Roboethics & Covid
""
pabloayala2070@gmail.com
Se me parte el alma cada vez que veo imágenes del personal sanitario exigiendo en las calles los mínimos indispensables para realizar su labor de manera digna y segura. Ninguna de sus exigencias suena a disparate. Las condiciones en las que estas personas están atendiendo a los enfermos de Covid-19 son, en muchos casos, las mismas de una condena de muerte.
Esta penosa situación no es exclusiva de México. Algunos países desarrollados también sufrieron escasez de recursos, especialmente la falta de personal calificado para atender los picos de la pandemia. Y a esto debemos sumar las vidas que se perdieron en este frente de batalla. Todos los países lo han vivido con horror.
Por fortuna, la robótica tiene a mano algunas herramientas que nos permitirían darle la vuelta a esta situación. Suena a película de ficción, pero no lo es. Me explico.
Como bien dicen Nuria Vallès-Peris y Miquel Domènech en su artículo Robots para los cuidados. La ética de la acción mesurada frente a la incertidumbre, el uso de los robots estaba circunscrito a fábricas y laboratorios. Sin embargo, en las últimas décadas la robótica ha generado algunos desarrollos en el ámbito de los cuidados, de ahí que hoy estemos “asistiendo a una progresiva introducción de experiencias con este tipo de dispositivos en hospitales u otros entornos sanitarios, particularmente dirigidos hacia los colectivos más vulnerables, como niños y niñas o personas mayores”.
Dados sus propósitos y funcionalidades, a los robots de cuidados también se les conoce como “robots de asistencia sanitaria”, “robots sociales”, “compañeros artificiales” o “robots asistentes”. Según Van Wynsberghe, los robots de cuidado han sido “diseñados para su uso en el hogar, el hospital u otros entornos, para ayudar, apoyar o brindar atención a personas enfermas, discapacitadas, jóvenes, ancianas o vulnerables”.
Son muchas las ventajas de utilizar robots de cuidados para atender ciertas situaciones que se viven en la cotidianidad de los hospitales (levantar pacientes de sus camas, proveer de medicamentos a una gran cantidad de pacientes a la hora exacta, hacer las lecturas de los monitores, detectar y reportar algunas fallas, etc.) y, muy especialmente, en el contexto de una pandemia (podrían trabajar en zonas altamente contaminadas, jamás se enfermarían, cansarían, funcionarían 24 horas al día durante los 365 días del año, etcétera). Sin embargo, su incorporación en el terreno hospitalario no está libre de cuestionamientos éticos. Va un ejemplo para ilustrar este punto.
Con el fin de volver más cálida la imagen del robot cuidador, la compañía lo fabricó con una fisonomía atractiva. Se parece más a la Princesa Leia o a Luke Skywalker que al dorado Citripio o al cilíndrico Arturito. Ahora imagine que este robot es llevado como asistente cuidador en un asilo de ancianos y ahí una de sus moradoras se enamora perdidamente de él. Más allá de la decepción amorosa, ¿qué pasaría si algún anciano decide contarle la verdad de sus males al robot, pero se la oculta al médico de carne y huesos que atiende el asilo? ¿Qué pasaría si la “humanidad” del robot confunde a los ancianos?
Los robots de cuidado, vale la pena decirlo, no son solo “cacharros”, “máquinas programadas”, “artefactos”, sino la representación de una serie de actores, relaciones y significados que actúan de manera directa con las personas a las que apoyan, de ahí que su uso no pueda quedar al margen de las valoraciones éticas.
El ejemplo del asilo nos permite descubrir, al menos, cuatro controversias éticas que Vallès-Peris y Domènech abordan para otros casos en su artículo: “a) El engaño, y la advertencia sobre el riesgo de que algunas personas dependientes, como niños y niñas o personas mayores, sean incapaces de entender la naturaleza artificial del robot y se les esté alentando a tener una relación con este como si fuera real; (b) La sustitución de humanos por robots, enfatizando la importancia que el contacto humano tiene en las personas y los efectos negativos que tendría una privación continuada de este, si la asistencia fuera llevada a cabo exclusivamente por robots; (c) La privacidad y protección de datos, dada la capacidad que tienen los robots de grabar y almacenar información, especialmente cuando realizan tareas de monitorización, y la necesidad de distinguir entre información privilegiada e información que pueda ser distribuida y; (d) La responsabilidad sobre cómo discernir cuál sería la manera de dirimir responsabilidades en caso de que la actuación de un robot causara algún tipo de daño o perjuicio, subrayando la premisa según la cual un producto solamente es suficientemente seguro si se ha institucionalizado un orden de determinación de responsabilidades en el caso de daño a un ser humano”.
Dado que este tipo de situaciones estará presente, como bien dicen los autores, resulta fundamental “articular marcos éticos que puedan ayudar en la práctica cotidiana de los cuidados y contribuyan a resolver controversias particulares. [...] A pesar de que tanto la robótica como la inteligencia artificial tienen un desarrollo real exponencial indiscutible, los robots autónomos, inteligentes y plenamente conscientes actualmente parecen ser más una historia de la ciencia ficción”.
Próxima o lejana a la ficción, la incorporación de robots cuidadores resulta bastante razonable, por ello, como bien dicen los autores, es necesario “materializar la ética” en la operación misma del robot, es decir, que éste detecte y avise que se está haciendo uso indebido de alguno de sus servicios (imagine al robot emitiendo un pitido cuando alguno de los ancianitos lo quiera besar apasionadamente o intente llevar al robot a la cama) contar con una serie de protocolos y sistemas de seguimiento que permitan estar al tanto de cualquier riesgo potencial, tener a mano un plan “b” en caso de que el robot falle (al final de cuenta son sistemas falibles) y asegurar que su diseño se realice a partir de “los valores del cuidado” que esperaría cualquier paciente. La definición e incorporación de dichos valores, representa la única vía disponible para “humanizar” la labor de los robots cuidadores.
Piénselo con detenimiento y verá que, en tiempos de pandemia, más que un cuento de ciencia ficción, la incorporación de robots cuidadores en nuestros hospitales es una imperiosa necesidad, ante la falta de condiciones materiales dignas, para el personal sanitario heroicamente atiende nuestros hospitales.