Mezquindad propiciatoria

Jesús Silva-Herzog Márquez
19 diciembre 2022

Una capa metálica en la ventana de su coche le salvó la vida a Ciro Gómez Leyva. El blindaje detuvo la muerte. A unos centímetros de su cabeza, los proyectiles asesinos. ¿A dónde hemos llegado? La muerte ronda el periodismo en todas sus órbitas. No es el riesgo que corren los reporteros que trabajan en las zonas capturadas por el crimen. Es el peligro que corren los periodistas más visibles, más reconocidos, más poderosos. Un periodista profesional y respetado estuvo a punto de morir en la capital del país. Imposible saber quién buscaba su muerte. El hecho es que los criminales pudieron detener su paso y rociar su coche con plomo sabiendo que corrían poco riesgo. En nuestro país es más peligroso investigar un asesinato que cometerlo. La impunidad cobija y estimula al crimen.

En el blindaje de su coche, Ciro Gómez Leyva tuvo la protección que el Estado no le ha dado a tantos otros periodistas que han muerto por buscar y difundir la verdad. Agresión que no es solamente violencia contra una persona sino contra toda una comunidad que quiere conocer lo que sucede. Un golpe que atemoriza a todos. ¿Quién sigue? ¿Hay condiciones para permanecer en la labor? Si el periodismo es oficio de altísimo riesgo en México es porque se mueve entre la intimidación del crimen y la hostilidad del poder. La barbarie de unos y la agresión de otros. Ante el atentado que ha cimbrado al país y, en particular a la comunidad periodística, el Presidente no encuentra forma de empatía creíble. Apenas dedica un par de minutos de su perorata diaria a condenar el hecho para retomar de inmediato la agresividad de siempre. Tras el atentado al periodista, repite que la prensa es enemiga del pueblo, cómplice de ladrones, esa mafia que debe ser vencida. ¿No era acaso ésta la ocasión para detener la agresividad contra la prensa? ¿No aconsejaba la sensibilidad más elemental el cambio de tono en el trato con periodistas críticos, tras el intento brutal de terminar con la vida de un profesional de altísimo reconocimiento?

La mezquindad es la marca de la presidencia de López Obrador. El humanismo que predica es la carencia más profunda de sensibilidad humana. Es el trato de toda persona concreta como instrumento de su vanidad. Es odio enfermo y obsesivo por sus adversarios, es trato vejatorio a sus aliados, es fijación en un pasado que no puede superar. Ante el aviso de las masacres, una carcajada. El Presidente de México ríe públicamente ante la muerte de mexicanos, si ésta es registrada por la prensa enemiga. Ante el reclamo de las víctimas que quieren ser escuchadas, el desprecio de quien considera indigno del decoro presidencial el encontrar a los dolientes. Hay tiempo para cualquier frivolidad, no para escuchar a las víctimas. Ante el cadáver de un camarada, la arremetida contra sus enemigos personales. Frente a la viuda y los huérfanos, otro homenaje a sí mismo. Y ante el atentado a Ciro Gómez Leyva, tres palabras de cajón y, de nuevo, a la agresividad de siempre.

Un hombre mezquino gobierna México. Apunta su odio a los insolentes que se apartan de su cuento. Los periodistas, los intelectuales cargan el mayor peso de su inquina. Desde la máxima tribuna del país evade el debate para dedicarse al insulto. No ofrece información distinta, no aporta argumento contrario, se lanza a la descalificación moral del crítico. Los periodistas independientes son pillos, son corruptos, son cómplices de las peores atrocidades. Son, dijo la víspera del atentado, nocivos para la salud. La mezquindad presidencial no es solamente una mancha anímica del demagogo de los sermones. Es irresponsabilidad criminal. Por una parte, es indolencia frente al crimen que deja al país en la indefensión. Ofreciendo abrazo a los delincuentes, la violencia sigue extendiéndose en el país. La impunidad reinante invita al crimen. Por la otra parte, esa mezquindad ha hecho de toda actividad independiente un asunto de alto riesgo. Nunca se había sentido el miedo que se siente hoy ante la brutalidad del crimen y la agresividad del poder. La expresión de odio presidencial hace de sus enemigos blanco de cualquier tipo de ataques. Diseminando el odio desde la tribuna del Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador ha minado el espacio público. Su mezquindad propicia la violencia.