Ovidio sonríe

Adrián López Ortiz
23 junio 2020

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Todos los días, sin menospreciar fines de semana, López Obrador regala un dislate para la comidilla en redes y portadas. La mayoría de las veces no pasa de ahí, son ocurrencias que se instalan como tendencias promovidas por sus seguidores o denostadas por sus detractores. Polarización pura. Pero otras veces sus dichos lastiman, afectan a terceros o implican cuestiones importantes de Estado.

Ese es el caso ahora, pues este viernes el Presidente confirmó intuiciones: “Yo ordené que se detuviera ese operativo y se dejara en libertad a ese presunto delincuente”, dijo sin mencionar a Ovidio Guzmán. Podría parecer una puntada macuspana más, pero no lo es. El dicho presidencial es relevante por varias razones.
Primero. Confirma que el “Culiacanazo” sigue siendo fuente de mentiras y verdades a medias de parte del gobierno federal y el mismo Presidente.
Del “operativo de rutina”, al “encontronazo casual” al “operativo planeado”... al “operativo fallido”. En su momento se nos dijo que la decisión de detener el operativo y liberar a Ovidio había sido consensuada por el Gabinete de Seguridad. Incluso el Secretario, Alfonso Durazo, le mintió al Senado: “Los integrantes del gabinete de seguridad, mi Almirante Ojeda, el General Sandoval y un servidor tomamos la decisión, de común acuerdo, del repliegue de nuestro personal, aún cuando no fuese posible en virtud de las circunstancias de llevar detenido al perseguido”. Ahora sabemos que esa decisión fue una orden directa.
Segundo, el Presidente insistió en su justificación de detener el operativo para evitar muertes civiles y hasta le puso número: “Más de doscientas personas inocentes”. Ignoro la metodología de su cálculo pero sí puedo decirle que la ineptitud del operativo dejó al menos 8 muertos, 16 heridos, 51 reos evadidos y una profunda marca en el imaginario colectivo sinaloense. De eso nadie, absolutamente nadie, se ha hecho responsable. Ninguna sanción, ninguna renuncia.
Eso sí, y lo celebro, arreglaron un problema creado por ellos mismos: evitaron el asesinato de 11 militares sorprendidos y privados de la libertad por el Cártel en cinco puntos diversos del estado, como lo explicamos en Noroeste en el reportaje “El rehén era el Ejército”. Aunque estaban en condiciones de armamento y personal de ganar la batalla en la zona del operativo, no podían arriesgar más las vidas de los militares y sus familias. No fue una elección: no tenían de otra.
Tercero, extraña que el Presidente reviva ahora, justo en medio de una delicada coyuntura de pandemia, recesión económica y popularidad a la baja, una de las peores crisis del pasado. ¿Para qué? Para enfatizar que él manda... como si no lo supiéramos.
Cuarto y lo más grave: el Presidente confirma que las decisiones en un operativo de esa naturaleza al interior de las fuerzas armadas las toma él. Que no hay órgano colegiado, trabajo en equipo, ni deliberación; sino personalismo y concentración de poder. Y que el gabinete de seguridad está dispuesto a avalar esa simulación y mentir sobre ella a la sociedad y el Congreso.
Conviene pensar en esa dinámica a días de aprobarse el acuerdo militarista que, sin controles civiles, confirmará al Ejército como la institución encargada de la seguridad pública en México los próximos cinco años.
Con más de 20 mil muertos y la curva a la alza el Presidente se va de gira y llama a imitarlo sin miedo. Con más de 12 millones de personas sin trabajo, el Presidente descarta los instrumentos que le permitirían mitigar el impacto económico de la pandemia.
Ahora, con un mensaje a destiempo e innecesario sobre su papel en el fallido operativo que puso al Estado mexicano a merced del Cártel de Sinaloa, el Presidente se atrinchera: yo ordené.
Mientras tanto en Sinaloa, el narco festeja. Ovidio sonríe: lo liberó el Presidente.Ovidio sonríe: lo liberó el Presidente.

 

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