¿Puede ser justa la guerra?

Pablo Ayala Enríquez
20 marzo 2022

La historia de la humanidad se ha escrito con sangre derramada en la guerra. En Occidente, por ejemplo, la Ilíada, además de dar cuenta del nacimiento de los dioses del Olimpo, representa la épica heroica que se gesta en la guerra. En este contexto, las luchas no son un mero impulso bestial que desdibuja la naturaleza humana, sino el terreno donde germinan las más altas virtudes.

Animada por otros motivos -legitimar y ampliar la propia cultura, difundir y preservar la palabra de Dios, Alá, Odin, etcétera-, desde la era del imperio romano, el Medievo, la Ilustración y el que vino a raíz de las otras revoluciones que se desprendieron de la francesa, la guerra ha estado presente hasta nuestros días.

¿Su permanencia en el tiempo se debe a que resulta necesaria? ¿Inevitable? Si así fuera, ¿ello la justifica? ¿La vuelve justa?

Después de ver las imágenes de soldados depositando a civiles en fosas comunes, a familias enteras suplicando por tener un espacio en los refugios antiaéreos, la rabia de los que se quedan para defender el único patrimonio que tienen, la tristeza de los desplazados que huyen de sus casas arrastrando maletas y desesperanza, las ruinas de edificios públicos, hospitales, teatros y casas, las constantes refriegas militares en calles de pueblos y ciudades, ¿podemos hablar de guerras justas?

A decir de pensadores de la talla de Groccio, Pufendorf, san Agustín de Hipona, santo Tomás de Aquino, Kant, Hegel, Marx, Bobbio y Walzer, por mencionar solo unos cuantos, aunque suene terrible, la guerra es justificable y, en esa medida, puede llegar a ser justa. Me explico.

Jefferson Jaramillo y Yesid Echeverry, en un artículo académico que titularon “Las teorías de la guerra justa. Implicaciones y limitaciones”, hacen un recorrido por algo parecido a una breve historia de la filosofía política de la guerra. Ahí, su principal objetivo es identificar “los conflictos bélicos que pueden considerarse justos y aceptables y los que son injustos y condenables”.

Sobre este punto, Norberto Bobbio -un afamado politólogo italiano que estudió el papel de la guerra en la creación de los Estados-, las explicaciones que tratan de justificar la guerra, como refieren Jaramillo y Echeverry, pueden agruparse al menos, “en seis grandes bloques interpretativos: el primero que considera la guerra como justa; el segundo que la asume como un mal menor; el tercero que la toma como un mal necesario; el cuarto que la ve como un bien; el quinto que la postula como un acto divino y, finalmente, el que la considera como un hecho propio de la evolución. Según Bobbio las cuatro primeras justificaciones se han dedicado a evaluar la guerra como un hecho absolutamente humano, y las dos restantes como un hecho no humano; es decir, producto o bien de fuerzas sobrenaturales o de fuerzas estrictamente naturales”. ¿En cuál de estos bloques interpretativos ubicamos la guerra entre Rusia y Ucrania?

Para simplificar el análisis comenzaremos de atrás hacia adelante. No estamos ante una guerra natural -desatada por un sismo, sequía, plaga, etcétera-, ni frente a una divina, tal como la que sostuvieron cristianos y musulmanes, sino ante una motivada por intereses estrictamente humanos, donde la idea de “bien” sale inevitablemente raspada. ¿Esta guerra para quién representa un bien? ¿Para los rusos o los ucranianos? ¿Para sus gobernantes o para el pueblo? ¿Ante qué tipo de bien estamos, cuando su realización conlleva la muerte de inocentes? ¿Podemos hablar que esta guerra encarna un bien?

Echando mano primero de los planteamientos de Maquiavelo, Jaramillo y Echeverri señalan que:

“La idea de la guerra como un recurso instrumental en manos del gobernante, admitió que la guerra era justa si era necesaria, lo que llevaba a que pudiera ser catalogada como un bien político para los pueblos a la hora de decidir frente al honor, la defensa nacional y la gloria futura. Pero también habría que situar a Hegel, para quien la guerra se justificaría como un bien si lo que se pretende es ganar y preservar, a través de ella, el bienestar de los Estados. Como el Estado es soberano en tanto garantiza la unidad e identidad dentro de sus fronteras y fuera de ellas, se justificaría defender hacia afuera y hacia adentro esa soberanía, expresada o manifiesta en dos momentos claves. El primero en situaciones de paz y el segundo en situaciones de alerta de emergencia”.

Y, justamente, esta última situación es la que, más que un bien, hace de la guerra un mal necesario. Pensemos en la reacción de Ucrania ante la invasión del ejército ruso. ¿Cómo debía actuar? Teniendo en cuenta que en 2014 Vladimir Putin se apoderó de la península de Crimea, sus nuevas amenazas hicieron sonar todas las alarmas, llevando a Ucrania a empuñar las armas. En ese sentido, el trago amargo de la guerra encarnaba un mal necesario que debía enfrentar el pueblo ucraniano.

Teniendo en consideración el tamaño de ejército, arsenal, recursos y capacidad para resistir por un tiempo prolongado la guerra, para Rusia la guerra representa un mal menor, en lo que a muertes y daños se refiere. La destrucción la están haciendo fuera de su territorio, mientras que los ucranianos, por el momento, se limitan a resistir. Con fiereza y valentía, sin duda, pero sin intentar sitiar y tomar Moscú, destruir la plaza de San Petersburgo o profanar la tumba de Lenin.

¿En qué momento podemos declarar que la guerra es justa?

Como dicen Jaramillo y Echeverri, la guerra se justificaría si se tratara de defender cuestiones realmente importantes, como podrían ser la “legítima defensa, pero también por otras razones adicionales como la reparación de un agravio, la reclamación de un derecho o la prevención de un ataque”.

Sobre esto último, habría que decir que a las razones que legitiman la necesidad de ir a la guerra se suman los medios de los que se vale un país para guerrear contra otro. Las reglas de la guerra impiden que esta se convierta en un crimen masivo -especialmente en contra de civiles indefensos- sin otro fin que el de saciar el odio contra el enemigo.

Sobre este punto de las reglas de la guerra, siguiendo a Michael Walzer, nuestros autores señalan que hay dos clases de reglas que deben ser discutidas desde la teoría de la guerra:

“La primera, cuándo y cómo pueden matar los actores y a quién pueden matar, temas que están referidos a cuestiones como la recta intención o la proporcionalidad de las acciones en la guerra y que tienen que ver con eso que clásicamente se ha llamado `ius in bello´. [...] Frente a la segunda sí hay necesidad de un juicio moral [porque] entran los mínimos, las restricciones, los pactos. También Walzer considerará que en tanto la guerra es una creación social, las reglas para su regulación lo son también y, entonces, deben comprenderse los procesos que las explicitan”.

Más allá de estas sesudas explicaciones dadas por quienes han filosofado sobre la posibilidad de hablar de guerras justas, en lo personal me parece que la guerra es la expresión máxima del abuso de poder, la irracionalidad, la insensibilidad, la crueldad, la locura, la renuncia al respeto y aprecio por la humanidad. Cuando la paz se alcanza matando a inocentes, no hay justicia posible.

Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Qué diferencia existe entre los desplazados de Ucrania y los sirios o afganos? ¿Por qué a los ucranianos se les ha estado recibiendo con los brazos abiertos en Alemania y Polonia, por ejemplo, y a los sirios en su momento se les impidió el paso? ¿Qué formas de discriminación e injusticia está dejando al descubierto esta guerra absurda?