Obligados a la esperanza

Rodolfo Díaz Fonseca
23 abril 2020

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@rodolfodiazf

 

Se repite hasta el cansancio que no se puede vivir sin esperanza. Con razón Aristóteles la definió como el sueño de un hombre despierto.

Sin ilusiones, proyectos, anhelos y especiales dosis de espíritu positivo es imposible que el ser humano se realice satisfactoriamente, pues naufragaría en un inmenso vacío.

Dante, en su Divina Comedia, especificó que los únicos hombres que ya no pueden tener ninguna esperanza son los condenados al infierno, de ahí que incluso quienes purgan condena en presidio estén obligados a mantener la esperanza.

En la octava estación del Vía Crucis -Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén- participó la hija de un hombre condenado a cadena perpetua, quien subrayó: “Para gente como nosotros la esperanza es una obligación”.

Indicó que no solamente su padre sufre la reclusión, ya que toda la familia experimenta la condena:

“¿Habéis pensado alguna vez que, entre todas las víctimas de las acciones de mi padre, yo fui la primera? Hace 28 años que estoy cumpliendo la condena de crecer sin padre. Durante todos estos años viví con rabia, inquietud, tristeza. Su ausencia es cada vez más dura de soportar. Crucé Italia, de sur a norte, para estar a su lado. Conozco las ciudades no por sus monumentos sino por las cárceles que visité. Me parece que soy como Telémaco cuando busca a su padre Ulises. Lo mío es un ‘Giro de Italia’ de cárceles y de afectos”.

Expresó que el amor se ausentó de su familia, su madre se deprimió y ella tuvo que madurar precipitadamente: “La vida me obligó a convertirme en mujer sin dejarme tiempo para ser niña… hay padres que, por amor, aprenden a esperar que los hijos maduren. Yo, por amor, tengo que esperar el regreso de papá”.

¿Mantengo viva la esperanza?