Sabiduría y conocimiento

Rodolfo Díaz Fonseca
04 junio 2024

La persona más sabia no es aquella que más conoce, sino la que más se conoce. En efecto, en ocasiones pensamos que es más sabio o inteligente quien posee más ciencia o es más erudito; sin embargo, ¿de qué le sirve a uno conocer los misterios de las estrellas y del infinito, si no es capaz de conocerse a sí mismo y de conocer, alegrar e iluminar a las personas con quienes convive?

El conocimiento propio y el conocimiento de las personas que nos rodean son indispensables para experimentar el sentido de la vida, así como la paz, alegría, bienestar y armonía. Sócrates estaba seguro de esta vital necesidad, por eso tomó como máxima de su filosofía una del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”.

En la sabiduría oriental, Lao-Tsé distinguió entre el conocimiento propio y el de los demás: “Conocer a los demás es sabiduría; conocerse a uno mismo es iluminación”. Siglos después, Agustín de Hipona, en sus Confesiones, elevó una plegaria a su Creador: “Que me conozca a mí y que te conozca a Ti”.

El conocimiento de la ciencia y de la vida, sin el conocimiento personal o espiritual, no proporciona paz y sabiduría, como reconoció Goethe, en su Fausto: “¡Filosofía, ay de mí, jurisprudencia, medicina, y tú también, triste teología!... os he estudiado a fondo con ardor y paciencia: y heme aquí ahora, pobre loco, tan sabio como antes. Me titulo, es verdad, maestro, doctor, y hace diez años que dirijo como quiero a mis discípulos. Y bien veo que nada podemos conocer”.

En El principito, Antoine de Saint Exúpery, subrayó la necesidad de tratar a los amigos: “Sólo se conocen bien las cosas que se domestican. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada”.

¿Conozco y me conozco?

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