Sin Benítez a Mazatlán le irá mejor
¿El propósito justifica los medios?
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A Mazatlán le puede ir bien, le deben esperar dos años de reparación de daños, con la llegada de Édgar Augusto González Zataráin a la Alcaldía o de hecho es posible afirmar que ya le cambió la suerte al municipio sureño con el solo acontecimiento de que Luis Guillermo Benítez Torres haya sido obligado por la acción cívica a dejar el timón, a pesar de que la gente asocie el largo proceso para la destitución con la persistencia del marrano que se resiste a soltar la mazorca en la operación hormiga para vaciar la troje.
De implementar el nuevo Presidente Municipal las acciones apremiantes de moralización del gobierno, eliminando los tratos heredados fundados en la opacidad, corrupción y tráfico de influencias, la tan politizada sociedad mazatleca lo identificará como factor emergente de estabilidad y gobernabilidad y en reciprocidad le devolverá la confianza y apoyo que le retiró a “El Químico” que tuvo la oportunidad histórica del mandato ejemplar y la desechó con ínfulas y ladronerías propias de caciques encandilados.
Realizar la obra de reconectar al Gobierno municipal con la sociedad civil, hacerlo empático con los sectores cuyo único asidero es el Ayuntamiento, cuidar y canalizar el recurso público a lo cardinal con la sana distancia de lo trivial, ser palanca del desarrollo económico sin entorpecerlo por fobias políticas, y otorgar los servicios urbanos con oportunidad y permanencia, serían prioridades en la larga lista de asuntos descuidados.
El antecedente de Culiacán, donde la dinámica económica, política y social viró de la futilidad a lo trascendente, es el esquema que le puede servir a González Zataráin para fortalecer el servicio a la gente y debilitar aquellos manejos rústicos del poder que sólo funcionan en los puestos de venta de menudo, con el perdón de doña Inesita que en su vieja cenaduría del mercadito Izabal de Culiacán hizo del albur y el doble sentido la principal estrategia de atracción de clientes.
En la capital de Sinaloa, Juan de Dios Gámez Mendívil aplica la operación restaurativa dedicándose sin aspavientos a lograr una mejor ciudad, amigable y funcional para los culiacanenses, desplegando enormes brigadas de remozamiento urbano que le van dando vida a camellones, puentes, parques, alumbrado y jardines, sin la pretensión de activar al Ayuntamiento solamente para la foto y dejar después que todo naufrague en la simulación. La evaluación del desempeño de las autoridades comienza en el buen ojo de los habitantes.
Hay quienes creen que el actual Alcalde de Culiacán es un político de bajo perfil, tal vez porque extrañan al anterior, Jesús Estrada Ferreiro, cuya presencia como autoridad consistió en acumular las más posibles notas de prensa de dislates, ocurrencias y animadversiones como mérito donde lo insulso está por encima de lo fundamental. Y mientras el ex Alcalde sumaba con sus desatinos portadas de medios de comunicación, la ciudadanía fue víctima de graves desidias y bravuconerías.
Gámez Mendívil es más de decisiones ejecutivas que de impulsos autoritarios y endilgarle mano blanda por el modo de mando que consensúa antes de imponer, equivale a la desmemoria por los agravios de Estrada. Hay que ponerle atención al consejo que al rendir un primer informe parcial como Alcalde de Culiacán le dio el miércoles a Édgar González, investido ese mismo día como gobernante sustituto de Mazatlán. “El trabajo es de todos los días. Estar al frente de un Ayuntamiento no es tarea fácil. No cometer los mismos errores por los que estamos aquí”, sugirió.
La lección a aprender por los nuevos presidentes municipales y el resto de los alcaldes de Sinaloa tiene que ver con la existencia de una vía rápida, sin necesidad de usar los mecanismos de participación ciudadana, ya ni siquiera acudir a juicios políticos, para cortar de tajo a los gobiernos que se olvidan que emanan de la voluntad popular y se sienten habilitados por Dios para hacer lo que quieran, inclusive convertir el servicio público en enorme cuchara para servirse nomás a sí mismos. Entonces a la gente le deja de importar el medio y le comienza a gustar el fin logrado.
Recordemos que la percepción colectiva creyó poco probable que el Alcalde que se decía intocable fuera removido del cargo. Vaya, ni siquiera el hoy indiciado Secretario de Turismo tuvo la prudencia de poner sus barbas a remojar al ver las de Estrada Ferreiro cortar. El problema no es en sí la remoción disfrazada de renuncia voluntaria; el problema es que les echaron a perder a los mazatlecos la celebración por la caída del pequeño tirano que, aún en calidad de derrocado, convirtió en festiva la incrustación en el Gabinete de Rocha Moya y hasta le dio un sentido lúdico a la carpeta de investigación que le integra la Fiscalía Anticorrupción.
Y otra cosa: las destituciones de Luis Guillermo Benítez Torres en Mazatlán y de Jesús Estrada Ferreiro en Culiacán, más allá del análisis ya realizado sobre los métodos utilizados, hallan soporte en el reproche social a los desórdenes y alteraciones de la función pública y en la actitud de ambos políticos que llevaron a la gente a un nivel de hartazgo que se volvió inviable sostenerlos en posiciones de gobierno tan importantes.
No nos hagamos: independiente del azoro porque “El Químico” terminó recompensado en vez de sancionado, y la congoja derivada de la vinculación de Estrada a proceso, es mucho mayor la festividad popular por ya no tenerlos como alcaldes.
Pues ya viéndolo de reojo,
A la gente se le ve contenta,
Porque al menos quedó exenta,
De dos cochis con mal de ojo.
Aunque en estos casos no se necesitan tantos argüendes para renunciarlos o hacerlos objetos de enroques, comienza a correr la cuenta regresiva en el Gabinete de Rubén Rocha Moya para que se defina quiénes acompañarán al Gobernador en el segundo año del sexenio y cuáles más salen en el primero trecho. El examen de “más territorio y menos escritorio” ya fue aplicado.