Neoliberalismo en crisis

Vladimir Ramírez
19 mayo 2020

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La nueva política económica presentada por el Gobierno de la República ante la crisis mundial y nacional generada por la pandemia del coronavirus contempla virar el modelo económico neoliberal que durante los anteriores 40 años rigió nuestro País. Aunque al inicio de su gobierno ya había anunciado su intención de terminar con el ciclo histórico e ideológico del neoliberalismo, ante esta contingencia pareciera que las circunstancias le permiten adelantar el proceso de “desneoliberalizar” la economía en México, de ahí la frase de que ante la crisis de este modelo económico, la pandemia le venía “como anillo al dedo”, una afirmación que abrió polémica en todos los sentidos, unos a favor y otros en contra.

De acuerdo con el planteamiento del Presidente López Obrador, sería un absurdo insistir en aplicar ese mismo paradigma para enfrentar la actual crisis económica, afirma que debemos dejar el camino trillado de las últimas cuatro décadas y buscar uno del todo nuevo. Que es indispensable desechar las recetas de siempre, propuestas por organismos financieros internacionales, supuestamente, orientadas a revertir las crisis recurrentes pero, que en los hechos, provocan nuevos ciclos de concentración de la riqueza, nuevas espirales de corrupción, crecimiento de la desigualdad, ensanchamiento de los abismos sociales entre las regiones y entre lo urbano y lo rural, y a la postre, un agravamiento de los fenómenos de desigualdad, desintegración social, migración, marginación y miseria. Para ello se propone construir un nuevo modelo de país, con base en cinco principios fundamentales e indisolublemente relacionados entre sí: democracia, justicia, honestidad, austeridad y bienestar, desarrollados en un ensayo titulado “La nueva política económica en los tiempos del coronavirus”.

Por otra parte, hay organizaciones como el Banco Mundial que sostienen que la solución a la crisis de los países en desarrollo radica en que los gobiernos deberán asumir la mayor parte de las pérdidas, afirmando que la socialización de estas pérdidas podría demandar una participación accionaria en las instituciones financieras y en los empleadores estratégicos, a través de su recapitalización, que este apoyo sería clave en la preservación de puestos de trabajo y en una futura recuperación; para ello, el Banco Mundial ha dispuesto de hasta $160 mil millones de dólares en apoyo financiero durante los próximos 15 meses para ayudar a los países a proteger a los pobres y vulnerables, respaldar las empresas y afianzar la recuperación económica.

El escenario nos plantea dos vías de solución, dos propuestas en las que se argumentan con evidencias teóricas e históricas, que uno y otro funcionan o fallan según se imputan y cuestionan mutuamente; ideas y creencias que forman parte del pensamiento e imaginario colectivo que se ha formado en la mayoría de los mexicanos, y que ahora se encuentra en condiciones de emitir juicios de acuerdo con sus ideas, creencias y sobre todo de sus experiencias de vida. Estas ideas y creencias, desde luego, varían de acuerdo con la edad, modo de vida y trayectoria económica de cada persona.

Lo cierto es que, como asegura el filósofo y politólogo Noam Chomsky, la primer y más importante lección de esta pandemia es que estamos ante otro fallo masivo y colosal de la versión neoliberal del capitalismo. Si no aprendemos eso, la próxima vez que pase algo parecido va a ser peor. Es obvio después de lo que ocurrió tras la epidemia del SARS en 2003; los científicos sabían que vendrían otras pandemias pero no hicieron nada por anticipar y prepararse.
Durante este tiempo, el interés del mercado ha predominado por sobre otros conceptos importantes como la justicia, la igualdad y democracia; este predominio ha sido el precursor de una demolición conceptual de este último, como lo anota la politóloga Wendy Brown, quien sostiene que después de 30 años en el mundo de occidente, la democracia se ha tornado adusta, fantasmal y su futuro resulta cada vez más elusivo e improbable ante un neoliberalismo que configura todos los aspectos de la existencia en términos económicos y que ha venido eliminando silenciosamente los elementos básicos de la democracia.
Ante esta absurda y a la vez contradictoria circunstancia, tal vez sea necesario reflexionar con mayor profundidad nuestra realidad actual, de revisar con detenimiento lo importante, pero también lo apremiante, pues, como afirma el historiador y ensayista Humberto Beck, “Si algo ha traído el nuevo siglo, ha sido la urgencia por volver a pensar, después de ‘el fin de la historia’, una serie de cuestiones que se creían ya resultas. Entre ellas destaca, en primer lugar, el conjunto de nuevas y viejas tensiones alrededor de la libertad y la igualdad. La de contar con un lenguaje apropiado para la crítica de las exclusiones, opresiones, y desigualdades generadas por las más recientes olas de tentativas modernizadoras”.
Sin duda es este el dilema moral al que nos enfrentamos y que nos plantea el reto de la comprensión de este momento histórico, en el que es muy posible que estemos siendo testigos del principio del fin de 500 años de civilización occidental ante el colapso gradual de la economía de mercado y la apremiante necesidad no sólo de un nuevo modelo económico, sino también y esencialmente de un nuevo modo de vida en el que la promesa sea la de una sociedad más habitable y en armonía con la naturaleza.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.