Salud mental y mujeres adultas mayores
El 10 de octubre se conmemoró el Día Internacional de la Salud Mental y aún es buen momento para hacernos una pregunta: ¿quiénes son las personas más invisibilizadas en la conversación sobre la salud mental? Si bien los jóvenes y las generaciones más conectadas suelen atraer la atención mediática, existe un grupo cuya crisis de salud mental pasa inadvertida: las mujeres mayores de 50 años. Enfrentando la soledad, la presión social y los cambios hormonales, muchas mujeres en esta etapa de la vida están luchando en silencio.
Ser una mujer mayor de esta edad implica hoy, en nuestras sociedades, una doble carga tanto por el estigma de la edad y la salud mental como por la invisibilidad que les ha sido impuesta. En una sociedad gerontofóbica, que celebra y enaltece la juventud y la productividad, las mujeres mayores son vistas como “innecesarias” o relegadas a roles tradicionales de cuidadoras, lo que las lleva a ignorar su propio bienestar. Según la Anxiety and Depression Association of America, el porcentaje de mujeres que sufre depresión es el doble con relación a los hombres.
Este estigma es particularmente fuerte en mujeres mayores, quienes crecieron en una época donde la salud mental no era un tema abierto. A menudo, el miedo a ser vistas como débiles, locas o poco confiables las lleva a esconder sus síntomas, agravando su situación y generando un círculo doloroso y sin fin que las obliga a seguir en crisis y en silencio.
Uno de los principales factores que afecta la salud mental de las mujeres mayores es la menopausia. Aunque se trata de un proceso natural, su impacto en la salud mental sigue siendo minimizado. Los cambios hormonales pueden provocar ansiedad, irritabilidad, fatiga y una sensación general de pérdida de control. Muchas mujeres experimentan síntomas emocionales significativos durante esta transición, afectando su bienestar diario y su relación con las personas que las rodean.
El problema es que la menopausia sigue siendo un tabú, no sólo en la sociedad en general, sino también en la medicina. Muchas mujeres no reciben el apoyo adecuado o se les dice que “simplemente la soporten”, lo que genera una desconexión con su propio cuerpo y una mayor ansiedad. Estos cambios hormonales, sumados a la falta de atención médica adecuada y a la incomprensión social, familiar y laboral agudizan la vida emocional de este grupo y producen desafíos, retos y realidades que rara vez son abordados y, si son abordados, pocas veces son tratados de manera adecuada.
A menudo, las mujeres mayores de 50 años también enfrentan la soledad de una manera más profunda que otros grupos. El envejecimiento trae consigo la partida de los hijos del hogar, la pérdida de seres queridos y en muchos casos, la jubilación. Estos cambios generan un vacío emocional que, cuando no se aborda, puede llevar a trastornos como la depresión. Las investigaciones muestran que el aislamiento social aumenta significativamente el riesgo de deterioro mental y físico en esta población, y las mujeres no son la excepción.
A esta soledad se suma la carga emocional de ser cuidadoras. Un rol de género impuesto a las mujeres es el de cuidadoras: se espera que siempre estén al pendiente del resto del mundo, desde las hermanas y hermanos, de adultas de las y los hijos, las mascotas y las personas mayores y, cuando envejecen, se espera que cuiden a las y los nietos. La sobrecarga de responsabilidades no sólo las agota emocionalmente, sino que les deja poco tiempo para cuidarse a sí mismas, lo que impacta su salud mental de forma devastadora. El autocuidado es una palabra ajena a la mayor parte de las mujeres a lo largo de su vida y difícilmente es considerada en el último tercio de su vida y, si se aborda, normalmente se aborda de manera tardía.
La falta de atención a la salud mental de este grupo no sólo tiene un impacto personal, sino también económico. En Estados Unidos, los problemas de salud mental representan un costo de 282 mil millones de dólares anuales debido a la pérdida de productividad, el aumento en el uso de servicios médicos y los costos indirectos, como el ausentismo laboral.
Ante esta realidad, es necesario considerar políticas públicas y acciones concretas que comprendan, consideren y aborden la salud mental de las mujeres mayores de manera integral. Se necesitan programas de apoyo accesibles, que incluyan terapia emocional, educación sobre la menopausia y redes de apoyo social, entre otras cosas y que ayuden a combatir el aislamiento. Sólo al romper el silencio y reconocer las necesidades únicas de este grupo podremos empezar a revertir el impacto de la crisis de salud mental en las mujeres mayores de 50 años (no profundizaré aquí el tema, pero si se segmenta por grupos y se considera la interseccionalidad en el análisis, las mujeres de grupo vulnerables viven condiciones peores aún).
Ignorar las necesidades integrales de este grupo en general y sus necesidades específicas de salud mental es una manera de seguirlas invisibilizando. Hay que poner sobre la mesa esta realidad para reconocerla, atenderla y tomar decisiones que las incluyan y acompañen en este proceso. Seguirlas invisibilizando y considerando como un grupo uniforme es una forma de NO resolver el problema y dejar que una sociedad que está envejeciendo a pasos agigantados siga perpetuando una realidad: que la pobreza tiene rostro de mujer y en los años por venir simplemente añadiremos que tiene rostro de mujer envejecida, enferma y sin opciones.
Definitivamente, ese no es el futuro que merece la mitad de la población mundial.