Sublimar la muerte
El morir es tan natural como el nacer. Incluso, se puede decir que vivir es morir, en cuanto que cada fracción de tiempo transcurrido nos acerca al momento crucial y definitivo.
A la muerte se le teme, se le esconde el rostro. Sin embargo, Epicuro afirmó que se le debía aguardar con la mayor tranquilidad posible, ya que, “la muerte no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos”.
La experiencia de la muerte es un hecho cotidiano: las olas descansan lánguidamente de su sonoro rugido y fugaz recorrido en la superficie de la playa; las plantas se desprenden de sus flores y hojas al compás de la rítmica danza de las horas; el sol se despide diariamente arropado en las sangrientas tonalidades del ocaso. Y, lo más dramático, diariamente nos despedimos de familiares y amigos que emprenden el postrer viaje ante nuestro asombro e incredulidad.
Por tanto, la actitud más conveniente será la de sublimar e inmortalizar la propia muerte, como hizo Wolfgang Amadeus Mozart al componer su último e inacabado réquiem, que es hermoso y solemne, además de estar rodeado de un halo misterioso.
En efecto, corren leyendas acerca del encargo del conde Walsegg para un réquiem a su esposa, con la intención de apropiarse de la autoría de la obra. Mozart estaba muy enfermo y alucinaba con su muerte. Tocó a su discípulo Süssmayr culminar la obra después de los primeros compases de la “Lacrimosa”.
Ayer, en Culiacán, se disfrutó esta obra con el Coro de la Ópera de Sinaloa, en la Parroquia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. Hoy, será en la Parroquia de Cristo Rey, a las 19:00 horas.
¿Con qué obra sublimo mi muerte?