¿Qué es y qué no es la democracia?

Roberto Heycher Cardiel
28 septiembre 2024

La democracia, una palabra cargada de esperanza y ambición, es uno de los conceptos políticos más defendidos y malentendidos de nuestra era. A lo largo de la historia, diferentes actores políticos han tratado de apropiarse de su significado, adaptándola a sus propios fines e intereses. En México, bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador y la reciente elección de Claudia Sheinbaum, la noción de democracia está siendo reexaminada y, en algunos casos, reinterpretada.

La popularidad de AMLO y su sucesora, Sheinbaum, ha despertado interrogantes fundamentales sobre lo que realmente significa la democracia. ¿Es sólo el gobierno de la mayoría? ¿Se puede hacer cualquier cosa en nombre de la voluntad popular? Para abordar estas preguntas, es esencial profundizar en lo que la democracia es y, quizás más importante, en lo que no es.

En su forma más básica, la democracia es el gobierno del pueblo. Sin embargo, esta definición sencilla puede ser engañosa si no se desglosa con mayor precisión. La democracia no es simplemente la ejecución de la voluntad de la mayoría en cada decisión, sino un sistema de gobierno en el que se respetan los derechos de todos, incluidas las minorías y los individuos que se oponen a la mayoría. Se trata de un delicado equilibrio entre la voluntad popular y la protección de los derechos fundamentales.

Uno de los pilares clave de la democracia es el Estado de Derecho. En una democracia verdadera, nadie está por encima de la ley, ni siquiera los líderes electos. Las decisiones se toman dentro de un marco legal que garantiza que las instituciones y los ciudadanos estén sujetos a las mismas normas. Las instituciones, como el Poder Judicial, existen para proteger la imparcialidad de las decisiones y actuar como contrapeso a cualquier intento de abuso de poder.

Otro elemento esencial es la libertad de expresión y prensa. En una democracia saludable, los ciudadanos deben poder expresar libremente sus opiniones, criticar al gobierno y promover sus propias ideas. Los medios juegan un papel crucial en la vigilancia de las acciones del gobierno y en garantizar que los ciudadanos estén informados de manera imparcial y transparente.

Finalmente, la participación ciudadana no se limita al día de las elecciones. La democracia exige un compromiso continuo de la ciudadanía, no solo en la elección de representantes, sino también en la exigencia de rendición de cuentas, la defensa de sus derechos y el respeto a las instituciones democráticas.

El hecho de que la democracia se base en el voto popular a menudo genera confusiones peligrosas. Un error común es pensar que una vez que un líder ha sido elegido por una mayoría, este tiene el derecho de gobernar sin limitaciones, basándose únicamente en la legitimidad que le otorga su popularidad. Este tipo de pensamiento es lo que conduce a lo que muchos politólogos llaman “democracia iliberal” o autoritarismo electoral.

En una democracia auténtica, el poder de la mayoría no es absoluto. No es democracia cuando las decisiones de la mayoría violan los derechos fundamentales de las minorías o erosionan la división de poderes. Un gobierno que busca modificar las reglas para mantenerse en el poder indefinidamente, o que intenta controlar el Poder Judicial, los medios de comunicación o las organizaciones independientes, no está actuando dentro de los principios democráticos, sino que está cruzando la línea hacia el autoritarismo.

El gobierno de México ha promovido un discurso que exalta la voluntad popular como el único factor legitimador de las decisiones gubernamentales. AMLO ha sido una figura clave en este proceso, utilizando una retórica que divide entre “pueblo” y “élites”, entre los agraviados y los privilegiados. En un país donde los agravios históricos como la desigualdad, la corrupción y la discriminación han sido profundos, este discurso ha encontrado un eco significativo. Sin embargo, esta narrativa corre el riesgo de fragmentar aún más la sociedad mexicana y de desvirtuar lo que debería ser un proceso democrático inclusivo.

La reciente elección de Claudia Sheinbaum, con una mayoría abrumadora, ha generado una retórica peligrosa: la idea de que la mayoría en las urnas justifica cualquier tipo de decisión. Se plantea que, porque se obtuvo una mayoría de votos, el gobierno tiene el derecho de reformar incluso las instituciones más fundamentales, como el sistema judicial, sin limitaciones. Sin embargo, esta interpretación no sólo es simplista, sino profundamente antidemocrática.

Es esencial recordar que una de las razones por las que existen instituciones como el Poder Judicial es precisamente para limitar el poder de las mayorías cuando este pone en riesgo los derechos fundamentales. La reforma judicial, que incluye la elección popular de jueces, es un ejemplo claro de cómo el principio de democracia está siendo distorsionado en México. Al someter a los jueces a un proceso electoral, se corre el riesgo de politizar el Poder Judicial, sometiendo a sus decisiones a la voluntad de la mayoría en lugar de a la imparcialidad y el Estado de Derecho.

La democracia no es simplemente el voto en las urnas ni el mandato temporal de una mayoría. Es un pacto social en el que todos, incluidos aquellos que no forman parte de la mayoría, tienen garantizados sus derechos. En México, estamos ante una encrucijada histórica. No se trata sólo del rumbo de un gobierno, sino del futuro de nuestras libertades, de la capacidad del ciudadano para exigir justicia sin temor a represalias, y de la vigencia del Estado de Derecho como el pilar de la convivencia pacífica.

Cuando se reinterpreta la democracia para justificar decisiones autoritarias, cuando se utiliza la popularidad como excusa para ignorar las instituciones que limitan el poder, estamos a un paso de perder aquello por lo que generaciones han luchado: una nación donde la voz de todas, no sólo de la mayoría, es escuchada. El silencio complaciente de hoy será el grito impotente de mañana si no entendemos y defendemos lo que realmente significa vivir en una democracia.

México ha sido, desde su nacimiento, una nación que abraza la libertad y la democracia, aunque no sin contradicciones ni dificultades. Nuestra historia política, marcada por un fuerte presidencialismo, nos ha llevado a un cruce de caminos, donde la sombra de la autocracia se cierne amenazante. Sin embargo, no todo está perdido. La democracia no es un concepto estático, es un proceso dinámico que vive y se alimenta del compromiso ciudadano.

La casi desaparecida educación cívica, por más golpeada que haya estado, lleva en su química la semilla de la resiliencia democrática.