Sentirse mejor que los demás

Rodolfo Díaz Fonseca
29 abril 2020

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Es ampliamente conocida la parábola en que Jesús propuso el ejemplo contrastante de dos hombres que fueron a orar al templo, uno era publicano y el otro fariseo (Lc 18, 9-14).

Los fariseos, individuos que se creían muy buenos, cumplían con los preceptos de la Ley pero no eran misericordiosos; los publicanos, en cambio, eran considerados pecadores públicos porque cobraban impuestos para los romanos.

Ambos fueron al templo a orar, pero su plegaria fue diversa: el fariseo, puesto en pie, contó sus virtudes como pretendiendo que Dios lo alabara mientras miraba despectivamente al otro; por el contrario, el publicano, arrodillado, no se atrevía a levantar la cabeza y pedía perdón por sus faltas.

En la décima tercera estación del Vía Crucis -Jesús es bajado de la cruz- participó un fraile que labora de voluntario en las cárceles, quien, lejos de considerarse superior a los reclusos, reconoció:

“Las personas detenidas son, desde siempre, mis maestros. Hace 60 años que entro en las cárceles como fraile voluntario, y siempre bendije el día que, por primera vez, encontré este mundo escondido. En esas miradas comprendí con claridad que yo mismo, si mi vida hubiera tomado otra dirección, hubiera podido estar en su lugar”.

Añadió: “Nosotros, cristianos, caemos a menudo en la ilusión de sentirnos mejores que los demás, como si el hecho de poder ocuparnos de los pobres nos diera una superioridad tal que nos convierte en jueces de los demás, condenándolos todas las veces que queramos, sin dar oportunidad de defensa”.

Subrayó que Cristo acogió con bondad y misericordia a ladrones, leprosos, prostitutas y estafadores: “Él está siempre, aun en el interior del peor de los hombres, por más manchado que esté su recuerdo”.

¿Obro como fariseo? ¿Me siento superior y desprecio a los demás?