Nosotros, los casi personas
20 enero 2019
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Hay unas miradas compasivas, otras de reproche y algunas que de plano brillan con destellos corrigeplanas cuando le dices a la gente que no tienes hijos.
Desde hace más de veinte años cuando mi madurez biológica indicó que estaba lista para ser madre, me acostumbré a recibirlas: familiares, amigos, ginecólogos, dentistas, gastroenterólogos y toda clase de desconocidos maleducados que con el mayor desparpajo preguntan y opinan sobre la maternidad y paternidad de otras personas.
En el noventa por ciento de los casos, luego de que la pregunta recibe un “no” por respuesta, sigue el cuestionamiento “¿por qué?”
Cuando era más joven ensayaba una respuesta confusa, débil, siempre procurando ser amable para que se olvidara el tema cuanto antes, agradeciendo al interlocutor (experimentado padre o madre) que quisiera compartirme su inigualable, trascendental y mágica experiencia de criar hijos en su vergel personal.
Pero a estas alturas, luego de llegar al cuarto piso, zanjo sin dudar con una razón que no falla para ahuyentar a la o el metiche: porque no he querido. Y si el insolente en cuestión se pasa de narices, le cuestiono si se entera de lo grosero y entrometido que es andar husmeando en las decisiones biológicas de otros. Con esas gónadas, faltaba más.
Al paso de los años y sin necesitar una brillante capacidad de observación, he podido darme cuenta de que el mundo está francamente convencido de que quienes tienen hijos son mejores personas que quienes no los tenemos. Cuando se enteran de la atrocidad cometida por alguien, boquiabiertos hasta la salivación exclaman “¡pero si tiene dos hijos!”… como si eso fuera la garantía ética o moral de cualquiera, como si el certificado de buena persona viniera con la descendencia.
Pero vamos a ser honestos, la mitad de sus hijos nacieron de una noche de tragos donde un tequila o un mezcal extra favorecieron el descuido y voilá, un bebé en camino. Maravilloso, nada en contra, sólo que es agotador sentir cierto dejo de superioridad moral en quienes, como si hubieran transitado el difícil camino del héroe a la adultez con decisiones lúcidas, pudieran mirarnos por encima del hombro a quienes no estamos criando un chamaco porque no nos falló el método anticonceptivo.
Y ojalá fuera sólo un asunto de posturas y creencias, de comentarios bien o mal intencionados en las sobremesas. La cosa va más allá: al interior de las familias se toman decisiones donde el último adulto que importa es el miembro que no tiene hijos porque “tú como quiera”, decisiones que implican patrimonios, dineros, compromisos.
Pareciera también que nuestro dinero tiene menor importancia, nuestro trabajo para solventar los recursos y nuestras preocupaciones fueran todas una frivolidad.
Pareciera que nuestro patrimonio es un despropósito, porque a quién le vamos a dejar tal propiedad o para qué queremos comprar una casa. Como si los logros personales no tuvieran valor en sí mismos si no son destinados a perpetuar la especie, que, dicho sea de paso, ni que como especie fuéramos la gran cosa, ¿no?
Tengo amigos y amigas de mi edad sin hijos que vivimos amando y procurando tiempos de hermanos y sobrinos con una entrega que muchos padres ya quisieran y saben qué les digo, que más de una vez el asunto deriva en que nadie te lo agradece, ni se pregunta por ti a la hora de tomar decisiones. Es como si nosotros fuéramos personas inacabadas, casi personas. Y no.
Sé que la vida con hijos es dura, pero también la otra, juzgan por encima los que señalan que para quienes no tenemos hijos todo es más fácil: atreverse a transitar la existencia sobre el Yo a pelo, pararse frente al abismo de la conciencia sin hijos que apaguen o enciendan luces interiores también es complejo y retador.
Sentir el peso del mundo sobre uno mismo no es menor, plantearte proyectos que sigues hasta el final siendo tu propia brújula también requiere tamaños.
Lo digo sin victimizarme. Pero que tampoco se victimicen quienes parece que han descubierto que ser padres o madres es tener un capital sinfín de beneficios, que, insisto, está muy bien. Toda sociedad es responsable de formar y cuidar a sus niños, pero dejemos de pensar que quienes engendran son mejores que quienes no lo hacemos.
Porque de adulto a adulto y aquí entre nos: podemos ser tan miserables o luminosos como haga falta, con o sin hijos de por medio.
Sinembargo.MX
@AlmaDeliaMC