¿Ojo por ojo?
Fue al terminar la última de mis clases esta semana. Entre las despedidas de los alumnos y el recoger mis cosas del escritorio, vi a un grupo riéndose de lo que veían en la computadora de alguno de ellos. Me acerqué por curiosidad o porque me quedaba de camino a la salida. Veían un video. Por deferencia o morbo, lo pusieron desde el principio para que yo lo viera.
Era una suerte de recopilación. La edición era pobre pero el contenido se veía con claridad. Eran escenas de robos frustrados, reacciones violentas contra delincuentes. Camionetas atropellando a asaltantes, balazos liquidándolos, una golpiza sorprendiendo a un raterillo... Hacia el final, cuerpos tirados, el intento de uno de los agresores vuelto víctima por huir pese a que una de sus piernas estaba claramente rota y, pese a eso, intentaba apoyarse en ella cada tantos pasos solo para evidenciar que su tibia (¿y peroné?) estaba partida y, ante la exigencia natural, hacía un quiebre imposible.
Las risas de mis alumnos también me estremecieron.
No necesité preguntar nada. Me mostraron que era una cuenta de Twitter la que se encargaba de difundir esos videos en los que la justicia o el karma daba cuenta de los criminales. Noté que apenas había media docena de videos subidos, que el que había visto era el más reciente, que mostraba material latinoamericano, que la cuenta tenía, ya, varios centenares de miles de seguidores. También me informaron que había más cuentas como ésa y que, si quería, me podrían mostrar videos de otras fuentes. Similares todos.
Lo primero que creí entender es que esos videos existen por casualidad, porque había cámaras de vigilancia instaladas en los sitios precisos de esos intentos de criminalidad. De ahí que las imágenes no fueran tan claras pero sí lo suficientemente explícitas.
Lo segundo es que su éxito se debe, al menos en parte, en esa necesidad por reivindicar las afrentas en un mundo (nuestros países) donde la justicia no solo es imperfecta sino que tiene un sistema de impartición fallido. Como a los criminales nadie los mete a la cárcel, como los índices de los delitos irrumpen, como un estruendo, en la tranquilidad de la vida cotidiana, toda respuesta que lastime a los delincuentes, que los haga pagar por el miedo que provocan o el daño que causa, es bienvenido.
Lo tercero, que también hay mucho de morbo en quien los consume. Las risas, la carcajada estruendosa, el jolgorio, proviniendo de chicos que quizá nunca hayan sufrido algún asalto, me resultó estremecedor.
Lo cuarto, y lo más importante, es que esa forma de tomarse la justicia por sus propias manos también nos lesiona. Esto no quiere decir que no sea comprensible la actitud de alguien quien, recién violentado, da una respuesta quizá más violenta y contundente. El asunto es que, en ese mismo momento, también se convierte en criminal, con todos los posibles atenuantes.
Es imposible evitar estas reacciones como, en alguna medida, evitar la criminalidad entera. Sin embargo, el que existan canales, cuentas o medios en que se difundan para los plácemes de la contemplación morbosa, abre la puerta a una suerte de fomento que no puede sino ser preocupante. Sobre todo, por los números que acompañan las vistas de cada video. En verdad, cientos de miles, quizá haya otros con millones.
Nuestros sistemas de justicia son fallidos, lo sabemos, baste con pensar en el porcentaje de los crímenes que quedan impunes. Aún así, esta suerte de venganza inmediata que, además, es aplaudida y fomenta su réplica, solo puede tener consecuencias desastrosas. Las que nos lleven a la barbarie. Y eso sucede pese a que, estoy seguro, alguien que ha sido víctima de uno de estos primeros delincuentes, podrá respirar tranquilo al descubrir que alguno de ellos ha pagado: sabemos bien que la venganza no es una de las formas de la justicia.