Sincera gratitud
En las columnas anteriores hablamos mucho de gratitud, pero tal vez no hemos reflexionado a fondo en qué consiste, qué conlleva y a qué obliga. La palabra proviene del latín, gratitudo, gratitudinis, que significa cualidad de ser grato, agradable, bien recibido y agradecido.
La escritora francesa Delphine de Vigan nos ha regalado un excelente texto titulado Las gratitudes, donde dos personajes, Marie y Jerome, son los únicos que se interesan realmente por Michka Seld, una anciana que vive en una casa de asistencia o centro gerontológico, quien padece afasia, está perdiendo su capacidad de lenguaje y próxima a morir. Marie es su única amiga, ya que Michka la cuidó cuando era niña; Jerome, en cambio, es un logopeda que le hace practicar ejercicios.
Estas dos personas intentarán cumplir el último deseo de Michka, que consiste en mostrar su agradecimiento a una pareja que la salvó de morir durante la ocupación alemana ocultándola en su casa, y a quienes no tuvo oportunidad de dar las gracias.
La novela comienza con una reflexión de Marie, quien se hace varias preguntas: “¿Os habéis preguntado alguna vez cuántas veces al día dais las gracias? Gracias por la sal, por la puerta, por la información. Gracias por el cambio, por el pan, por el paquete de tabaco. Unas gracias de cortesía, de conveniencia, automáticas, mecánicas. Casi huecas. A veces tácitas. A veces demasiado enfáticas: Gracias a ti. Gracias por todo. Infinitas gracias. Gracias de verdad. Unas gracias profesionales: Gracias por su respuesta, por su atención, por su colaboración”.
Sin embargo, ante la muerte de Michka, se pregunta cuándo dio unas gracias sinceras: “¿fui suficientemente agradecida? ¿Le mostré mi agradecimiento como se merecía? ¿Estuve a su lado cuando me necesitó, le hice compañía, fui constante?”
¿Comparto mi sincero, emotivo y desinteresado agradecimiento?
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