Muerte anunciada del médico José Leyva. ¿Quién mató al doctor? ¡La desidia, señor!

Alejandro Sicairos
30 julio 2020

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alexsicairos@hotmail.com

 

Porque no podemos acostumbrarnos a ver cómo sucumben desprotegidos en Sinaloa los trabajadores de la salud, o tal vez a causa de que sociedad y gobierno nos sentimos corresponsables de esta pérdida, caló hondo ayer el fallecimiento del médico José Ernesto Leyva Bacasegua, quien adquirió la enfermedad que lo llevó a la muerte al atender a pacientes infectados de la Covid-19 en el Hospital General de Culiacán.

Se trata del médico cuyo caso fue expuesto el 18 de julio en las redes sociales al denunciar su familia y colegas que la Secretaría de Salud estatal lo había abandonado a su suerte sin la atención de la medicina de especialidades, lo cual de inmediato fue desmentido en las plataformas digitales por el titular de la dependencia, Efrén Encinas Torres, quien afirmó que “siempre atendemos a nuestros soldados blancos y público en general de la mejor manera”.

Sin embargo, murió. Con un esfuerzo titánico emanado de la pobreza característica de la sierra de Choix pudo graduarse y ejercer la medicina, hasta que se negó a abandonar las áreas Covid del hospital y tres meses después pasó de la irrenunciable vocación al irreversible lecho de enfermo. Le había dicho a su esposa que se internaría en el mismo nosocomio en que él laboraba para volver a estar sano y retomar la atención a quienes lo necesitaban. Una bacteria que se le alojó en los pulmones ya diezmados por el SARS-CoV-2 lo llevó a la muerte.

Hoy Leyva Bacasegua se agrega a los vencidos por el coronavirus para hacer más sombrío el panorama de por sí tan oscurecido que ya no sabemos los sinaloenses distinguir entre resignarnos y esperar cruzados de brazos la presente fatalidad, o seguir gritando que alguien salve las vidas humanas que se continúan perdiendo por docenas. Es el adiós a otro héroe que certifica la vulnerabilidad de nuestros médicos en la terca emergencia sanitaria.

Ya son muchos los de batas níveas sacrificados y por ningún lado se oye a los diputados pidiendo los informes para establecer si hay descuidos en los protocolos para cuidarlos, tampoco se ve a la sociedad tender las redes de salvación para este sector imprescindible, ni a las instituciones empuñar las banderas de solidaridad hacia aquellos que respaldan a la población a costa de la seguridad personal y familiar.

Por cada trabajador de la salud que fallece en el cumplimiento del deber somos más los que quedamos sin protección posible ante el devastador virus SARS-CoV-2 que agudiza la debilidad del Sector Salud de Sinaloa en un momento aún complicado de confrontación diaria entre el estamos mejor que las autoridades repiten al ras de la rendición y la desesperación de familias completas que se ven solas al ser víctimas de la propagación. Por estas razones va de nuevo, y todas las veces que sean necesarias, la misma pregunta que tanto hemos formulado aquí mismo: ¿está haciendo el gobierno de Quirino Ordaz Coppel lo suficiente para salvar a los héroes de blanco?

El 22 de julio, también por contagio, se reportó en Los Mochis el deceso del joven doctor Alfonso Uriarte López, mientras Leyva Bacasegua se encontraba en estado crítico y según los colegas de éste había sido abandonado a su suerte precisamente por la carencia de especialistas y galenos en general, déficit que cada amanecer se siente más en los hospitales públicos. Esto es preocupante porque aumentan los casos activos y los sospechosos y crecen a la vez las bajas en el sector que debería estar curándolos.

El pase de lista es extenso, pero más larga es la imperturbable desidia que decreta la normalidad de los inoculados y los fallecidos. Alicia Soto, jefa del área de Radiología del Hospital Regional del ISSSTE en Culiacán; Cecilia Karola Dautt Ramírez, jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos Obstétricos del Hospital de la Mujer; Guadalupe Montes de Oca, enfermera del IMSS en Mazatlán; Francisco López Cárdenas, subdirector de la clínica 49 del IMSS de Los Mochis, Cinthia Sánchez Valenzuela, enfermera del IMSS en Navolato y tantos otros cuya entrega por la salud de sus enfermos acabó con la vida propia.

¿Cómo no sentir miedo con la proximidad de la pandemia si los profesionistas comprometidos con la vida están desplomándose en la primera línea de la guerra anticovid? Y mayor turbación se presenta por la frialdad con que la gente se arriesga en las calles, playas, centros comerciales y lugares de reunión, paralelamente con el enredo de la Secretaría de Salud federal de usar o no, dónde y cómo el cubrebocas.

La esencialidad de la vida humana tiende a disiparse en esta circunstancia de indolencia ante los decesos y casos activos por la Covid-19, la cantaleta de que vamos bien y las flechas de incidencia nos apuntan a todos como lanzas afiladas, los negocios se pierden en el tobogán de la incertidumbre, el desempleo repercute severo en las mesas de los hogares y en inútil redundancia las campanas tañen el luto generalizado. Y como casta execrable permitimos que mueran los únicos que podrían salvarnos la vida.

 

Reverso
Qué crueldad la de la peste,
Que otro guerrero arranca,
De la débil trinchera blanca,
Por más vidas que nos cueste.

 

Víctimas sin número
Debe investigarse y explicarse a satisfacción de la opinión pública el motivo por el que Sinaloa quedó fuera de la metodología para conocer la cantidad real de decesos ocasionadas por el coronavirus. ¿A quién y para qué conviene el subregistro de muertes? ¿Qué se está ocultando y cuál es el ámbito de gobierno que esconde el exceso de mortalidad por la Covid-19? Resolverlo para no agregarle más sospechosismo a la borrosa visión de esta pesadilla.