Oceanografía del Tedio
No es el título de un ensayo presentado por un estudiante desencantado después de batallar por horas con las ecuaciones hidrodinámicas del movimiento en sistemas de coordenadas fijas y rotacionales, utilizando como única referencia la obra fundamental de los titanes de la Oceanografía: Sverdrup, H.U., Martin W. Johnson, and Richard H. Fleming. The Oceans, Their Physic, Chemestry, and General Biology. New York, Prentice Hall, 1942.
La Oceanografía del tedio es una rarísima novela (o poema en prosa) del escritor español Eugenio D’ Ors (1881-1954). El argumento es sencillo: Autor es un hombre que sufre de exceso de trabajo por lo que su médico lo remite a un lugar de descanso. “Doctor ha dicho: no prescribo el reposo. Prescribo, única medida para la salvación, el tedio. El tedio, al pie de la letra. Sin atenuaciones, sin matiz: el tedio. No excursión; Chaise –longue. No conversación; silencio. No lectura; letargo...En lo posible, ¡ni un movimiento, ni un pensamiento!”
Autor elige un balneario para descansar, pues ahí no hay nada que hacer, sino comer y tumbarse en un sillón de reposo. “¡Ni un movimiento, ni un pensamiento! -Las cuatro y media de la tarde. Un parque en torno, un parque de umbrío arbolado. Una Chaise-longue en la plazuela más arbolada y esquiva. Ropas laxas, malcubriendo el cuerpo tendido. En lo alto, entre dos cedros, un plano de la medianería del hotel. Pared lateral, blanca enteramente, sin ventanas. Con la reverberación del sol en la pared blanca, la dura sentencia parece fulminar: “¡Ni un movimiento , ni un pensamiento! Se hunde Autor en el tedio como náufrago en el mar. Pero el mar, que parece a un contemplador frívolo la igualdad y la monotonía supremas, ofrece al buzo que en él profundiza el prestigio de mil espectáculos en el templo mágico de la sirena. Diversidad... Estéril llanura, llamaron al mar los antiguos. Pero los modernos han visto en él un teatro para los más interesantes dramas de la vida, para los más opulentos y fastuosos. Los modernos saben Oceanografía”.
Escribe el crítico: “el tedio parece ser visto por Autor como algo vasto. Algo tan inabarcable como un océano, del que se intenta conocer sus corrientes, sus flujos y reflujos, las migraciones de su fauna, el paisaje misterioso de sus simas y profundidades. El tedio pues, no como carencia, como falta de plenitud, sino todo lo contrario. El tedio como estado de nobleza primordial, como primer señorío del hombre. El tedio como estado del hombre que puede ser generoso y espléndido señor de su tiempo”.
D’Ors, termina su introducción señalando: “Autor analizará aquí la Oceanografía del tedio. Sabrá cuán rico es y múltiple aquello que ha parecido igual y monótono al profano y al distraído”.
En su sillón de reposo, Autor desarrolla su novela haciendo trampa: agudiza sus sentidos para describir con delicada orfebrería sus innumerables asociaciones mentales enmarcadas en la apacible lentitud de la naturaleza.
Después de tres horas o decenas de poéticas páginas, empieza a llover. “Autor se levanta, se va. Se va corriendo como fugitivo, abandonando el sillón al chubasco. Se va; bien se ve que es un vencido. Pero del seno de esta derrota parece nacerle, mientras huye, una sensación de alegría. Siente él la alegría antes de conocer el motivo. Es como una liberación, es como un nacimiento. Corre él atravesando el parque, y la extraña alegría le da alas. Y la lluvia siguiendo sus pasos, levanta un magnífico canto sonoro”.
Ya en su cuarto, después de un buen baño, Autor reflexiona:
...¿quién, huyendo de la patria, huye de sí propio?
“Así cantaba el viejo Horacio. Así canta la nueva adquisición en la conciencia de escarmentado Autor. ¿Quién si es ciudadano de estirpe, huyendo de la ciudad se libra de sus impaciencias? ¿Quién siendo múltiple, escapará a la compañía con cerrar su puerta o recogerse en un rincón de jardín? Quien, quedándole el alma viajera y vagabunda, podrá creer que estará quieto, aunque se encoja en el cobijo más oscuro, o se tienda al amor y comodidad de una chaise-longue?
Hay quien tiene la llama, hay quien no tiene la llama. Sabio Doctor, experimentado Doctor, agudo Doctor, Doctor conocedor de flaquezas; ¡por esta vez te equivocas en el dictamen! Hay quien tiene la llama, hay quien no tiene la llama. Doctor, Doctor, aprende esto para siempre: quien tiene la llama debe arder”.
“Autor habló a la oficina, donde se sorprenden un poco al ver este veraneante que, sin queja ni explicación, anuncia la partida para el día siguiente al de la llegada, y después de una instalación complicadísima y lenta. Pero él habla con tranquilidad acabada y cuida lúcidamente los detalles que han de dar fin a este inaudito veraneo de tres horas. Como provinciano sórdido que, en la mañana misma de llegado a la capital, logra al primer paso de gestión lo que imaginara fruto de interminables semanas de intriga, así Autor, que ya ha resuelto su problema, no tiene ahora razón para continuar frecuentando el parque en que aprendía la lección profunda del tedio; y se da prisa en aprovechar las ventajas de liberación que le proporciona este importante ahorro.
...A las seis de la tarde del día siguiente, ya pisa asfalto ciudadano.
¿Fatiga? ¿Quién piensa ya en la fatiga, quien piensa en Doctor que lo curaba? Autor ya no siente la fatiga, desde que sabe que él no puede conocer el descanso.”
...Y a pesar del fervor inacabable de Autor, este relato sobre su Oceanografía del tedio se ha acabado.