Morena: un año de gobiernos municipales en Sinaloa

Vladimir Ramírez
05 noviembre 2019

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Este primero de noviembre se cumplió el primer año de gobierno en los ayuntamientos de Sinaloa, una valiosa oportunidad para reflexionar y realizar una especie de inventario del fenómeno democrático que han significado los nuevos gobiernos de la elección de 2018; un proceso que por su carácter histórico bien vale la pena analizar en sus diversos ámbitos, en abono a la democracia electoral y su utilidad social, cuando se toman decisiones en nombre de una mayoría ciudadana que eligió en ejercicio de su voluntad y deseo el cambio en la forma de gobernar.
El partido que sin duda representó con mayor contundencia a esa mayoría de electores que decidió por una opción distinta a los partidos tradicionales fue Morena, que ahora gobierna en siete ayuntamientos de nuestra entidad, entre los cuales se encuentran los municipios más grandes y la mayoría de la población sinaloense. Le siguen el PRI con ocho municipios, el PAS, PAN y Verde Ecologista con un ayuntamiento respectivamente.
A un año del ejercicio de gobierno, los encabezados por Morena han estado en la observación más acuciosa de los medios y la ciudadanía que se expresa en las redes sociales que, por razones un tanto obvias, se espera de estas administraciones los cambios reclamados por la ciudadanía al rechazar las otras opciones electorales. Sin embargo, el resultado ha sido muy distinto a lo esperado, pues el costo de la ruta de aprendizaje de los gobiernos de Morena, sobre todo en los más importantes como Ahome, Guasave, Culiacán y Mazatlán, ha cobrado factura política, con un costo social que de nuevo va con cargo al presupuesto y al desperdicio de tiempo mientras se aprende y se entiende a la cosa pública y se aprende del quehacer en la administración municipal.
El ensayista y profesor universitario Benjamín Fernández Bogado, de origen paraguayo, nos comparte en uno de sus escritos titulados “Ganar sin saber para qué”, que una de las cuestiones que domina la acción política es la ausencia de una racionalidad conducente hacia un buen gobierno. Nos ofrece una mirada desde la experiencia de las llamadas transiciones a la democracia en países sudamericanos, en la que afirma que existe un claro divorcio entre la administración del poder y el poder mismo, una situación que se agudiza cuando, luego del triunfo, comienzan aparecer los reclamos concretos a la administración de los intereses públicos.
Algo muy parecido sucede en nuestra práctica local cuando quienes encabezan los nuevos gobiernos, se ven en la inexplorada y compleja disyuntiva de dirigir y hacer funcionar el aparato administrativo y político de los ayuntamientos. Ante ello, es común observar, continúa Fernández Bogado, cómo el líder político y su equipo buscan por todos los medios ganar tiempo, culpar de todos los males al gobierno que derrotaron mientras comienzan a pensar en acciones efectivistas que tengan un gran impacto sobre la base popular cuya frustración y enojo son, al final, los que les han puesto en el poder.
Desafortunadamente esta es una realidad que se repite en Sinaloa, resultado de actores políticos que al formar parte de las voces opositoras que enarbolaron demandas ciudadanas y representaron de alguna manera, esa parte contestataria que reunió el hartazgo y los reclamos de una sociedad que votó indiscriminadamente por todos los candidatos del partido que hoy gobierna en el país, quienes asumieron el mando de los ayuntamientos de Morena, no traían consigo el saber y el oficio que pudiera responder a la necesidades técnicas y políticas que los ayuntamientos necesitan para gobernar y dar solución a la demanda ciudadana.
Como resultado visible, poco o casi nada ha cambiado en el ejercicio político de los gobiernos de Morena, por el contrario, algunas prácticas del considerado anterior régimen político, persisten, a veces con un mayor énfasis, sólo que con características de una muy notable inexperiencia y que en la práctica de este primer año representa un verdadero lastre para la administración pública de los ayuntamientos.
Tales circunstancias a un año de tener el control, o descontrol, de estos gobiernos municipales, dan inicio a una suerte de experimento todavía más desafortunado que los anteriores gobiernos, pues se gesta un absurdo conflicto entre los requerimientos técnicos de una administración y la visión neófita de la nueva clase política gobernante, tiempo que consume las posibilidades de una mejor gestión gubernamental, actual situación que ratifica en los hechos la frase de que “una cosa es llegar al poder y otra administrarlo”. Como afirma Fernández Bogado, se reafirma el discurso populista a través de mensajes como “sigan conmigo que con ustedes gobernaré” o declaraciones como las del Alcalde de Culiacán, Estrada Ferreiro, que continuamente justifica que su decisiones y posturas como Presidente municipal no buscan la reelección, por lo que se entiende que no le importa si complace a la ciudadanía o cumple sus promesas de un gobierno diferente, pues no requiere de la aceptación de nadie que no sea él mismo y su idea de ejercer autoridad.
Sobre estos fenómenos de las democracias en transición en América latina, el politólogo Norbert Lechner sostiene en términos científicos que nuestras democracias han estado marcadas por el ejercicio contradictorio de la democracia como medio y el desarrollo social como finalidad. Afirma que la debilidad de la democracia, la tendencia del caudillismo que envuelve soluciones cesaristas, tiene que ver con esa mixtura y sus consecuencias. Entre ellas la precariedad de los partidos y los grupos intermedios, la debilidad de los elementos culturales sobre los cuales debe basarse la racionalidad de la acción social.
Estas aseveraciones son resultado de una investigación realizada en la década de los 80 del Siglo 20, lo cual nos da una idea del retraso al que nos enfrentamos como sociedades locales en Sinaloa. A más de tres décadas de distancia, aún persisten estos fenómenos sociales y políticos en los gobiernos municipales en Sinaloa, particularmente en los del partido de Morena, constatan que han fracaso en su ofrecimiento de ofrecer una solución esperada al problema de resignificar la democracia.
Más allá del entendimiento que fundamenta a la democracia política como una competencia por el poder y no una que transcienda elecciones y se concrete en un proyecto de gobierno, se requiere enfatizar la democracia como sociabilidad política, que vincule y posibilite la deliberación racional de las instituciones en los gobiernos municipales y a la vez propicie la participación ciudadana para dar respuesta a las demandas sociales, culturales, políticas y económicas de la población en los municipios, una demanda que por más de cien años en nuestro país, se ha esperado de los gobiernos municipales.
Los retos y dificultades en las administraciones municipales por muchos años han estado localizados, las deficiencias de la administración pública, la falta de planeación o aplicación de lo planeado, el uso irresponsable de los recursos financieros, el combate a la corrupción, la casi nula profesionalización del personal, el fortalecimiento de las instituciones del servicio público y la escasa participación democrática de los cabildos, por mencionar sólo algunas fallas históricas de los ayuntamientos; ya existían, y sin embargo lo lamentable de esta aparente transición de régimen político en los llamados gobiernos de la cuarta transformación ha resultado ser una gran decepción. La razón más evidente es que no están preparados para gobernar el cambio prometido y a un año de haber iniciado su gestión los resultados han sido decepcionantes y se advierte un futuro nada prometedor.