No todos los espionajes son iguales
24 junio 2017
""
WASHINGTON._ Esta semana, un demoledor reportaje de primera plana en The New York Times, basado en una investigación científica de Citizen Lab de la Universidad de Toronto, que contó con la asistencia de Artículo 19, R3D y Social TIC, corroboró que el Gobierno de Enrique Peña Nieto espió a periodistas, defensores de los derechos humanos y luchadores contra la corrupción. Para tales efectos, el Gobierno se valió del malware Pegasus, un sofisticado y carísimo sistema de espionaje vendido a la Sedena, PGR y CISEN por la empresa israelí NSO Group con la condición de usarse exclusivamente para combatir narcos y terroristas.
El mexicano es el caso más grave que se conoce de violación absoluta al derecho de privacidad de periodistas y críticos gubernamentales. Sin embargo, no es el único. Uno de los legados más negros de Barack Obama es precisamente el espionaje a periodistas en el marco de investigaciones sobre filtraciones de información secreta. En dos casos que se volvieron emblemáticos, los espiados fueron reporteros de la cadena de televisión Fox News y de la agencia noticiosa AP.
En el primero, James Rosen, corresponsal en Washington de Fox News, fue implicado como “co-conspirador” en la acusación criminal contra un contratista del Departamento de Estado. Para reunir pruebas, las autoridades intervinieron el celular y la cuenta de correos de Rosen. Obtuvieron datos como horarios de llamadas y agendas que les permitieron vigilar los movimientos del reportero. Documentaron las veces que visitó el Departamento de Estado para entrevistarse con su fuente y la duración de esos encuentros.
En el segundo caso, el Departamento de Justicia obtuvo judicialmente el historial completo de llamadas de celulares de 20 reporteros de la AP que fue proporcionado no por la agencia sino compañías telefónicas. La medida sin precedente formaba parte de una investigación criminal contra un funcionario de la CIA sospechoso de haber dado información sobre un complot terrorista a la AP.
Antes de las filtraciones masivas de Edward Snowden y Bradly Manning (ahora Chelsea Manning), no perseguir soplones (whisle-blowers) era un código no escrito pero acatado. Eso cambió con Obama. Bajo su administración, nueve filtradores fueron enjuiciados, en comparación con tres en todos los gobiernos anteriores que eludían la persecución de informantes anónimos para no arriesgar llevarse entre las patas a los periodistas.
Pese a todo, en términos jurídicos, políticos y éticos, los casos narrados palidecen en comparación a la violación del derecho de privacidad en que incurrió el Gobierno peñista contra periodistas y críticos. Examinemos las diferencias.
–En EU el espionaje fue parte de averiguaciones criminales contra informantes gubernamentales que divulgaron información que presuntamente comprometía la seguridad nacional. En México, el móvil fue amedrentar y sembrar miedo a periodistas que desenmascararon el escándalo de la llamada Casa Blanca de La Gaviota y su marido, y a activistas que denuncian la violación de los derechos humanos y la corrupción. En el caso de Carmen Aristegui fue una venganza personal. Un acto arbitrario sin mayor justificación que el afán de Peña Nieto de saldar cuentas.
–En EU, las victimas del espionaje de Obama eran mayores de edad. En México, es tal la crueldad contra Carmen que al no tener éxito el intento de hackear su celular, el #GobiernoEspía no tuvo el menor escrúpulo de enfilar hacia su hijo Emilio, quien entonces tenía 16 años. Una violación monstruosa de la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU, que obliga a México a dar “protección especial” a personas menores de 18 años.
–En EU, las autoridades usaron ordenes judiciales y citatorios para espiar a periodistas. En México, hasta lo que se sabe, las cortes federales no autorizaron el espionaje a los afectados.
–En EU, las autoridades no sólo no negaron sino justificaron el espionaje. En México, al estilo puro del dictador Putin, la Presidencia rechazó tener algo que ver. Los falsos desmentidos ni siquiera ellos se los creen. ¿Qué grupo o individuo tiene el poder de disputarle al Estado mexicano el monopolio del uso de la tecnología de espionaje más avanzada en el mercado?
Luis Videgaray declinó pronunciarse pretextando no haber leído la nota de The New York Times. Claro, el canciller anda muy afanoso tratando de derrocar al gobierno represor de Venezuela para vanagloriarse ante Trump.
–En EU se conocen solo dos casos de espionaje a periodistas. En México, fueron más de diez las victimas: Aristegui, su hijo, sus colaboradores y ex colaboradores, Sebastián Barragán, Rafael Cabrera, Daniel Lizárraga y Salvador Camarena, el conductor de Televisa Carlos Loret de Mola, el abogado Juan Pardinas, y los defensores de derechos humanos Mario Patrón, Stephanie Brewer y Santiago Aguirre. Se cree que el grupo es solo la punta del iceberg.
En la era Trump seguramente aumentará el espionaje contra la prensa a la que el Mandatario describe como “el grupo de gente más deshonesta que he conocido”. Trump ya ordenó al Departamento de Justicia investigar filtraciones. Sin embargo, el espionaje a periodistas en la magnitud del mexicano tendría consecuencias políticas y jurídicas catastróficas para el Gobierno de Trump. Las investigaciones necesariamente producirían acusaciones y arrestos. La presión de los medios y de organizaciones defensoras de la prensa no cedería hasta esclarecerse la verdad y castigarse a los culpables.
En México, en cambio, no pasa nada. Impera el reino de la impunidad. Siempre se ha espiado dijeron los cínicos. La diferencia es que conocemos a los artífices del crimen. ¿Parteaguas?
Textos apócrifos
En su primera reacción pública, la Embajada de EU en México corroboró que los mensaje recibidos por Aristegui y su hijo, con el remitente “USEMBASSY.GOV”, no se originaron en esa representación diplomática como falsamente se les quiso hacer creer.
“No enviamos mensajes de texto para comunicarnos con solicitantes o tenedores de visas”, me dijo una vocera de la Embajada. Los correos ficticios buscaban inducir a los destinatarios a abrirlos para infestar sus celulares con un virus que permitiera espiarlos hasta cuando estuvieran dormidos.
Sinembargo.MX
Twitter: @DoliaEstevez