PRD: herencias y legados
Esta es una idea descabellada, y no tanto después de las elecciones del domingo 5 de junio. El PRD de este día constituye la casa de la descomposición política inocultable. Eso está a los ojos de todos con su alianza con el PRI, contra el que surgió en muy buena medida, y con el PAN, partido decano de la derecha mexicana.
Formalmente, y si los documentos básicos sirvieran para algo, está decorativamente en las antípodas de ambos, y sus compromisos reales se han ubicado en lo que antes fue un proyecto democrático.
En realidad no representa nada rumbo a la elección en el Estado de México en 2023, y no se diga en la general de 2024, que será de definiciones que marcarán la historia del país por un ciclo de mediano o largo plazo, sobre todo ahora que ha perdido su registro local en varias entidades.
Quienes usufructúan hoy al PRD son indignos de representar una larga historia que está detrás, marcada por la persecución que estuvo presente y una violencia exterminadora (cientos de militantes muertos a manos de gobiernos priistas). Si a sus dirigentes actuales les quedara un adarme de vergüenza, deberían regresarlo a manos dignas para su reestructuración, para la construcción de una izquierda democrática, expresión que será la gran ausencia que golpeará toda la coyuntura que está por abrirse en la disputa por el rumbo del país.
Tres aspectos deseo señalar. En primer lugar, que el PRD surgió con el compromiso histórico de ser un instrumento en manos de la sociedad, no un cenáculo de ambiciosos divorciados de la ciudadanía. Su nacimiento anunció, en 1989, un plan para ciudadanizar la política y, por ende, el régimen priista, que se calificó como un partido de Estado. El PRD fue una respuesta que postuló la revolución democrática, luego del fraude descomunal que le robó la Presidencia al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
En un segundo aspecto subrayo que su registro como partido era patrimonio del Partido Comunista Mexicano, que devino en Partido Socialista Unificado de México, para concluir como Partido Mexicano Socialista. El PCM, al legalizarse, fue una herencia de muchos años de lucha para abrir el sistema de dominación electoral del estado, con todo y su corporativismo, vertebrado a través del PRI, las centrales obreras y campesinas.
Con la reforma política de Jesús Reyes Heroles, concretada a fines de la década de los 70, se legalizó al PCM, terminando con un estado de excepción; pero de ninguna manera fue una dádiva gubernamental, sino resultados de muchos años de lucha, de figuras tan destacadas como Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Gilberto Rincón Gallardo, Antonio Becerra Gaytán, entre otros muchos.
Más allá de disensos con ese partido, se le incorporó a los procesos electorales, para jugar un papel de compromiso firme hacia la izquierda, rol que se autoasumió.
Por último, que el “donativo” del registro del PCM fue para evitar los escollos que ponía el gobierno de Carlos Salinas para acallar el disenso en su contra. Había urgencia de tener presencia electoral de inmediato, bajo nuevas siglas que dieran cuerpo a la gran alianza ciudadana que se desarrollaba en medio de la ruptura que encabezaba Cuauhtémoc Cárdenas; y la opción fue asumir, con otra denominación, el viejo registro del PCM para dar organización a una abigarrada expresión que ahora optaba por la unidad y a la que tenían acceso expriístas, antiguos comunistas y socialistas, ex guerrilleros, cívicos, maoístas, y figuras regionales que se sumaron al esfuerzo de construir un partido que sintetizara la lucha por la equidad, atada al compromiso democrático y a la legalidad constitucional.
A la distancia puede verse cómo todo esto cambió, porque lo que fue ya no es. Se entró en una fase que empezó a tolerar la obsequiosidad con la corrupción política, de la etapa de Peña Nieto, con el que se pactó toda una política que condujo al fracaso. Pero no sólo eso. También se empezó a tolerar el liderazgo y la necedad de López Obrador, quien siempre trabajó con dualidad de lealtades y compromisos, y con un pragmatismo a toda prueba, para consolidar su liderazgo personalísimo.
Cuando a Andrés Manuel el PRD ya no le sirvió, lo desechó para tener a su servicio una organización como una dúctil plastilina en su manos. En el PRD, mínimo, se deliberaba. En Morena hay una sola voz, y se obedece.
Tengo la percepción de que al PRD se le dejó morir de la forma más miserable, y que hoy es indigno que lo usufructúen quienes son ingratos y desleales a la vieja herencia, en particular a los comunistas y demócratas, y que por eso están moralmente obligados a la restitución de ese patrimonio para que pase a buenas manos.
No paso por alto que la política es otra cosa y que esto es de imposible realización. Se perfila ya que el importante papel organizado que pudiera jugar como una genuina izquierda, será la gran ausencia en esta importante etapa del país. Quiero equivocarme.
En todo esto advierto, entre otras cosas, que los héroes están fatigados, ya no quieren hacer nada, razón de más para que todo lo dicho, sobre todo las propuestas, no sea más que una idea descabellada que postula la recuperación de una vieja herencia y sus legados. Lo dicho, siempre: así como las sucesiones civiles naufragan en los juzgados y en las notarías, esta que es de índole política, no será excepción.
Pero ahí está la sugerencia.