Solidaridad y diálogo
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El País inicia la etapa que me atrevo a calificar como la más difícil y retadora de su historia. Difícil porque a través de varios años, personas inexpertas, con un tremendo poder, se dedicaron a gobernarlos a base de caprichos personales, sin tomar en consideración que la más importante labor de un político debe ser la de formar a su pueblo.
No es construir edificios y carreteras, ni es manejar adecuadamente la economía, ¡vaya!, ni planear el futuro de la misma, que es tan necesario; lo que es imprescindible es poner las condiciones para que cada vez más ciudadanos maduren, sintiéndose corresponsables de lo que sucede, se sientan solidarios con sus hermanos, los demás mexicanos.
Siempre hemos sostenido la tesis de que libertad y responsabilidad son términos correlativos y que no se puede aspirar a uno prescindiendo del otro. Y solo si se es libre y responsable se puede ser solidario. Lo anterior implica la capacidad de conjuntar las voluntades por encima de las diferencias en el pensar y a pesar de nuestras divergencias para alcanzar un objetivo superior ligado al bien común.
México está urgido de una acción solidaria de todos los mexicanos, para poder afrontar las consecuencias de un despilfarro y un saqueo del que hemos sido víctimas. Para que eso suceda, se requiere de una verdadera autoridad que comprenda que el término es sinónimo de servicio y que el mando solo deben tenerlo aquellos que estén dispuestos a predicar con el ejemplo, a ser congruentes entre lo que dicen y lo que hacen, a desterrar todo vestigio de autoritarismo porque este, aunque conlleva al poder, está reñido con el liderazgo que arrastra, en lugar de empujar; porque ser líder significa respetar al débil y sacar de las entrañas de la ciudadanía lo mejor de sí mismo, porque todo lo anterior no lo dan ni la autoridad ni la fuerza o el poder, sino el ejemplo y el diálogo. Ambos contagian e influyen a los demás, motivan y seducen a la acción fraterna.
Cuando un pueblo se encuentra disperso y desconfiado; cuando la lucha de clases, que es lo más antisolidario que puede confrotar un pueblo porque pretende la aniquilación, en lugar de la integración ciudadana, empieza a tomar cartas de naturalización, se requiere, pero con urgencia, el diálogo, que presupone que andie tiene la brujula de la historia o el monopolio de la verdad; que da a las ideas y los sentimientos del de enfrente, la misma importancia que damos a los nuestros; diálogo en el que el más tonto de los ciudadanos puede tener algo que aportar, porque lo importante es integrarnos y esto se logra haciendo a todos participes; diálogo que siempre deberá darse entre iguales, poque nuestra diginidad personal (la de todos) así lo exige, sin prepotencia alguna y mirándonos siempre de frente, porque tanto perjudica el que pisa a los hombres como el que se deja pisar; diálogo que es integración y, porque respeta las libertades, es maduro y no grosero y falta de tacto.
Sí, mis amigos, nuestro pueblo va a requerir de mucho diálogo, sobre todo entre sus líderes, para que estos guíen de buena fe en el difícil camino de la solidaridad.
Miércoles 8 de diciembre de 1982.