Navolato: memoria y el olvido
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Recuerdo que primero fue el estadio de beisbol al final de la década de los 80, después le seguirían el antiguo edificio que albergaba las oficinas de la Sindicatura para convertirla en la cárcel municipal, luego las instalaciones del célebre Club social 20-30 donde ahora se ubica el Palacio Municipal y hace apenas unos de años tocaría el turno a la entrañable y concurrida plazuela Vicente Guerrero. Uno tras otro, fueron todos destruidos,
Todo parece haber empezado cuando Navolato dejó de ser una sindicatura de Culiacán para convertirse en el municipio número 18 del estado de Sinaloa. Un paradójico entusiasmo mal entendido de progreso y modernidad llegó para dictar sentencia de muerte al testimonio de un pueblo y su historia.
Así ha sucedido durante las últimas cuatro décadas en las que paulatinamente se ha ido borrando el pasado arquitectónico y simbólico de una comunidad que como todas, se resiste al olvido en cada obra emblemática y en cada espacio público, que como memoria colectiva tiene mucho que contar y recordar, mucho que explicar y revelar de su pasado.
La destrucción y abandono de edificios y construcciones históricas ha sido una constante en Navolato, como en casi todos los municipios de Sinaloa, la desaparición incesante del patrimonio histórico no parece todavía tener freno, el daño irreversible continúa.
La estocada final inició en el mes de octubre de 2019 cuando inició la decidida destrucción del ingenio de Navolato. El símbolo más importante de un pueblo que surge bajo el amparo del proyecto de una fábrica de azúcar y alcohol a finales del Siglo 19, recibe sus primeras heridas. Trabajadores de la construcción, con el permiso de las autoridades locales, propinan de martillazos al pitón del ingenio La Primavera como proclama de su final, mientras miles de pobladores manifestaron su indignación ante semejante agravio.
El hecho obligó a las autoridades federales y municipales a reunirse con los propietarios del inmueble para detener la destrucción, reunión en la que acordaron detener los trabajos de demolición, respetar la permanencia de los pitones y presentar un proyecto de construcción que considerara la conservación del patrimonio histórico de la ciudad. Sin embargo el pasado fin de semana, en medio de las calamidades de una terrible pandemia y con la autorización del Ayuntamiento de Navolato, la destrucción de uno de los pitones inició de nuevo el conteo final a golpe de martillo.
Se ha dado a conocer por algunos medios de comunicación que se inició una remodelación del ingenio y la intención de crear un complejo comercial respetando el valor histórico de las instalaciones, no obstante el derribamiento de una de las fumarolas con más de 100 años de antigüedad ha sido difundida ampliamente en videos y fotografías, sin que hasta el momento la intervención de alguna autoridad pueda ser determinante para detener su demolición y hacer respetar las leyes que regulan la protección del patrimonio histórico y cultural en el País.
Los argumentos que se disputan entre los temas de memoria y patrimonio histórico, con los de generación de empleo y crecimiento económico, siempre resultan con la diversidad de opiniones en las que termina sacrificándose el valor histórico del pasado por la promesa de un futuro por venir. Este ha sido el eterno dilema y la absurda confusión de poner en una misma circunstancia asuntos distintos, que en no pocas ocasiones resultan incompatibles cuando sólo se cree, equivocadamente, que el futuro puede ser forjando sin la necesidad del pasado y que el presente se puede vivir sin conciencia de la memoria histórica de un pueblo.
Discusiones públicas, parciales y malintencionadas como suele suceder en estos casos, someten a debate la cuestión de si debemos actuar en función de lo urgente o en función de lo importante. Es evidente que para una sociedad tanto lo urgente como lo importante deben ser considerados en una misma proporción, puesto que una sociedad se forja en función no sólo de una de sus partes sino de la totalidad de su conjunto, porque de ello depende el futuro de la diversidad en todos sus ámbitos.
Navolato tiene un pasado que se guarda en la memoria de sus habitantes, de quienes crecieron en un pueblo forjado por el valor del trabajo, el respeto a sus semejantes, la gratitud y la solidaridad; un pueblo que conserva en cada edificio que lo vio nacer, el testimonio de un pasado que nos recuerda que podemos ser mejores, el de una comunidad forjada en las familias y los oficios, en el tributo a la naturaleza y el campo, en la nostalgia de la magia de un pueblo que por más de cien años, vio su vida ordenarse por el silbar de un ingenio azucarero.
No hay nada que sustituya nuestra memoria, es la evocación que da forma a nuestra identidad como individuos y colectividad, arraigo a la tierra y a la familia, que contribuyen al desarrollo cultural a los pueblos.
En Navolato, como en otros pueblos y ciudades, las nuevas generaciones al parecer nacen cada vez más huérfanos de una identidad cultural que se disipa con el tiempo frente a nuestra última mirada, antes de desaparecer.
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.