Poder, clase política y sociedad

Vladimir Ramírez
14 septiembre 2021

Se dice que en política no hay sorpresas, sino sorprendidos. Esta experiencia ha sido una constante en política y los juegos del poder en México. A lo largo de la historia posrevolucionaria y hasta hoy en día, los sucesos políticos suelen siempre aparecer de forma súbita en los medios de comunicación para enterar a los mexicanos de las decisiones que afectan y llaman la atención de los actores políticos, pero también del ciudadano común que observa cómo se toman decisiones en su nombre.

No obstante, cuando se toman decisiones como titular de algún gobierno, sea federal, estatal o municipal, estas obedecen más a estrategias de carácter político que buscan, no el consenso ciudadano, sino el equilibrio o consolidación del poder frente a las otras fuerzas políticas.

Tenemos entonces que el titular de cada gobierno navega entre las aguas de la clase política y la demanda ciudadana. Es por eso que las decisiones algunas veces sorprenden y otras no, por ejemplo, no es sorpresa cuando se soluciona un problema social que lleva tiempo esperando respuesta de parte de las autoridades. Pero cuando las decisiones obedecen más a la lógica de los intereses de la clase política, éstas pueden ser motivo de sorpresa puesto que basta con el acuerdo entre actores políticos, sin necesidad de tomar en cuenta a la población.

Es en esta parte donde el ejercicio de gobernar atiende dos realidades en un mismo escenario: una vista desde las élites políticas y otra desde la realidad ciudadana. Ambas esperan ser prioridad en las decisiones del gobierno. De esta manera es como el poder enfrenta un dilema de equilibrio y preferencias.

De ahí que el significado del “quehacer de la política” varíe entre una realidad y otra. Una situación social muy nuestra en la “práctica de la política”, que ha determinado la circunstancia actual del país en todos sus ámbitos. Una disputa del poder entre las élites políticas por un lado y por el otro las exigencias de una nación postrada en la desigualdad y el atraso. Más de un siglo de sucesos políticos que ubican a México en un interminable bucle histórico del subdesarrollo.

Mientras que para la clase política los temas de igualdad, democracia y pluralidad se ubican en su propio contexto de necesidades, para la mayoría de la población se localizan en un contexto de esperanza y anhelo permanente por un cambio social que ofrezca igualdad de oportunidades, bienestar para sus familias y prosperidad de sus comunidades en una democracia.

Como afirma el politólogo alemán, Norbert Lechner, la construcción social de las relaciones y conductas en una sociedad parecería responder más bien a pautas interpretativas, específicas para cada grupo social. La significación de una práctica política dependería, pues, de la interpretación de cada grupo acerca de lo que es la realidad social.

Vale entonces afirmar que la discusión mediática de la política en México, obedece más a la realidad social de una élite política que se disputa el poder y no a la de una población que, pasiva en términos de organización y presencia, asume la discusión de temas políticos que les son ajenos a su realidad. Una población que se ha vuelto espectadora de una trama histórica que no es precisamente la suya, sino la de una cúpula de actores políticos que da prioridad a las relaciones de poder, dejando en segundo y a veces en un tercer plano, el desarrollo evolutivo individual y colectivo de quienes dicen representar.

Así encontramos que en los últimos 114 años nos hemos estado repitiendo como sociedad en un mismo contexto que obedece más a la realidad de la clase política; esto explica que todo avance de la democracia, de la participación política y del fortalecimiento o deterioro del aparato gubernamental, se da en función de criterios y prioridades establecidas por las élites dominantes en todas sus escalas.

La trama discursiva de las llamadas corrientes de izquierda y de derecha, se vuelven un mismo capítulo que se repite en el juego de la democracia y la disputa por el poder. Esta es la inercia de la historia que aún pervive como si fuera ésta un destino y no una dinámica social.

De acuerdo con el politólogo alemán, tanto la derecha como la izquierda, hacen política con dos referentes claros: desde el aparto estatal y del partido. Por ello la política nos remite al Estado, sea para destruirlo o para coparlo pues en ellos predomina una concepción instrumental de la política.

De ahí la importancia de la representación organizada, tanto al interior de los partidos como de las organizaciones sociales, de crear un mismo frente capaz de sacar al “quehacer de la política actual”, del contexto exclusivo de los intereses de las antiguas y nuevas élites, que pretenden en los hecho mantener la hegemonía de las decisiones desde el poder público.

Por eso para ellos queda fija la idea de que la política es, de manera inevitable, lo que hoy se vive y de padece de ella. Sin embargo como sostiene Lechner, el hombre llega a ser lo que es –él y su circunstancia- mediante una formación de su pensamiento. La convivencia humana no obedece a un libreto preestablecido; es un proceso abierto de búsqueda y de aprendizaje, en el que Sinaloa, en este caso, de ninguna manera es la excepción.

Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.