Periodismo y Covid-19: ¿ceguera o realidad? Derecho a la información, parte del remedio

Alejandro Sicairos
10 abril 2020

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alexsicairos@hotmail.com

 

Ayer, mientras las oleadas de confusión arrastran a México hacia la cresta epidemiológica de contagios, y cuando la Secretaría de Salud aceptó que es posible que haya ocho casos más por cada enfermo de coronavirus registrado en la estadística oficial, el Presidente Andrés Manuel López Obrador dijo en la conferencia de prensa mañanera que algunos medios están al servicio de intereses creados para hacer campañas de desinformación. “Pero no van a poder”, sentenció.

Por supuesto que no dio nombres ni elementos de peso para sustentar la afirmación. Al dejarlo como otra arenga presidencial incita a que los fanáticos amloístas alimenten por más tiempo el ímpetu de barrer con cualquier intento de libertad de expresión si en el ejercicio de tal garantía constitucional alguien toca al Mandatario federal con la pertinente suavidad de la crítica.

Infortunadamente hay algunos habitantes, a los cuales no se les puede dar la categoría de ciudadanos, que prefieren ver enfermar a la gente, cerrar los ojos ante los que mueren por efectos del virus o con las sintomatologías de este disfrazadas como neumonías atípicas, sin admitir que se filtre la verdad real que contrasta con la versión oficial. La crisis de la salud pública que, por ejemplo, es inocultable en el Instituto Mexicano del Seguro Social, o el estado de alarma en la comunidad médica por la carencia de equipo de protección, es descalificada por los defensores a ultranza del Presidente.

Son esos que perseveran en quemar en hogueras de intolerancia a los mismos medios y periodistas a los cuales la sociedad les reconoció la valentía y estatura ética cuando en el gobierno de Vicente Fox expusieron el estilo imperial de ejercer el poder, con las toallas de oro y la fuga fraguada en la corrupción de Joaquín “El Chapo” Guzmán, del Penal de Puente Grande; o los que condenaron la larga barbarie de Felipe Calderón en la simulada guerra antinarco. También a la prensa que dio cuenta de la conversión de México en la profunda y hedionda cloaca de corrupción durante el período en el que Enrique Peña Nieto residió en Los Pinos.

La memoria selectiva o la amnesia ideológicamente conveniente se utilizan para hacer creer que la opinión pública nació y se fortaleció sin el trabajo periodístico y sin los movimientos sociales rebeldes a la ignominia del poder político. Hay una pira ardiente que desde las redes sociales, en la cobardía del anonimato, intenta quemar a las voces que legítimamente, con razón o sin ella, ejercen la crítica y les ofrecen a sus audiencias la otra versión.

La pandemia de coronavirus saca a relucir ese punto ciego desde el cual se deben ver y santificar únicamente las buenas obras del Presidente López Obrador. ¿Quién dijo que la función del periodismo en sus distintos géneros es la de instalar unanimidades elogiosas en torno a personajes o sucesos? ¿Dónde está escrito que los medios y periodistas han de sacrificar el interés general para anteponer el de núcleos ciudadanos enajenados?

Pareciera que llamar a la sensatez significa, hoy, execración. La visión enardecida contra la información y los comunicadores existió cuando los panistas consideraron blasfemia todo lo que se dijera contra Fox y la hazaña de este de romper la dictadura perfecta del PRI, con Calderón hacer periodismo en el campo de guerra costó bastantes vidas de reporteros . Con Peña Nieto, adorado al inicio del mandato por la encandilada población femenina que le perdonaba todo, las denuncias por corrupción desnudaron intenciones aviesas por el saqueo nacional.

Ahora el Presidente es Andrés Manuel López Obrador, el hombre que en las tres campañas políticas que requirió para llegar al cargo expuso a grito abierto las entrañas podridas de regímenes priistas y panistas. La lupa que él utilizó y el potente microscopio social que son los medios de comunicación deben seguir fijos, sin pestañear, sobre quién lleva las riendas del País, sea quien sea, hoy como ayer y mañana como ahora.

A esa fracción poblacional demencialmente obtusa se le puede pedir, al menos, el beneficio de la duda. La preocupación común de estos días es la pandemia que ha doblegado a naciones desarrolladas cuyo primer mundo jamás imaginó la vulnerabilidad actual. Qué irresponsable sería que la conversación pública fuera monopolizada por la alabanza unánime a AMLO y su Gabinete, suplantando la solicitud de que no nos mienta, no nos traicione y no nos robe, tal como se les ha formulado a sus antecesores.

El personal médico pelea para que les den cubrebocas, los gobiernos estatales habilitan hoteles, estacionamientos y hospitales inconclusos para prevenir el aumento exponencial de enfermos por coronavirus, crujen el empleo y las empresas que lo generan, las institucionales nacionales acuden a la capacidad de auxilio de China y Cuba, hay connacionales varados en diferentes países sin poder ser repatriados, los organismos económicos mundiales pronostican la llegada de la gran recesión… Y aun viendo este horizonte oscuro hay quienes se preocupan por mantener a salvo su idolatría al amloísmo.

 

Reverso

Después del Chente lengua larga,
Del Calderón de caricatura,
Y Peña de leyenda oscura,
¿Qué fanatismo nos amarga?

 

Último edicto

Nada hay por agregar. Cualquier acto de autoinmolación de aquel sinaloense que no oyó las indicaciones de cuidarse, que se le hicieron llegar por todos los medios disponibles, será al mismo tiempo la decisión alevosa de contagiarse o infectar a los demás. El coronavirus está entre nosotros y quien sostenga la patraña de la inexistencia podría despertar mañana conectado a un respirador mecánico o sabiendo que puso en peligro la vida ajena. Ninguno alegue la ignorancia en defensa propia.