¿Plantíos de hoja de coca en México?
Profesor-Investigador del @CIDE_MX
@perezricart
SinEmbargo.MX
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La nota en el periódico me pareció extraña. “Narcos apuestan a producción de hoja de coca mexicana”. ¿Hoja de coca mexicana? ¿De verdad?
En México existen amplias zonas de cultivo de amapola y mariguana. No es sorpresa para nadie. Regiones enteras de Guerrero y del Triángulo de Oro (Durango, Sinaloa, Chihuahua) son, desde hace más de 100 años, centro de producción de estas plantas. Su erradicación ha sido razón de Estado desde hace casi un siglo.
La mención de plantíos de mariguana y amapola son, pues, lugar común en medios nacionales. ¿Pero de hoja de coca?
Comencé a investigar. A leer. A preguntar.
En efecto: hace 10 años se halló el primer plantío de coca en México, cerca de Tapachula, Chiapas. La parcela era mediana (mil 290 metros cuadrados). A juzgar por los reportes de decomisos del Gobierno federal y de notas periodísticas fue flor de un día, apenas un ensayo.
Pasó un buen tiempo. A partir de 2021, sin embargo, el Ejército mexicano “encontró” siete plantíos de hoja de coca, la mayoría en la zona serrana del municipio de Atoyac, Guerrero, a menos de 100 kilómetros de Acapulco. Desde entonces, todo se aceleró. En 2022 se destruyeron más de 70 plantíos (33 hectáreas totales). Y solamente en enero de 2023 fueron 23. El crecimiento ha sido exponencial.
Es extraño, repito. La coca “Erythroxylum coca” es un arbusto de 1.0 a 2.5 metros de altura. La temperatura ideal para su cultivo va entre los 18 y 25 grados centígrados. Suele cultivarse en laderas situadas entre los mil y los mil 200 metros de altura. Por décadas, Colombia, Perú y Bolivia han sido los únicos países en los que se cultiva hoja de coca de manera masiva. Las condiciones naturales de las zonas bajas de los Andes, además de la relativa ausencia de infraestructura estatal, propician condiciones perfectas para su cultivo.
La función de México en el tráfico global de cocaína se ha limitado a su transporte, nunca al cultivo. Es un país puente, no un país productor. Hasta ahora. Una incursión, así sea tímida, de grupos mexicanos al negocio del cultivo de hoja de coca en lugares como Chiapas o Guerrero podrían cambiar drásticamente la naturaleza del negocio. Se reducirían costos de transporte y se eliminaría el riesgo, cada vez mayor, de ser detenidos en altamar por la DEA y el resto de las agencias antinarcóticas.
No sería la primera vez que un país reemplaza a otro en el cultivo de coca. A principios de los años 70 la mayor parte de la hoja de coca se sembraba en Chile. La dictadura de Pinochet y el emprendimiento de los traficantes colombianos movió hacia el Norte el centro de cultivo. Una década después las sierras colombianas eran la principal fuente de la hoja de coca global. En el narcotráfico lo normal es el cambio, no la estabilidad.
Es pronto para hablar de un desplazamiento de la producción de la coca a México. Aun así, llama la atención que a finales del año pasado hayan sido descubiertos al menos dos laboratorios para procesar hoja de coca en la zona de Atoyac. Esto quiere decir que el proyecto de cultivar la plantar en México viene acompañado de una infraestructura mínima para hacer viable el negocio. ¿Cuál es la explicación más probable? La crisis del cultivo ilícito de amapola provocada por la llegada de opioides sintéticos. La menor rentabilidad de ese mercado estaría generando un reacomodo que abriría una ventana de oportunidad al cultivo de hoja de coca.
Las sierras de Chiapas y Guerrero ofrecen todas las condiciones para un cultivo moderado y sostenible de hoja de coca. La marginación social y las prácticas de cooptación estatal son condiciones ideales para el negocio. La oportunidad está ahí: una sola hectárea bien cultivada puede producir hasta 7 kilogramos de cocaína. Y cada kilogramo, no demasiado puro, puede venderse en 13 mil dólares al mayoreo. Una fortuna.
La geografía del narcotráfico está cambiando. La incursión del fentanilo -ya una realidad- y la posible extensión de plantíos de coca en México -todavía una hipótesis- son un síntoma más del fracaso de la prohibición. Sin una reforma a la política de drogas que incluya esquemas de regulación estaremos destinados, como Sísifo, a llevar la piedra una y otra vez hacia la montaña. Es una batalla que conviene afrontar con más inteligencia que fuerza. Y pronto: los plantíos de hoja de coca ya están aquí.