¿Puede el PRIAN hacerse del congreso?

Jorge Zepeda Patterson
14 noviembre 2020

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@jorgezepedap


La polarización de la sociedad mexicana es cada vez más palpable; tanto o más que en Estados Unidos, pero acá hay una diferencia fundamental: en nuestro país no hay un correlato partidista o electoral que refleje esta confrontación. Mientras que en Estados Unidos la polarización se canaliza en los dos grandes partidos políticos, Demócrata y Republicano; en México solo uno de los polos tiene una expresión electoral: Morena, el partido del México de los desfavorecidos. Mientras eso siga así, López Obrador no tiene de qué preocuparse.

Frenaa 1, Sí por México o cualquier otra expresión de descontento de la comunidad podrán ocupar plazas y hacer manifiestos, pero en tanto estén ausentes de la boleta electoral la posibilidad de derrotar a la 4T es nula. De allí los esfuerzos de Sí por México para unir al PAN y al PRI en una fuerza única para las próximas elecciones. ¿Es un peligro real para AMLO o tan solo un sueño guajiro de parte de sus rivales? Examinemos.

El mote de PRIAN parecía ser un descalificativo más de mala leche de los que suelen endilgarse durante las campañas. Pero una y otra vez, con el tiempo, los políticos terminan convertidos en la peor versión de sí mismos. En la práctica, hoy en día el PRI y el PAN parecen ser indistintos, intercambiables. Primero el PRI y luego el PAN fueron perdiendo todo posicionamiento ideológico para convertirse esencialmente en aparatos destinados a conquistar posiciones y poder para sus élites.

El PRIAN es resultado de un largo proceso histórico. Salinas fundó la primera piedra del futuro híbrido al robar algunas banderas y postulados del viejo partido blanquiazul: privatizaciones, fusión con la iniciativa privada y sus cuadros, achicamiento del estado, aversión a los líderes sindicales y gremiales (excepto como instrumento de control), abandono de los sectores populares (excepto como clientela electoral). A su vez el PAN fue perdiendo la dimensión humanista incrustada en sus cimientos para entregarse en brazos de la nueva religión del tecnócrata que el PRI había puesto en boga (y nada lo ilustra mejor que el perfil de Ricardo Anaya, su último candidato a la presidencia). El partido también dejó atrás la arraigada obsesión en contra de la corrupción gubernamental que durante décadas criticó en el PRI: Calderón ignoró el tema del combate a la corrupción y sentó las bases para el saqueo que llegaría en el siguiente sexenio.

Y si para efectos ideológicos los dos partidos parecen haberse desdibujado uno con el otro, en términos de praxis política la ambigüedad es aún mayor. El primer Presidente de origen panista, Vicente Fox, pidió el voto para el PRI en 2012 y 2016, no para los candidatos de su partido. El sexenio de Felipe Calderón puede pasar a la historia como un capítulo más del largo período del priismo privatizador y modernizante; cuando llegó al poder emuló uno tras otro los usos y costumbres de sus predecesores del tricolor. Por lo que toca al PRI, baste decir que su último candidato, José Antonio Meade, fue un eterno filo panista y ex ministro de Calderón y tuvo que ser inscrito tardíamente en el PRI para convertirse en su abanderado. Y en lo que verdaderamente importa, el manejo de los dineros, los gobierno de ambos partidos intercambiaron a las mismas parrillas de economistas porque, en última instancia, las políticas económicas eran esencialmente similares.

Tampoco es que haya algo ilegítimo en ello. Los dos partidos transitaron a versiones convergentes una con la otra, en su afán de responder a la evolución del electorado urbano y de los sectores medios. En el proceso el PAN perdió su fidelidad a las banderas ideológicas originales y el PRI perdió algo aún más importante, su identidad con los sectores populares. Esto último dejó un vacío sobre el que creció la candidatura de López Obrador hasta hacerse mayoritaria. Ambos partidos, PRI y PAN, se desentendieron del México sumergido bajo la premisa de que la modernidad lo haría anacrónico y terminaría por hacerse cada vez menos relevante para la vida política. Como sabemos, el modelo de desarrollo seguido por los gobiernos de ambos provocó justo lo contrario.

En 2018 estos dos Méxicos polarizados votaron aún con algunos traslapes. Muchos miembros de los sectores medios lo hicieron por AMLO, exasperados por la corrupción de los gobiernos anteriores, pero dos años después muchos de ellos repudian ahora al gobierno de la 4T acusándolo de populista. Del otro lado, algunas comunidades campesinas, burócratas y miembros de organizaciones populares siguieron votando por el PRI por la inercia del pasado, a pesar de que ese partido los había abandonado mucho antes. Pero esos traslapes serán mucho menores en las elecciones intermedias de 2021 y quizá en las presidenciales de 2024. Los dos Méxicos se han polarizado y cada vez lo harán más en respuesta a las políticas públicas del gobierno, que favorecen esencialmente a uno de los dos polos, para beneplácito de unos y enojo de los otros.

"Mientras el pueblo esté conmigo, el gobierno de la 4T seguirá", afirma AMLO. La pregunta es si eso le alcanzará para ganar la siguiente elección.

La respuesta dependerá en buena medida de lo que haga la oposición. Si el polo opuesto se presenta con dos candidatos en cada distrito volverá a perder. Pero el gran obstáculo para las candidaturas únicas en el PRI y el PAN no será ideológico, en todo caso, sino la ambición de los cuadros y dirigentes. Si nos atenemos a las convicciones ahora mismo podrían estar fundando el PRIAN bajo un nuevo nombre. Pero ninguna de las dos élites querrá ceder frente a la otra o perder posiciones. Salvo, claro, que crean que pierden aún más yendo por separado. El propio AMLO lo ha reconocido: por fortuna no se unieron en el 2018, yo les habría ganado de cualquier manera pero quizá no habríamos obtenido mayoría en el Congreso, afirmó esta semana, palabras más palabras menos. Si así lo cree, resulta contraproducente que acicateé al respetable diciendo que se está con la 4T o en contra de ella, sin medias tintas. Eso es prácticamente un llamado a todos los que tienen alguna diferencia para que se unan en su contra.

Frente a la renovación del Congreso en 2021 estas reflexiones dejan dos grandes preguntas en el aire: ¿serán capaces PRI y PAN de trascender sus egoísmos, controlar a sus cuadros regionales y fusionar candidaturas? ¿Convendrá a López Obrador seguir provocándolos para echarlos en brazos uno del otro, o debería comenzar a tenderles puentes para evitar ese escenario? Quedan unos meses para saberlo.