Sepultar el pasado
""
rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf
Muchas personas viven fuertemente encadenadas al pasado. No disfrutan el presente ni proyectan el futuro por estar aferradas a lo que fue, pero ya no es. Algunas lo idealizan y endiosan, mientras que a otras les carcome las entrañas.
En efecto, hay quienes consideran que todo tiempo pasado fue mejor porque fantasean con el ayer y lo tiñen con el brillo del recuerdo, al igual que hicieron los israelitas en el desierto:
“¡Cómo echamos de menos el pescado que gratuitamente comíamos en Egipto, los pepinos, melones, porros, cebollas y ajos. Ahora tenemos la garganta seca, y no hay nada, absolutamente nada más que ese maná en el horizonte!” (Núm 11,5-6).
Era mentira que hubieran vivido mejor en Egipto, pues servían como esclavos; sin embargo, ante las dificultades del presente proyectaban la imagen de un pasado idílico que nunca existió.
En el extremo contrario se sitúan las personas que lamentan las acciones cometidas en el pasado, sin aceptarlas, digerirlas ni sentirse perdonadas. Su arrepentimiento es como pesada losa que no les permite enderezar su vida. Bien harían en aceptar, como dijo Agatón, que “ni siquiera Dios puede cambiar el pasado”.
Sepultar el pasado no quiere decir olvidarse completamente de él, sino colocarlo en el nicho que le corresponde en el santuario de la memoria, a la vez que se asume con sabia madurez la lección aprendida. Sepultarlo significa que ya no viviremos aferrados a él. Es algo semejante a cuando depositamos en tierra a nuestros familiares; no los olvidamos, pero tampoco nos aferramos a ellos.
Un día, un discípulo preguntó: “Maestro no sé si sufro porque tengo un recuerdo o porque no lo tengo”. El maestro respondió: “Si el pasado es pasado, ¿cómo algo inexistente te puede hacer sufrir?”.
¿Sepulto el pasado? ¿Vivo intensamente el presente?