Naufragio: ¿qué hacer?
La palabra ha sido el gran instrumento civilizatorio. Gracias a ella los seres humanos hemos logrado descubrir emociones, comunicarnos, elaborar reglas, matizar pasiones. Pero hoy vivimos algo muy diferente: la degradación de la palabra.
Decir soy hombre (o mujer) de palabra significaba respeto a los otros y a uno mismo. Era una piedra de toque ética. Hoy el mundo es diferente. Las redes sociales facilitan el anonimato y la mentira entre nosotros, me mandó a buzón, no tenía señal, qué sé yo. Las descargas de pasiones enfermizas, de odios, antes inconfesables, son ya un veneno cotidiano. Muchos políticos en todas las latitudes mienten sin rubor, nada nuevo, de allí el descrédito de la actividad. Pero el descaro sí es novedad. No perdamos capacidad de asombro frente a las miles de mentiras de los gobernantes. El Washington Post registró más de 30 mil de Trump. La perversión y el cinismo nos acechan. Aceptar la mentira es negarnos el derecho a la verdad.
México también está atrapado en un torbellino de mentiras, falacias, denostaciones y graves engaños. Nada hay todavía de la corrupción del NAICM; 10 mil millones de dólares a la basura. La venta-no venta y la rifa-no rifa del avión, fueron una burla. Los semáforos son multicolores; la Boa ronda; las conspiraciones no cesan; los delitos bajan y bajan, pero suben y suben. Siempre están los otros datos, incluidos los muertos por Covid. De ahí el galopante descrédito internacional. La tenemos domada, pero rondamos casi 24 mil nuevos contagios en 24 horas. SPIN calcula más de 56 mil afirmaciones no verdaderas de AMLO. Eso no va a cambiar. Pero hay muchas señales de que ya cruzamos un punto de inflexión, una parte de México reaccionó. Las elecciones fueron una clara muestra, la recién nacida Alianza opositora, cometió errores, aun así, mostró músculo.
La consulta fue una bofetada al engaño. La prensa crítica no cesa a pesar de los amagos. Las instituciones -de las que tanto se burla- siguen siendo referentes. El giro -tardío- del presidente de la Corte es significativo. Los golpes al interior son muestra del desgobierno. Las “corcholatas” y el “destapador” echaron a andar muy prematuramente un proceso que ya le resta poder a la cabeza. Las iniciativas fallidas se cuentan por decenas. Medicinas, Insabi, energía. Esto es un naufragio. Para algunos la creciente debilidad de la gestión es una buena noticia: habrá más equilibrios. No lo es para el País si no se inicia la construcción de alternativas. Tres años más de este caos pueden agravar la tragedia -que ya está entre nosotros- y destrozar al País. La letalidad de México es casi cuatro veces mayor, 3.7, a la de Irán (Johns Hopkins University) que tiene la mitad de ingreso per cápita de México. Una vergüenza que debemos corregir ya.
La falta de concentración en los grandes retos enferma. A ningún aspirante a suceder a AMLO –ni a los opositores- le conviene que el desastre continúe. Luis Rubio, siempre brillante, recordaba hace poco, basado en el gran texto Elogio de la traición, de J. Denis y R. Yves, como esa alternativa, la traición, se convierte en una opción ética superior a la lealtad ciega. Si el capitán conduce al abismo, salvar al buque, México, a sus pasajeros, habitantes, es obligado. Lealtad o supervivencia, lealtad o salvar vidas, lealtad o más pobreza, lealtad o más hambre. De eso se trata. La oposición, los críticos, los ciudadanos responsables, todos debemos huir de la palabrería que nos ahoga y nos ciega ante el escollo histórico.
Ellos tienen el poder político, pero ya sólo parcialmente. La destrucción de las instituciones -avasallar en el Legislativo, capturar el Judicial, destruir el aparato electoral- no se ve factible.
Señalar la ineptitud y la perversión es obligado. Pero más allá de partidos, lealtades y odios, evitemos el naufragio, recuperemos, por lo pronto, el sentido común.