Nuestras ideas y creencias

Vladimir Ramírez
05 mayo 2020

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Desde la perspectiva del filósofo español Ortega y Gasset, cuando se quiere entender a un hombre, la vida de un hombre -o de una mujer-, procuramos ante todo averiguar cuáles son sus ideas. Y se cuestiona: ¿Cómo no van a influir en la existencia de una persona sus ideas y las ideas de su tiempo? La respuesta es obvia, pero también bastante equívoca, y a su juicio la insuficiente claridad sobre lo que se busca cuando se indagan las ideas de un hombre —o de una época— impide que se obtenga claridad sobre su vida, sobre su historia.
Estas reflexiones resultan muy oportunas en torno a lo que sucede en nuestro país y muy probablemente en el mundo, respecto del aparente desencuentro entre empresarios y políticos ante la crisis del Covid 19. Un cúmulo de intereses y añejas disputas históricas entre dos dimensiones prácticamente indivisibles de nuestro tiempo. Sin duda estas discrepancias son de carácter ideológico, que son exacerbadas ante las repercusiones que la pandemia ha tenido y que han permeado en la discusión pública, poniendo a debate modelos económicos y alternativas para enfrentar la crisis financiera y social que actualmente se padece y que muy probablemente se agudice en el corto plazo.
En el caso mexicano, un importante sector empresarial manifiesta su desacuerdo ante la caída de sus ingresos, por la falta de apoyo del gobierno federal al no autorizar prorrogas para el pago de impuestos y por ser acusados de aprovechar la crisis para despedir empleados, además de la advertencia de que no será rescatado ningún empresario potentado, como estaban ciertamente acostumbrados en anteriores gobiernos.
Y entonces la discusión se centra en si el gobierno federal hace lo correcto, de si es conveniente mantener los proyectos de obras insignia, los programas sociales a la población más vulnerable, a microempresarios, en lugar aplicar un programa de rescate que asegure las finanzas de los empresarios y con ello el empleo y el pago de impuestos.
En esta disyuntiva, encontramos las diferencias en las que se ubica la discusión: hay quienes creen que al país sólo se le salva o se le da al traste si el gobierno no adquiere una deuda para apoyar a las grandes empresas. Por otra parte, hay quienes están convencidos que a los que hay que salvar en esta ocasión es a los más necesitados, a quienes sobreviven en una escala de economía prácticamente familiar, a través del crédito a pequeñas empresas del sector formal e informal, con inversión pública y sin endeudarse.
Ahora bien, la discusión de si un camino o el otro es la ruta correcta, parece no considerar aspectos esenciales para ubicar la discusión pública en la dimensión que corresponde a cada elemento que conforma la vida social y económica del país. Es decir, que a cada parte le determina un rol social y en este caso deberíamos definir el propósito de los involucrados en este dilema político y económico. Hagamos una reflexión en los ámbitos empresarial y político:
Es importante reconocer que no se abre una empresa o se emprende un negocio para ayudar a los pobres, eso es claro, lo cual no quiere decir que esto sea una especie de delito o algo indebido en nuestra sociedad. Como también hay que aceptar que no hemos tenido precisamente gobiernos o planes de gobierno que su finalidad haya sido la de salvar a los pobres, cuando sabemos que en realidad se han tomado decisiones en función del concepto de la pobreza en sí, en indagar su estratificación y medición, lo cual tampoco es malo o indebido, pero en ambos casos ninguno ha funcionado para los pobres.
Con estas reflexiones nos damos cuenta que tanto las empresas como los gobiernos son instituciones de interés público y en su concepción ideal son necesarias e indispensables para las sociedades contemporáneas y que lo cuestionable o moralmente inapropiado de cada una de ellas no reside en su función social sino de su posición frente a la realidad social de la sociedad a la que pertenece.
Una empresa no se crea para acabar con la pobreza a través de empleo, como tampoco se emprende un comercio para ayudar a los pobres, se crea una empresa para generar ganancias, ofrecer productos y servicios que generan empleo y bienestar social en el mejor de los casos.
Bajo estos supuestos, sin que se tenga que discutir con profundidad académica y teórica, la fuerza del sentido común adquiere valor, en tanto se presenta para resolver obviedades de carácter humano, lo cual me parece que este momento de crisis y parteaguas en el mundo, debe ubicarnos en la justa dimensión de las cosas, de una ética del deber ser y de una integridad apropiada para asumir nuestra reflexión. Ahora entonces ¿quién debe hacerse cargo de los pobres y de la pobreza? ¿los empresarios? ¿el gobierno? ¿la sociedad civil? ¿la caridad? ¿los propios pobres tienen que hacerse cargo de su pobreza?
Una respuesta posible es recurrir a nuestra capacidad de empatía y asumir que los pobres son también responsabilidad ciudadana. La idea o creencia que durante más de 30 años se nos inculcó de que cada quien debe atender sus necesidades y resolver sus propios problemas dividió a este país entre mexicanos muy ricos, mexicanos con oportunidades y mexicanos pobres y muy pobres sin oportunidades. Durante todo este tiempo, se han realizado reiterados esfuerzos por rescatar la economía y el crecimiento, ¿a quién salvamos ahora, al mercado o a los pobres? He aquí el dilema moral.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio em próximo viernes.