Nuestra historia de viaje

02 agosto 2016

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Julieta Montero

Ahora, quiero contarles

como fui dichosa en París,

eran los años mozos de mi nieta

los tiempos de la ilusión

cuando el corazón se abre

a la abundancia del amor

a la libertad del aire que se respira,

fue en mayo,

todavía estaba fresco el atentado

y la inundación por derramarse el Sena;

la Torre Eiffel estaba un poco triste

la lluvia pintaba de grises a las nubes

y se mojaba con sus propias gotas.

 

París sin su puente de madera

no tiene razón de ser,

ahí es donde las estatuas son humanas

y los lienzos muestran rincones favoritos

como el de Montmartre,

que suspira por los versos

en la plaza del teatro.

 

Fui dichosa,

y de esta historia nueva

nace una nueva poesía

una incontrolable emoción

que revolotea como paloma

dentro de mi ser.

Todavía viven en mí esos días,

todavía contemplo desde Trocadero

a los Campos de Marte

con el sabor de nutela en los labios

venido de una riquísima crepa;

desde ahí se muestra majestuosa al mundo

el símbolo de París.

 

Por las noches veo a Cuasimodo

brincar de una gárgola a otra

mientras la luna se filtra

entre las dos torres cuadradas

de Notre Dame.

 

El silencio nos toma de la mano

para caminar río abajo

hasta el Louvre

en un solemne ritual

cada paso va marcando un rumbo

que vivirá por siempre

en el calor del recuerdo

y en los ojos abiertos de mi nieta

será un sueño vivido

que se paseó en metro hasta

la estación de Barbes-Rochechouart

en un momento de gran intensidad.

 

Así fue la última etapa

de la historia de nuestro viaje.