Narrativas de resistencia y realidades de opresión

Claudia Calvin
27 noviembre 2024

Hay que decirlo con todas sus letras, hablar de paz en Medio Oriente sin abordar los derechos de las mujeres es una contradicción profunda. No puede haber paz cuando la mitad de la población está no sólo sometida, sino nulificada, y cuando sus derechos se han borrado a nombre de la religión y de “un bien mayor”.

¿Realmente existe un “bien mayor” que justifique la lapidación, la subordinación, la imposición del silencio o los matrimonios infantiles?

La Hermandad Musulmana, con sus distintas ramas en Palestina, Afganistán, Irán y otros países, y bajo la interpretación radical de la Sharia, tienen en común el sometimiento de las mujeres y la erradicación de los infieles. Los Talibanes, Hamás, Isis justifican -y explican- esta realidad a nombre de la moral islámica y han subordinado la libertad, la justicia, los derechos humanos a una ideología y un mandato teocrático que simplemente, se impone sobre la población. A nombre de la resistencia y el sacrificio, todo se justifica para humillarlas, reprimirlas, someterlas e invisibilizarlas o usarlas para “la causa” cuando sea conveniente.

Y el mundo observa en silencio.

La geopolítica, el petróleo, la energía, las reservas de metales son más importantes que la violencia contra la mitad de la población.

Tal vez es hora de desentrañar la complicidad ante lo que sucede y de decir las verdades incómodas que hacen que gobiernos “progresistas” defiendan a los opresores en aras de una narrativa que nadie ha cuestionado.

La paz y la justicia, en su sentido más profundo, no pueden existir en sistemas que sacrifican a la mitad de su población y que, además, utilizan la represión como herramienta de control; en donde no cabe el diálogo porque cuando se impone el silencio a las mujeres es imposible el intercambio de ideas y de realidades y en donde existen policías de la moral que velan por los intereses de los hombres religiosos y el sometimiento de las niñas y las mujeres en su interés.

Hasta donde tengo entendido, hace mucho tiempo que en el planeta se buscó la separación de la Iglesia y el Estado y los gobiernos progresistas se han caracterizado por ello, señalando que la unión de ellos es parte de la narrativa conservadora. Sin embargo, los líderes de gobiernos “progresistas” en el mundo no tienen reparo en defender y establecer relaciones con gobiernos teocráticos y con líderes que a nombre de su lucha anticolonial construyen un apartheid de género.

La República Islámica de Irán tiene cerca de 85 millones de personas (las cifras varían entre 84 y 100). Se estima que el 49 por ciento son mujeres. Hablamos de que aproximadamente 49 millones de mujeres están sometidas al apartheid cotidiano y cada día tienen menos derechos. Se les castiga por no llevar velo, están bajo supervisión continua y se les imponen castigos como azotes o prisión por incumplir las reglas. El asesinato de Mahsa/Zhina Amini, no hay otra manera de llamarlo, joven de 22 años a manos de la “policía de la moral” desató una ola de protestas en la que por lo menos 500 personas murieron, 22 mil fueron detenidas y al menos siete fueron ejecutadas con relación a las protestas.

Afganistán ocupa el lugar número 36 en la tabla de población mundial con 42 millones de personas de las cuales el 51 por ciento son hombres. La interpretación de la Sharia por parte de los Talibanes ha llevado a erradicar los derechos de las mujeres y el último año, además de prohibirles reír y hablar en espacios públicos, someterlas al silencio inclusive entre ellas, están en proceso de aprobar una nueva ley que autorice los matrimonios infantiles a partir de los 9 años. Desde el 2021 se han registrado más de 330 casos de feminicidios en el país y la violencia cotidiana contras las mujeres va en aumento. Documentar esto puede costarle la vida a quienes lo hacen, pero aún con los datos que se tienen, se ha denunciado que los funcionarios/oficiales talibanes son responsables de muchos de los casos de violencia sexual, incluyendo matrimonios infantiles, violaciones, esclavitud sexual, entre otras cosas.

La población en el Estado de Palestina es de 5.5 millones de personas y las estimaciones indican que la población femenina es ligeramente mayor a la masculina (50.12 por ciento). Hablaré aquí específicamente de la Franja de Gaza, que es gobernada desde 2006 por Hamás e independientemente de que algunos países los consideren terroristas (Reino Unido, Estados Unidos, Japón, Unión Europea, Israel, entre otros) y otros lo consideren una organización de resistencia (Rusia, Turquía, Brasil, China, por mencionar algunos), nadie cuestiona su actuar al interior de las fronteras y la permanente violación a los derechos humanos, el sometimiento de las mujeres, la “educación” (adoctrinamiento) a sus jóvenes con recursos internacionales, incluyendo los de Naciones Unidas, de Irán y Qatar.

Para Hamás, la mujer palestina es una “madre del mártir”, destinada a criar a los hijos para la resistencia. Es claro que esta “idealización” es una excusa para imponer restricciones a sus libertades y reducirlas a roles de cuidado y obediencia. De sobra está decir que en su estructura de gobierno no hay mujeres.

Pocos se atreven a hablar de la incursión del brazo armado de Hamás a Israel el 7 de octubre, la matanza que cometió contra jóvenes que irónicamente, estaban en un festival por la paz, el asesinato de por lo menos mil 400 civiles, entre ellos niños y niñas, y la violación de jovencitas. Hasta hace poco -un año después- Pramila Patten, la representante especial de ONU sobre violencia sexual en los conflictos, reveló que hay “argumentos razonables para creer que ocurrió violencia sexual en varios lugares en los ataques de Hamás del 7 de octubre” y que adicionalmente existe “información clara y convincente” de violencia sexual contra las mujeres israelíes que siguen secuestradas en Gaza. Nadie habla de la violencia de Hamás contras las mujeres en esta guerra, la que viven las palestinas y la que viven las israelíes secuestradas.

En todos los casos (y sólo me limité a tres), la violencia de género está al servicio del terror. No hay otra manera de describirlo.

En Gaza, en Irán y en Afganistán, quienes gobiernan comparten un enfoque común: la represión hacia las mujeres a nombre de una “causa mayor”. En Gaza, la “resistencia” justifica la represión de las mujeres y su exclusión de la vida pública. En Irán, la moral islámica impuesta por el régimen reprime toda forma de libertad femenina. Y en Afganistán, los talibanes emplean un sistema de castigo extremo para asegurar que las mujeres no desafíen su autoridad.

Son variaciones de un mismo tema.

La comunidad internacional enfrenta esta realidad con una gran dosis de hipocresía: mientras que muchos países progresistas defienden la separación entre religión y Estado, en estos contextos parece que aceptan o ignoran la represión hacia las mujeres a nombre de una estructura teocrática que se disfraza bajo el escudo de la resistencia. ¿A qué dominio se “resisten” cuando ellos imponen con violencia y sin escrúpulos su poder absoluto sobre las mujeres?

No se puede buscar la paz cuando se somete a la mitad de la población.

Es imposible construir la paz desde la violencia.

La opresión y el control son incompatibles con la justicia y la igualdad.

La paz, la justicia y la igualdad no pueden ser selectivas.

O se busca la paz para todas las personas o simplemente se está institucionalizando una mentira.

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