Tarjetas de crédito y deuda empresarial: riesgos y sesgos

Luis Raúl Billy Irigoyen Carrillo
19 octubre 2024

Las tarjetas de crédito han transformado profundamente la manera en que tanto las personas como las empresas manejan sus finanzas, ofreciendo acceso inmediato a recursos que facilitan la adquisición de bienes y servicios. No obstante, cuando se usan de manera desmedida, pueden convertirse en una fuente de problemas financieros que impactan directamente el desempeño empresarial.

Las tarjetas de crédito, aunque útiles en ciertos momentos, tienen un costo elevado que, si no se maneja con cuidado, puede erosionar la estabilidad de una empresa. En este contexto, es importante explorar cómo el uso excesivo de este tipo de financiamiento puede afectar negativamente a las empresas y cómo ciertos sesgos cognitivos llevan tanto a empresarios como a individuos a tomar decisiones que los colocan en situaciones financieras complicadas.

Muchas empresas, especialmente las pequeñas y medianas, recurren frecuentemente a las tarjetas de crédito como una herramienta para financiar operaciones cotidianas. Este recurso les permite cubrir gastos urgentes, comprar inventario o realizar inversiones a corto plazo. Sin embargo, el problema surge cuando estas tarjetas no se utilizan con una estrategia clara y controlada.

Las tasas de interés, que suelen ser considerablemente altas, incrementan los costos financieros, lo que a la larga reduce la capacidad de la empresa para reinvertir en actividades que generan crecimiento. Las deudas acumuladas se convierten en un lastre que reduce la rentabilidad y pone en riesgo la sostenibilidad del negocio.

Además de los altos costos financieros, el uso recurrente de tarjetas de crédito puede provocar problemas de flujo de caja. Cuando las empresas recurren al crédito para cubrir gastos operativos de forma continua, se genera un desequilibrio entre lo que se debe pagar y lo que se genera en ingresos.

Este desequilibrio puede llevar a que la empresa no pueda cumplir con sus obligaciones, generando problemas con proveedores y deteriorando las relaciones comerciales. Lo que inicialmente parece una solución rápida se convierte en una bola de nieve que pone en riesgo el funcionamiento operativo del negocio.

El acceso fácil al crédito puede también fomentar el sobreendeudamiento. A medida que los empresarios ven la posibilidad de utilizar sus tarjetas para cubrir una serie de necesidades, pueden caer en la trampa de acumular deuda sin una planificación clara.

Esto afecta su capacidad de responder ante contingencias económicas o situaciones imprevistas, dejando a la empresa vulnerable en momentos de crisis. Además, el incumplimiento en los pagos afecta negativamente la reputación crediticia de la empresa, lo que puede limitar su capacidad de acceder a financiamiento más barato y adecuado, atrapándola en una dependencia creciente de las tarjetas de crédito.

A nivel personal, estos problemas también son comunes, y muchas de las decisiones financieras que tomamos están influidas por sesgos cognitivos. Estos sesgos son atajos mentales que utilizamos para simplificar la toma de decisiones, pero que a menudo nos llevan a subestimar riesgos y sobreestimar beneficios.

Uno de los sesgos más comunes es el sesgo de optimismo, que nos lleva a creer que el futuro siempre será favorable y que las dificultades financieras podrán ser fácilmente superadas. Esto nos impulsa a pensar que, a pesar de las deudas acumuladas, podremos generar ingresos suficientes para pagarlas sin mayor problema.

Otro sesgo importante es el sesgo de presente, que nos lleva a priorizar las gratificaciones inmediatas sobre las consecuencias a largo plazo. Este sesgo es particularmente peligroso cuando se trata de tarjetas de crédito, ya que el acceso fácil al dinero nos impulsa a gastar sin pensar en los pagos futuros.

En las empresas, este sesgo puede llevar a los dueños a realizar compras impulsivas sin evaluar si estas decisiones serán sostenibles financieramente en el largo plazo. A nivel personal, se traduce en gastar por encima de nuestras posibilidades para satisfacer deseos inmediatos, sin considerar cómo esto afectará nuestra estabilidad financiera.

El efecto anclaje es otro sesgo que influye en nuestras decisiones financieras. Este sesgo ocurre cuando nos aferramos a una referencia inicial para tomar decisiones posteriores.

En el caso de las tarjetas de crédito, el límite de crédito puede servir como ancla. Tanto individuos como empresarios pueden ver el límite de la tarjeta como un indicador de cuánto pueden gastar, lo que los lleva a utilizar la tarjeta de manera poco responsable. No consideran que, aunque tengan acceso a ese crédito, sus ingresos no son suficientes para cubrir el monto adeudado en el futuro.

La aversión a la pérdida es otro sesgo que influye en la toma de decisiones financieras. Este sesgo se refiere a nuestra tendencia a evitar las pérdidas a toda costa, lo que nos lleva a tomar decisiones arriesgadas para no perder oportunidades.

En el uso de tarjetas de crédito, esto se manifiesta cuando tanto empresarios como personas prefieren cargar gastos a la tarjeta antes que perder una oportunidad de negocio o compra, sin evaluar adecuadamente si esa inversión o gasto generará los retornos necesarios para cubrir la deuda.

Otro sesgo relevante es la ilusión del control, que nos lleva a creer que tenemos más control del que realmente tenemos sobre los resultados financieros.

Esta falsa sensación de control impulsa a las personas y empresas a endeudarse bajo la creencia de que siempre podrán manejar los pagos, incluso cuando la realidad financiera indica lo contrario. La combinación de estos sesgos puede llevar a decisiones financieras desastrosas, tanto a nivel personal como empresarial.

Aunque las tarjetas de crédito ofrecen muchas ventajas, su uso desmedido puede tener consecuencias graves para la estabilidad financiera tanto de empresas como de individuos. Los sesgos cognitivos que nos llevan a subestimar los riesgos de la deuda son poderosos, pero ser conscientes de ellos es el primer paso para mitigar su impacto.

Con un enfoque más disciplinado y una mayor consciencia de nuestras propias limitaciones, es posible utilizar el crédito de manera inteligente, evitando que se convierta en una carga insostenible.