Sí contra el machismo, no contra los hombres

Jorge Zepeda Patterson
08 marzo 2020

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@jorgezepedap
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Las mujeres son las víctimas, por supuesto. Los hombres son los victimarios, desde luego. No hay forma en que una sociedad se mire a los ojos mientras la mitad de ella sufre violencia o discriminación por el simple hecho de ser mujer. Pero sería terrible creer que esta es una lucha entre dos mitades: hombres vs. mujeres y viceversa, por más que enfrentamos un sistema de valores, prejuicios y creencias construido en las sociedades patriarcales para discriminar, subordinar y someter al sexo femenino. Es justamente ese sistema de valores y creencias, llamado misoginia, el que tendríamos que desmontar para aspirar a vivir en una sociedad en el que mujeres y hombres puedan gozar de una vida plena.

Sí, las mujeres son las víctimas del machismo, pero no solo ellas, por más que se lleven la peor parte (eso no está en discusión). Los hombres también son víctimas aun cuando lo sean de otra manera. Cada vez que a un niño le es negada la posibilidad de expresar ternura, externar su debilidad o mostrar su delicadeza en aras de convertirlo en un “varoncito”, está perdiendo un pedazo de humanidad. El tránsito que va de ser un niño a un macho es una construcción social y familiar. Una construcción en la que participan los adultos que lo rodean, hombres y mujeres por igual. Las madres a la par que los padres son fábrica de misóginos; tipos que a su vez van a perpetrar la violencia de género que se alimenta de todos los estereotipos con que crecieron. En ese sentido, la misoginia es un comportamiento “congénito” que las familias van transmitiendo a sus hijos e hijas, como eslabones de un patrón de género que se reproduce y perpetúa.

Por eso es que es absurdo encarar el problema como una guerra que define a los hombres como enemigos de las mujeres. El verdadero enemigo es una ideología construida para hacernos creer que los hombres valen más que las mujeres.

Encarar el asunto como una rivalidad de club de Tobis contra club de Lulús es absurdo; hay muchas mujeres que ejercen un comportamiento machista en contra de otras mujeres, además del papel ya mencionado de algunas, como agentes de inseminación de valores y actitudes que refrendan y reproducen el machismo.

Se me dirá que las madres que enseñan a sus hijas a “entender cuál es su lugar”, que no es más que la indoctrinación del sometimiento, a su vez son resultado de un condicionamiento previo; no son más que víctimas formando a otras víctimas actuando como cómplices del victimario. Pero lo mismo podría decirse de muchos de esos padres que sin ser violentos tampoco enfrentan a los abusadores, con lo cual se convierten en cómplices pasivos. El problema es la normalización de un comportamiento indigno de unos y de otros.

La esclavitud y la discriminación racial requirió de una ideología que establecía el derecho genuino de los blancos sobre razas supuestamente inferiores; existieron incluso argumentos presuntamente científicos, bíblicos y económicos para justificar este prejuicio. Y si bien no ha sido erradicado, los avances conseguidos no fueron resultado de una guerra entre blancos y negros, sino de la erosión de una ideología hegemónica que dejó de serlo gracias al esfuerzo de muchos negros y blancos conscientes de esa injusticia.

La literatura feminista ha dejado en claro la manera en que el ejercicio de los micro abusos, muchos de los cuales surgen desde la infancia, van construyendo el clima que lleva a un hombre a sentirse con el derecho de ejercer violencia contra algo que considera inferior y debe estar sometido a su voluntad. No es difícil rastrear en un feminicida al niño al que le fue inculcado que era indigno e inadmisible perder ante una niña. En ese sentido, el machismo también cercena a un hombre porque lo convierte en un discapacitado emocional, con carencias fundamentales para establecer una relación sana con las mujeres y, en última instancia, con otros hombres.

Hoy, que es el Día de la Mujer, tendrían que expresarse todos aquellos que desean un mundo en el que exista mayor equidad de género. Hay muchos hombres que desean corregir un estado de cosas que lastima, disminuye y pone en riesgo a las mujeres, entre otras cosas porque son pareja, hermanos o padres de ellas y porque también han sido víctima de este machismo absurdo. Ojalá que las marchistas lo asuman así y conviertan este día en una jornada por la igualdad, un acto de confrontación contra la misoginia, y no una trinchera de agravio entre hombres y mujeres.