Seguridad 2024-2030, la paradoja del Estado enfermo
Al confirmar que el Estado está roto en su capacidad de monopolizar la violencia y siendo claro que muchas instituciones son disfuncionales, la desesperación lleva a la inmensa mayoría a tolerar e incluso exigir más poderes a la burocracia rota. Ahí la más delicada y riesgosa paradoja de cara a las elecciones de 2024.
Mientras más atrocidades vemos y sufrimos, mejor entendemos que las autoridades no saben, no quieren o no pueden; pero a la vez nuestra desesperanza por el desamparo nos provoca el reflejo de creer, aceptar, tolerar y promover la entrega de más atribuciones a esas entidades públicas que sabemos disfuncionales.
La contradicción es a mi parecer más clara que nunca y representa bien la deriva en la que estamos: más violencias, más poderes a instituciones rotas, más violencias.
Resulta extraordinariamente difícil la pedagogía en torno a esta contradicción porque parece de sentido común aceptar que solo instituciones fortalecidas podrán contener la crisis de violencias e impunidad. Pero tal vez ayuda distinguir qué entendemos por fortalecidas.
Por ejemplo, cuando se promulgó la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada en 1996 el discurso oficial convenció a la mayoría con el argumento de que el Gobierno federal ya tenía las herramientas necesarias para reducir a los grupos delictivos. Se aceptó sin más que las herramientas de esa ley, propias de un régimen jurídico de excepción, fortalecían al Estado. Y miren dónde estamos.
Cómo hacer para convencer a las mayorías de que cada vez que le damos más atribuciones, recursos, armas, tecnologías y equipo; cada vez que desplegamos más uniformados civiles y militares armados; cada vez que reducimos los estándares de prueba para procesar penalmente a alguien; cada vez que subimos las penas, cada vez que hacemos todo esto sin hacernos cargo de equilibrar todos estos poderes con sistemas de control y rendición de cuentas, o bien sin reparar en otros medios menos violentos para reconstruir la convivencia al final solo ayudamos a prolongar y profundizar la crisis de violencias e impunidad.
Cómo hacer para lograr la claridad a cielo abierto de que un policía o un policía militar en la calle con más atribuciones para detener, con armas más potentes, con mejores tecnologías, equipo, vehículos y demás, pero sin adecuada supervisión interna y externa, es una decisión más a favor de la arbitrariedad que cada vez con más frecuencia termina poniendo al Estado del lado del delito. O bien, cómo acordar que el principal veneno de las fiscalías no es que están maniatadas sino, justo al revés, que funcionan al margen de controles en su día a día, de manera que sus procesos y resultados pueden ser los que son, sin consecuencias mayores y sin reformas estructurales.
Es una paradoja terrible porque tenemos enfrente la masiva y crónica descomposición de las instituciones y, repito, el desamparo nos provoca el reflejo de darles más poderes sin hacernos cargo de los sistemas que aseguren el control en su uso.
Hay quienes creen en las evidencias construidas a través del método científico y hay quienes no. Cuando se cree en ellas, se puede mirar una montaña de investigaciones donde se comprueba que la fórmula del empoderamiento del Estado lleva décadas destruyendo vidas adentro y afuera del mismo. Esta forma de entender el Estado fortalecido, más que contener, en realidad acompaña, agudiza, profesionaliza y reproduce las violencias.
Tengo pocas esperanzas de lograrlo, en especial porque, como me enseñó hace tiempo la especialista Rachel Neild, a más violencias e impunidad, más presión política y social para dar resultados y menos espacio para los cambios institucionales, por más urgentes que éstos sean.
Quiero llamarle la paradoja del Estado enfermo: sabemos que es un paciente terminal y le damos la misma medicina. Las personas candidatas a la presidencia 2024 serán más populares si ofrecen más veneno, desafortunadamente.