Sala de espera
Llama la atención una de las enseñanzas que brindó el maestro Sufi, Idries Sha, cuando le preguntaron cuál consideraba que era el error fundamental del ser humano. Con presteza, respondió: “Pensar que está vivo, cuando él se ha quedado simplemente dormido en la sala de espera de la vida”.
¿A cuántos nos habrá sucedido algo semejante? ¿Cuántos habremos incurrido en ese craso error? No es necesario que respondamos inmediatamente, pero sí conviene que reflexionemos en que generalmente no somos conscientes de la importancia y trascendencia que revisten los momentos que estamos viviendo. En pocas palabras, nos conformamos con vegetar en la sala de espera, cuando podríamos haber disfrutado de todos los regalos y sorpresas que se encuentran en el interior.
Tratando de profundizar aún más en la alegoría podríamos subrayar lo inútil de la espera, cuando se trata de una espera totalmente pasiva. En efecto, el ideal espiritual radica en esperar contra toda esperanza, pero no estar esperando sin actuar y creyendo firmemente que por la simple casualidad todo va a mejorar milagrosamente.
No podemos menos que recordar, también, la obra de Samuel Beckett, “Esperando a Godot”, donde nos retrata una auténtica escena del absurdo. Los dos personajes principales de la obra de teatro, Vladimir y Estragón -llamados también Didi y Gogo-, esperan debajo de un árbol la llegada de un tal Godot. Lo más ridículo de todo es que no lo conocen, no saben cómo es, y ni siquiera saben por qué ni para qué lo esperan. Lo único que sí presienten, es que Godot puede solucionar el sin sentido de su vida. Beckett tampoco nos lo explica con precisión, pero algunos críticos piensan que Godot personifique a Dios, por las mismas letras con que comienza este nombre.
¿Vivo en la sala de espera?