Punible

Lorenzo Q. Terán
23 octubre 2019

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lqteran@yahoo.com.mx

 

Los dantescos acontecimientos que incendiaron Culiacán, el 17 del presente, merecen una reflexión a fondo. Dadas las circunstancias que rodearon los hechos y con el fin de evitar los famosos “daños colaterales”, velando por la seguridad de los ciudadanos, consideramos acertada la salida que le dio a la crisis el Presidente Andrés Manuel López Obrador; se corrobora una vez más que los mexicanos tenemos un Presidente sensible en la salvaguarda de las vidas y los derechos humanos.

No se puede negar, este país está cambiando en muchos aspectos sustantivos, si nos atenemos a la situación que prevalecía en el pasado reciente. Había hechos y acciones gubernamentales que, para los ciudadanos, significaba cargar una pesada lápida en sus espaldas, porque la lógica de combatir la violencia con violencia, atizar el fuego con el fuego, que tantas víctimas inocentes cobró desde el oscuro sexenio del panista Calderón, parecía una parafernalia que había llegado para quedarse.

Hoy la ciudadanía se da cuenta que esa estrategia de guerra frontal era fallida y sólo extendió la violencia a todo el territorio nacional. Además no era infalible, el pasado régimen se había establecido con una base social corporativa, promoviendo un estado de cosas donde el contubernio y la corrupción hacían su agosto. El estado cada vez se empeñaba en favorecer a una élite de privilegiados en demérito de la inmensa mayoría de ciudadanos.

Las masas de obreros y campesinos se empezaron a alebrestar en contra de ese estado de cosas prevaleciente hasta antes de la elección del 2018; el país se encontraba cubierto por un manto de corrupción por parte de la tradicional burocracia política, cuyo discurso de promesas demagógicas no encontraba eco entre los ciudadanos. Por eso la Nación optó por un “golpe de timón”, un cambio de conducción del país que produjera un cambio de régimen por la vía electoral.

Llegó la elección presidencial de 2018 y el viejo régimen con todo su pretendido poder omnímodo se derrumbó. Esa elección, donde los ciudadanos decidieron un nuevo camino para el país, cambió por completo el panorama.

Los más incrédulos de lo que pasó fueron los partidos tradicionales, no daban crédito a la contundente y abrumadora votación por el cambio, fue algo inaudito en el país. Los ciudadanos desdeñaron al viejo régimen corrupto, aparte de omiso ante las carencias sociales, pues les valía, se dedicaban en cuerpo y alma a servir a una élite económica, por eso les cayó como agua fría el resultado de la elección presidencial.

Se produjo un buen resultado para el pueblo; los ciudadanos están dándole su respaldo multánime a un gobierno distinto a los anteriores, que marca un parteaguas en la historia del país. Uno de esos grandes cambios es que ya no hay una política que fomenta la violencia y los daños colaterales. Ahora se busca atacar las causas que provocaron esos males sociales, y sobre todo actuar con humanismo, priorizando la salvaguarda de los civiles.

Y es que el clima de violencia, alentado desde el oscuro sexenio de Calderón hasta el pasado reciente, aparte de que les permitía manejar con irresponsabilidad el patrimonio nacional, creó un ambiente que fue caldo de cultivo para la violencia económica contra los ciudadanos.

Despojos, violaciones a las regulaciones ambientales, introducción de formas intensivas -y poco amables con la ecología- de explotación de los recursos naturales, tales como el “fracking” y la minería a cielo abierto, que contaminaban los ríos, no hicieron sino extender el clima de violencia a la misma economía.

En esto tiene confianza plena la ciudadanía, se va a legislar positivamente para desactivar la cultura de la violencia, que tantas vidas le costaron al pueblo mexicano. Nunca más se debe trivializar la tragedia, ni se le debe condenar a pagar los costos, en vidas humanas, de una pretendida guerra de antemano perdida.

El pueblo mexicano es de índole contraria por completo a la violencia. Por eso aplaude las medidas que van a las causas y no a una mera reacción visceral, o que sirven sólo para el lucimiento político de momento, o la nota triunfalista en los medios.