Radiografía de la imaginación (4)
Hemos explicado que la imaginación es posible porque “lo que es” no se nos impone de manera definitiva, sino que se presta a diferentes ángulos, interpretaciones e, incluso -y es aquí donde aparece la imaginación- podemos jugar con “lo que es” y hacerlo como nos gustaría que fuera o como necesitamos que sea. Y habíamos comenzado a explicar una de las propuestas filosóficas más imaginativas: la tesis de la Armonía Preestablecida de Leibnitz, según la cual, no existe comunicación ninguna entre las cosas, pues siendo cada mónada “una unidad sin puertas ni ventanas”, cada una posee una fuerza de desenvolvimiento (Vis) que la hace coincidir con las demás, como si unas afectaran a las otras, o como si hubiera una real comunicación entre ellas.
Este universo inconexo, pero programado para que todo parezca estar en relación, generaba problemas con el libre albedrío, pues si cada acto humano debe darse exactamente para que la armonía no se rompa, entonces no somos libres, ya que tenemos que realizar de manera fatal todo lo que hacemos. Sin embargo, decíamos, Leibnitz muestra su genio creativo al ofrecernos un nuevo concepto de libertad: la libertad como autonomía, o sea, la regulación por un nomos (ley) propio.
Sin embargo, decíamos citando a Arnaud, un teólogo contemporáneo de Leibnitz, el problema con el libre albedrío no se resuelve con la autonomía, pues Dios al crearnos nos hizo como nos hizo, es decir, si él es quien nos dio la existencia y con ella la Vis, entonces, Dios determina cómo habremos de existir y aquí es donde Leibnitz extrema su imaginación para dar la respuesta más imaginativa que conozco: todos los seres posibles, o sea, los que no implican contradicción, son pensados por Dios desde siempre, pues si no los pensara a todos el entendimiento divino no sería infinito. ¿Qué significa esto? Que en el entendimiento divino hay todas las posibles versiones de cada uno de nosotros: por ejemplo, en este momento tengo puesta una camisa negra, pero es igualmente posible que yo vistiera una camisa azul o lila o del color que fuera, en la mente de Dios están todos mis yos posibles es decir, los no contradictorios: hay un Óscar gordo y un Óscar flaco y un Óscar negro y un Óscar blanco y uno alto y uno bajo, y así cada una de las posibles versiones de mí. Todas las versiones de cada uno de nosotros están en el entendimiento infinito de Dios. Las versiones que Dios no puede pensar son aquellas en las que Óscar es gordo y flaco a la vez, vivo y muerto a la vez: las contradictorias. En cambio, las versiones posibles de cada persona y de cada objeto están en el entendimiento divino, y ahí tienen un tipo de realidad que se denomina subsistencia. Cuando Dios nos crea, o sea, cuando nos da existencia, simplemente nos saca de su entendimiento para ponernos en la realidad, no hace nada más que darnos la existencia, nuestra esencia, lo que nos hace ser exactamente estos que somos, ya era así desde siempre. Dios habría podido dar existencia a cualquier otra versión de nosotros, pero entonces no habríamos existido nosotros, sino esos otros muy parecido a nosotros, pero no tú y yo, estos que sí existimos. Así, si en este momento no tuviera puesta esta camisa negra y estuviera con una verde, no seria yo, sería otro. La libertad, como autonomía, no queda comprometida por las críticas de Arnaud. Somos libres pues acatamos nuestra individualísima Vis, cualquier cambio en lo que hacemos tendría como consecuencia que no seríamos nosotros. Ser libre en Leibniz significa actuar solo y exclusivamente de acuerdo con nosotros mismos, es decir de forma autónoma y esta subsistía desde siempre, Dios lo único que hace es darle existencia, no configurarla.
Lo brillante de esta respuesta extraordinariamente imaginativa no está solo en la argumentación metafísica que he intentado resumir, sino en las consecuencias a que se vio orillado Leibnitz para probarla matemáticamente inventando el cálculo infinitesimal. Entre tú y yo, entre uno y otro, hay infinitas posibilidades, la misma cantidad de infinitesimales que hay entre 1 y 2, pues sus aportes en matemáticas no solo buscaban resolver un problema numérico, sino sostener su pensamiento metafísico.
Sabemos que Leibnitz inventó la numeración binaria, esa que solo emplea ceros y unos, y que hoy está ampliamente difundida, pues a propósito de esta numeración, cuenta la leyenda que la hizo para mostrarle a un escéptico que con tan sólo Dios y la nada (Dios era 1 y la nada obviamente 0) podía generarse el infinito. Entre los filósofos suelen darse las más imaginativas propuestas y, entre todos ellos, Leibnitz ocupa uno de los primeros lugares por su potencia imaginativa.