No llores por ti, Argentina
Cuando Daniel Bell escribió El Fin de las Ideologías, en 1960, el sociólogo y profesor de la Universidad de Harvard advertía que las ideologías y políticas tradicionales, como el liberalismo o el marxismo, estaban perdiendo relevancia en la sociedad moderna y estaban siendo reemplazadas por nuevas formas de pensamiento y acción política. Así mismo sostiene que estas nuevas formas están marcadas por un enfoque más pragmático y centrado en la resolución de problemas concretos, en lugar de estar basadas en visiones utópicas o dogmáticas.
En muchos sentidos las ideologías han muerto como dogmas y han sido sustituidas por pragmatismo, pero este pragmatismo no ha solucionado los problemas sociales, se ha instrumentalizado para sostener el poder y con el poder los privilegios de quien lo ejerce. Zizek, a quién he citado en distintas columnas, argumenta que las ideologías, en lugar de ser conjuntos coherentes de ideas o creencias, son más bien estrategias retóricas utilizadas para justificar y mantener el status quo o para movilizar a las masas en momentos de crisis.
Es decir; en el juego de la política electoral las ideologías son meramente herramientas discursivas cuando en la praxis nada está tan distante de lo otro. Lo que acaba de pasar el pasado domingo 19 de noviembre del 2023 en Argentina no es ajeno a lo que ha sucedido en el mundo en la historia reciente, personajes completamente caricaturizados como Trump, Bolsonaro o Milei con discursos radicales, propuestas inverosímiles y promotores de la intolerancia en favor de garantizar los derechos tradicionales, han arribado al poder producto del hartazgo y las fallas de los gobiernos populistas de “izquierda”. Así es como funciona y así seguirá siendo por lo menos hasta que esto en algún momento, me temo, reviente. El populismo igual que la corrupción en el mundo es ambidiestro, funciona en las derechas o en las izquierdas por igual, este populismo es aquel que ofrece soluciones simples (discursivas) a problemas complejos, es aquel que se alimenta de las preocupaciones y deseos de las personas, son impresos en un discurso y se capitalizan en términos electorales. Los populismos se retroalimentan, este domingo en la Argentina, el populismo de extrema derecha venció al populismo de su “izquierda”.
Ahora Argentina, como en los casos en América como Trump o Bolsonaro, tendrán que resistir los embates de los discursos de intolerancia, que como en estos países solo generaron más hostilidades, como aquello visto en el Capitolio de la que fuera la potencia del mundo. Vaya señal para los gobiernos autonombrados de izquierda como Chile, Colombia o nuestro México. Los populismos, la ineficiencia y el hartazgo terminan por hacer heridas más profundas de las que presumimos, la gente está dispuesta a lo que sea por hacer pagar al otro y a defender “ideologías” que en el ejercicio de gobierno no existen con tal de verse representados en el poder. Por ejemplo, y ojo que aquí en México celebran el triunfo de Milei, pero los argentinos votaron un candidato que ofrecía: privatizar el servicio de salud y educación pública, y abrir el mercado de órganos y armas. Pero eso no importaba porque también reducirá (según él) el gasto público y operativo del Gobierno en un 15 por ciento y derogará y eliminará privilegios de los funcionarios, además por supuesto del recorte de ministerios (secretarías) y sus nóminas. Que peligroso es que las ideologías nos cieguen el juicio al grado de que no nos interese voltear a ver, la calidad ética, humana y los valores que empujan a las personas que quieren representarnos.
El pragmatismo electoral debe morir, URGE que como sociedad achiquemos espacios a través de la participación y la observancia ciudadana, en busca de generar gobiernos que más allá de colores y creencias sea capaz de enfrentar los problemas, sociales, públicos y económicos que tienen nuestras ciudades, estados y países.
Así que no queda llorar para la Argentina, para la América Latina, como dijera Spinoza: “no reír, no llorar, comprender...”
Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.
Es cuánto.