No me llames resiliente
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“Una actividad complementaria que fortalece el espíritu de solidaridad es el apoyo de seguridad brindado a grupos colectivos de búsqueda de personas desaparecidas”. Tercer informe de gobierno de Quirino Ordaz Coppel.
Desde la normalización de la violencia se ha reforzado la narrativa de que la sociedad sinaloense es inevitablemente violenta y que los ciudadanos no pueden hacer más que sobrevivir y adaptarse al caos. La única alternativa que se plantea posible ante la violencia, no sólo desde el discurso de la opinión ciudadana, sino también desde la oferta de políticas públicas, es sobreponerse ante los acontecimientos, desarrollar “resiliencia” comunitaria que permita a los habitantes recuperarse ante los eventos que trastocan la rutina. Sobrevivir ante la violencia, esa es la meta.
El llamado a la resiliencia, desde el reconocimiento de la imposibilidad de los gobiernos liberales para garantizar la seguridad de los ciudadanos, y vincular seguridad con el desarrollo, ha tomado terreno en el planeamiento de las políticas de seguridad. Desde las políticas neoliberales de resiliencia, que han tomado auge a partir de la reducción del Estado benefactor y abandono del propósito base del Estado como garante de la seguridad, se espera que los ciudadanos, principalmente los pobres, puedan superar las adversidades en “la era de las catástrofes”, porque es preferible trasladar la responsabilidad a la capacidad de adaptación de las personas antes que cuestionar el sistema y sus consecuencias.
Pero el mayor peligro de las iniciativas por la resiliencia está en las expectativas de que los individuos inhabiliten sus aspiraciones por construir sociedades seguras más allá de comunidades que pueden lidiar con la vulnerabilidad y el peligro. Esto porque las estrategias que llaman a la resiliencia, a concebir que el sentido de la vida está en la mera supervivencia, y en la adaptación de los más aptos, “convierten las ambiciones en un abrazo neutralizador”.
En Sinaloa, un ejemplo de políticas desde este enfoque está en las que refieren al “apoyo” más que atención de la desaparición forzada. Durante mucho tiempo el Estado había mantenido silencio ante la crisis de desaparición forzada en Sinaloa que ha afectado a más de cuatro mil personas y sus familias desde el 2007. Ante el no reconocimiento de la crisis, y la falta de respuestas gubernamentales, el trabajo de búsqueda de personas ha estado principalmente en las manos de civiles que se organizan para buscar a sus familiares. Las madres, esposas y hermanas de los desaparecidos se integran a los grupos de rastreo y abandonan sus trabajos, labores domésticas, y tiempos libres por salir a búsquedas.
A estos grupos de búsqueda se les ha llamado “resilientes”, y la nueva estrategia los considera como tal. Desde la Ley de Desapariciones Forzadas, y en el propio discurso del gobernador, la política parece reconocer la consigna de estos grupos, la que dice “no queremos justicia, queremos encontrarlos”. En la médula del planteamiento está la atención presente de las víctimas, como sujetos en los que se fomenta una política de olvido una vez que encuentran a sus familias.
Con un presupuesto mínimo, y escaso interés público, la política de atención a la desaparición forzada no plantea estrategias para entender el fenómeno y atender y erradicar este tipo de violencias. Pareciera que desde las esferas gubernamentales se concibe como un problema inevitable porque la desaparición forzosa es parte de las estrategias de terror que desarrollan los mercados ilegales para garantizar la lealtad en las transacciones.
Construir un Sinaloa sin violencia nos exige más que resiliencia. Nos llama a cuestionar el mismo sentido de la vida y nuevos escenarios posibles. Un sentido de vida que no sólo implique supervivencia y resistencia, sino que nos lleve a tener más ambiciones, a cuestionarlo todo y no sólo a sobreponernos. Es por esto que, en la celebración por el día de la filosofía, son bienvenidas las reflexiones que nos permitan alejarnos de la amnesia colectiva y soñar, poéticamente, que desarrollamos capacidades políticas más allá de lo que imaginamos.