Obsesión por el control
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A todos nos apetece tener todo bajo control. El ser humano se siente como pez en el agua cuando percibe que ha previsto todas las posibles variables, que nada se escapó de una meticulosa observación, planeación y supervisión.
Sin ejercer una labor de control no se pueden obtener resultados positivos y satisfactorios. Imaginemos que en una empresa no se miden resultados ni se trabaja de acuerdo a estándares de control de calidad en procesos, sistemas y productos. Es claro que todo concluiría en un caos porque no se trabaja de acuerdo a normas y reglas.
Hagamos de cuenta que en un aeropuerto se trabaja sin torre de control que dirija el tráfico aéreo, o en una costa no hay faro que alerte a las embarcaciones de los escollos que deben eludir. Sería mayúsculo el caos que imperaría.
Empero, una cosa es trabajar con medidas de control y otra muy diferente es obsesionarse con un exceso de control. Hay situaciones que escaparán de nuestro arbitrio y dominio, aun cuando hayamos tomado las previsiones más minuciosas.
En el caso de la actual pandemia habrá cosas que podamos controlar y tener a la mano, mientras que otras escaparán de nuestro dominio y sería absurdo obsesionarnos, angustiarnos y frustrarnos por lo que nos supera y rebasa.
La antigua plegaria de la serenidad, que fue retomada en la década de los 30 por Reinhold Niebuhr y ampliamente divulgada por los miembros de la organización Alcohólicos Anónimos, señala: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar, y sabiduría para entender la diferencia”.
No se trata de una oración de resignación, sino de discernimiento y aceptación. Habrá cosas que escapen de nuestro margen de operación.
¿Me obsesiona el control?