces nos azotan oleadas periódicas, cada vez por mutaciones más contagiosas. La humanidad claramente erró el camino, por haber subestimado un virus nuevo, ya lo sabemos. Ha sido una debacle para el mundo, pero esencialmente, es una debacle política que le concierne a los gobiernos de los países.
Hoy, tras casi dos años, y con la amenaza de Ómicron ya en nuestro país, parece que hemos aprendido poco. Nuevamente, se repiten los mismos gestos de confianza injustificada y de engaño. No importan los datos que vemos en Sudáfrica, como no importaron los que vimos en Londres, en la India o en Wuhan. “Hay que esperar a que llegue”, “veremos si es más letal”, hasta el absurdo “ojalá que esa variante sirva para inmunizar a todos”. La gente delira, querido lector, y ni cómo ayudarlos. Necesitan el balde de agua fría de los hospitales saturados o de los niños enfermos. Al gobierno, lo sabemos, le importa poco. No ha cambiado ni un ápice su estrategia de salud, salvo por haber cedido a la vacunación de menores de 15 a 17 años, después de sufrir la presión social (dejando fuera a los de 12 a 15, inexplicablemente) y a la aplicación de la tercera dosis a mayores de 65 años, que se llevará a cabo estos días en tan solo algunos estados.
Como sabemos, los adultos mayores son quienes enfrentan el riesgo más alto, junto con los adultos que presentan comorbilidades (a quienes, claro, tampoco se les incluyó en la vacunación: tendrán que esperar meses a que los vacunen, como a los médicos). Desde hace meses se sabe en la comunidad científica internacional que las vacunas, tras seis meses de la segunda dosis, presentan una marcada disminución en su eficacia. A esto se debe que Israel haya puesto una tercera dosis a toda su población desde hace tiempo, que Estados Unidos recomiende ya la tercera dosis para todos los mayores de 18 años, por ejemplo. No es ninguna sorpresa, pues, que los países tendrán que aplicarles esa dosis extra o “booster”, a sus poblaciones, tarde o temprano. El surgimiento de la variante Ómicron ha precipitado esas terceras dosis tras informaciones que sugieren que es capaz de evadir la inmunidad, tanto la inducida por infección natural, como la inducida por las vacunas.
La Secretaría de Salud desde hace meses activamente se negaba a su aplicación, arguyendo que no había evidencias de su necesidad, como lo hizo con la vacunación de adolescentes y niños, irresponsablemente. El motivo era que el Presidente López Obrador se negaba a “enriquecer a las farmacéuticas”, es decir, su negativa a gastar en vacunas. Claro, alegaban motivos pseudocientíficos, vergonzosamente. El asunto de fondo es que tanto los niños, como los adolescentes requieren de la vacuna Pfizer, que está entre las más caras del mercado. Actualmente, solo están vacunando a adolescentes de 15 a 17 años y a menores de 12 a 17 con comorbilidades. Han dejado fuera una buena parte de ellos y no han aprobado las vacunas para niños menores de 12 años, aún a sabiendas de que hay datos ya de que la variante Ómicron ha aumentado las hospitalizaciones de menores en Sudáfrica. Están dejando, nuevamente, que el agua nos llegue al cuello exponiendo a todos los niños mexicanos.
No solo eso, al día de hoy, en el mundo, se recomienda la vacunación heterológica, con la tercera dosis. Esto es que quienes recibieron la pauta completa de una vacuna, reciban otra distinta de refuerzo, pero no cualquiera. Se han llevado a cabo estudios en los que se ha comprobado que la mezcla de vacunas aumenta la reacción inmunológica. Es por esto que en Estados Unidos, los boosters se ponen con las vacunas de Pfizer, Moderna o J&J, las únicas autorizadas. El consenso mundial es que las terceras dosis deben recibirse de vacunas mRNA, es decir, Pfizer o Moderna, porque hay una ganancia en la inmunidad tras recibir vacunas de otro tipo, como serían las de vector viral. Hay muchos datos de seguridad y eficacia, de esta pauta de vacunación, porque es la que millones de personas han recibido en el mundo. La combinación AstraZeneca- Pfizer está bien estudiada, así como la aplicación de la pauta Pfizer-Moderna o Pfizer-Pfizer.
El día de ayer, se anunció en México, sin embargo, que la vacuna que pondrían como tercera dosis a los adultos mayores de 60 años, es la de la marca AstraZeneca, para todos, sin importar qué vacuna hubiesen recibido anteriormente que, como sabemos, en México fue muy variada. Esta pauta no ha sido aplicada en el mundo con vacunas de Pfizer, por ejemplo y carece de datos sobre su eficacia y seguridad. Hay solamente un estudio clínico, que no ha sido probado en poblaciones extensas.
Es evidente que el Gobierno no ha hecho ninguna planeación sobre la vacunación en las terceras dosis y que está echando mano de las que tiene, sin importarle, en lo más mínimo, las consideraciones científicas. Por ejemplo, quienes recibieron AstraZeneca recibirán la misma vacuna, pudiendo recibir Pfizer, que es lo recomendado por los científicos para aumentar la inmunidad. Del mismo modo, pondrán AstraZeneca a quienes recibieron Pfizer, sin tener ningún dato de seguridad y de eficacia que respalde la decisión. De hecho, está reconocido por la EMA, la Agencia de Medicamentos Europea, que no hay datos suficientes para sugerir su uso, y que los pocos que se tienen, indican que probablemente tenga menos ventajas desde el punto de vista inmunológico, así como un riesgo mayor de reacciones adversas.
Como se dará cuenta, querido lector, lo que anima la selección de la vacuna no es otra cosa que la renuencia a gastar del Presidente López Obrador, invertir en la salud y la vida de mexicanos. La vacuna recomendada para las terceras dosis, los adolescentes y los niños, es la de Pfizer, pero el asunto es que no, no ha querido comprarlas.
Por supuesto, si no hay otra opción, la gente se pondrá la vacuna AstraZeneca, como se puso Cansino, lo cual era sensato ante la emergencia. Lo que no podemos seguir aceptando es que casi dos años después de que surgió el coronavirus, el Gobierno no invierta en nuestra salud, antes que en sus obras faraónicas o el Ejército. Ningún mexicano se merece menos.