¿Soy vela o antorcha?

Rodolfo Díaz Fonseca
12 enero 2020

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Recibimos nuestra vida para brindar luz y amor al mundo, no para dejarlo marchitar en las tinieblas del egoísmo y la desesperanza. Jesús dijo claramente: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

En otra ocasión, volviéndose a sus discípulos, señaló: “Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mt 5, 14-16).
Todo ser humano está llamado a ser luz para los demás. Una buena lámpara ilumina ampliamente el camino para que cualquiera pueda caminar sin riesgo de tropiezo. Sin embargo, algunos somos lámparas que ofrecen una luz demasiado tenue, o, de plano, lámparas que ni siquiera se encienden.
Efectivamente, algunos nos conformamos con ser pálidas velas cuando podemos iluminar como brillantes antorchas. Otros, son tan funestos y mediocres que ni siquiera se esfuerzan por brindar un tembloroso rayo de luz a los demás.
George Bernard Shaw jamás desestimó su trabajo y esfuerzo en beneficio de los demás: “Cuando deba morir, quiero estar desgastado por completo puesto que, mientras más duro trabaje, más vivo. Me regocijo en la vida por sí misma. La vida, para mí, no es una efímera vela. Es más bien una espléndida antorcha que sostengo en mis manos durante un momento, y quiero que ilumine con la máxima claridad posible antes de entregarla a futuras generaciones”.
¿Soy efímera vela o brillante antorcha?
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@rodolfodiazf