Sobrevivir la nueva normalidad

Vladimir Ramírez
29 mayo 2020

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A dos días de que termine la Jornada Nacional de Sana Distancia, diversas preocupaciones se expresan en lo público y en lo privado. El miércoles pasado la Secretaría de Gobernación dio a conocer que el regreso estará regido por la señalización de semáforos coordinados por la Federación, según acordaron con los gobiernos estatales. El propósito es regular la reactivación económica, social y educativa con un regreso gradual de las actividades de industrias y empresas.

El semáforo funcionará por regiones y servirá para determinar qué tipo de actividades están permitidas de acuerdo con el nivel de los contagios en la zona, además de la implementación de tres etapas para el gradual regreso de las actividades a la “nueva normalidad”:

En una primera etapa, el regreso de actividades el 18 de mayo en los municipios con cero o menos contagios. En una segunda etapa del 18 al 30 de mayo el inicio de las actividades de construcción, minería y fabricación de equipos de transporte aplicando protocolos sanitarios para garantizar un regreso seguro, y como tercera etapa, a partir del próximo lunes 1 de junio se dará a conocer el semáforo que indicará la manera en el que se retomarán las actividades.

El color rojo del semáforo significa que hay que quedarse en casa y que sólo podrán operar actividades esenciales como la construcción, minería y fabricación de equipos de transporte; el color naranja, incluye las actividades no esenciales, pero en un nivel reducido en espacios públicos, las personas vulnerables podrán integrarse a las actividades laborales con el máximo cuidado y protocolos para reducir sus jornadas de trabajo y designarles lugares específicos; en el color amarillo, se deberá usar cubrebocas y se limitan las actividades en el espacio público con una actividad económica plena; en el color verde no hay restricción alguna y se reanudan las actividades escolares, sociales y de esparcimiento con una actividad plena de la economía.

Estas son las reglas para vivir en la “nueva normalidad”, una realidad que no termina por esclarecerse porque por una parte aún no hay cura para la enfermedad de Covid-19 y por otra no estamos acostumbrados ni educados en el cuidado y la disciplina que se requiere para regresar sin riesgos a nuestras actividades acostumbradas. Desafortunadamente carecemos de hábitos sanitarios que hoy significan proteger la vida o pueden significar por el contrario una tragedia.

En esta lucha contra la pandemia no hay tregua, el contagio no se detiene por mandato presidencial ni por la magnitud de una demanda social, está claro que el coronavirus no se va a adaptar a nuestra forma social de vida, que no respeta reglas económicas, sociales ni políticas. Por lo tanto esta lucha no es negociable, no es un asunto de ideas como tampoco de múltiples opciones, es una cuestión de sobrevivencia, y como tal sobrevivirán los más aptos, los que tengan la salud óptima y los medios necesarios. Esta es la realidad sin protocolos y sin adjetivos políticamente correctos.

La lucha contra el coronavirus está afuera de nuestras casas, en los hospitales, en los esfuerzos gubernamentales y de la sociedad civil organizada. Su verdadera fortaleza está en el valor, compasión y solidaridad de quienes diariamente se enfrentan a la pandemia salvando vidas poniendo en riesgo la suya, pero también se libra la batalla en los que respetan la cuarentena, en quienes luchan en el encierro y esperan hacer más que sólo esperar en sus casas, en los que están conscientes de lo realmente importante en estos momentos. Pero sobre todo en los que han dejado sólo de pensar en las ganancias y el poder y han encontrado un nuevo sentido del bien en sus vidas.

Este nuevo virus no sólo nos ha enseñado los alcances y calamidades de una pandemia, también ha puesto al descubierto nuestra condición humana, una suerte de espejo y vitrina que devela quiénes somos ante nuestra conciencia y ante los demás, el de una sociedad que ha insistido en la insensatez de separar su vínculo con la naturaleza y su indisoluble destino y futuro como especie.

Aferrarse a lo que apenas unos meses éramos como sociedad, es aferrarse al error, a lo que ya no es, a lo que no será, aún y cuando se tenga la tan esperada vacuna, porque este se ha vuelto un tiempo de espera indefinido, incierto, que representa para nuestra sociedad una encrucijada en la que se muestran al mismo tiempo la posibilidad de seguir igual o de cambiar, de transformar los modos de vida que definen nuestra relación con la naturaleza y el universo, más allá de modelos y programas económicos que pretenden sostener lo insostenible.

Lo cierto es que la próxima semana iniciamos un reto mayúsculo como sociedad, en el que ahora toca a nosotros como ciudadanos y familias responder con la mayor responsabilidad y cuidado a las indicaciones del semáforo de regreso a la nueva normalidad. Reconocer el valor de nuestras instituciones públicas frente a la crisis de la pandemia, la importancia de recuperarlas y defenderlas como sociedad. Y compartir que uno de los más grandes aprendizajes ha sido la necesidad de anticipar contingencias de esta magnitud y que una de nuestras mayores fortalezas radica en el espíritu solidario que se ha demostrado en estos días.

Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo martes.