Retorna Sinaloa a la violencia y crueldad
Emerge el miedo: 9 homicidios en un día

Alejandro Sicairos
02 julio 2024

Algún mensaje le envía desde Sinaloa la delincuencia organizada al Gobierno Federal por la secuencia de nueve homicidios en tres hechos de violencia reportados en menos de 24 horas, al parecer vinculados entre sí, y la crueldad agregada como posdata de quien sabe qué, pero sí nota escrita con sangre que la población descifra como miedo y ausencia de autoridad. Paradójicamente, cuando es mayor la presencia del Ejército, Marina y Guardia Nacional, la percepción de desamparo crece debido a la capacidad delictiva para instalar la sensación de ingobernabilidad.

La reacción oficial que se la juega con los indicadores de homicidios dolosos a la baja y la apuesta ciudadana a que se trate de un bucle de inseguridad como los dos Culiacanazos o la privación masiva de la libertad que el 22 de marzo afectó a familias enteras, la hacen de factor tranca palanca poniendo en un extremo la teoría de estadísticas en caída libre y en el otro la expectativa de la transitoriedad criminal.

A la gente la estremece la sola posibilidad de que la alta delincuencia agrave sus métodos cruentos con tal de sacar de quicio a instituciones y funcionarios responsables de proporcionar paz a los sinaloenses de bien. Al gobierno lo apacigua la gráfica que muestra cómo los asesinatos con armas de fuego están lejos de alcanzar los niveles de incidencia de años y sexenios anteriores. A su vez, el hampa del narco insiste en traernos aquí los indicios de brutalidad sostenida durante casi seis años en otras entidades del País.

Y el miedo se desparrama sin las adecuadas barreras de contención, removiendo la costra de ayeres en los que la comunidad entera se ha sentido con el arma en la sien. Cadáveres dispersados en distintos puntos y trasladados libremente de un lugar a otro, la práctica de mutilaciones que los une en el modus operandi, y la tardanza del Ministerio Público en la labor pericial y definición de móviles, hacen la función de detonantes de la turbación pública.

Principalmente, el azoro que exhiben la Fiscalía General del Estado, cuyos servicios forenses resultan insuficientes para atender tantos casos a la vez, y la Secretaría de Seguridad Pública estatal, incapaz de revertir el ambiente generalizado de intranquilidad, le dan cabida y motivo a igual desasosiego que experimenta Sinaloa entero por la circulación de imágenes y narrativas que se creían enterradas en pasados que escenificaron células ejecutoras del narcotráfico como los “Zetas” y los “Ántrax”.

Siendo así, nadie debería preguntar si estamos más seguros que antes ni si las bajas o alzas en la incidencia delictiva dependen de la pax narca o de la eficiencia de soldados y policías en sus operativos anticrimen. La duda sale sobrando al dominar la pesadilla en los despiertos o la incertidumbre de los dormidos por los muertos que certifican que ninguno puede considerarse a salvo. El punto crítico persiste y el reto consiste en resistir.

Entonces apremian las acciones de contención de parte del Gobierno del Estado, el requerimiento a la Federación para que impida la renovada balcanización sinaloense y las catarsis que desde la ciudadanía le cierre la puerta al pavor, fundamentales las tres condiciones en la prioridad de evitar que la barbarie se pose otra vez encima de la civilidad. Reeditar la batalla contra amenazas que hace poco tiempo creímos haber ganado.

Bajo ninguna circunstancia el Gobernador Rubén Rocha Moya debe permitir que la tierra de los once ríos se tiña otra vez de rojo a consecuencia de guerras feroces entre grupos de la delincuencia organizada o de esta contra la fuerza pública federal. A algún segmento criminal le están molestando los intensos operativos militares de la zona centro del estado y con las masacres y sañas de Navolato, Elota e inmediaciones de Imala dan códigos de inconformidad para que las descifre el Gobierno desde su posición de “aquí no pasa nada” y los sinaloenses las deletreen con el vocabulario del horror. Primero los militares nos pusieron a temblar por el fuego a discreción disparado en la comunidad de Sánchez Celis; después vinieron los cadáveres cercenados para que no olvidemos nuestra realidad violenta.

¿Y qué hacemos? A cada episodio de violencia encolerizada le corresponde el sólido pacto social que haga factible poner a salvo lo cardinal, que es la integridad de los sinaloenses pacíficos, sea cual sea la aptitud criminal para desquiciar el orden legítimo. Sobrevivir en espera de que acabe la infernal lucha entre los que quieren imponer la ley y quienes no cesan en infringirla, quedando en medio los que nada podemos hacer, excepto convertirnos en víctimas u observadores pasivos que vemos pasar a las víctimas desde el balcón.

Con los nueve asesinatos de ayer regresamos a la encrucijada de la pasividad cómplice o la acción cívica por las soluciones. Cuando pase esta racha de miedo decidamos en qué fila nos formamos.

Permitan por favor que la memoria,

Elimine los recuerdos de crueldad,

Y si por la paz llega la euforia,

Que no la mate la cruel realidad.

Corre el tiempo, ocho días hoy, desde que Paúl Omar Pérez Avendaño, maestro y campeón ajedrecista, y profesor de la Universidad Autónoma de Occidente, fue separado de su núcleo familiar y sus captores no atienden el ruego ciudadano de que nos lo regresen salvo y sano. Gritemos más fuerte su situación de ciudadano ejemplar hasta silenciar a aquellos que pretenden explicar su cautiverio para justificar a los victimarios, no para recuperar a la víctima. Que veamos pronto la noticia del retorno con los suyos para difuminar el sentimiento de pérdida que invade a Sinaloa desde el día que se lo llevaron a la fuerza.

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