Metáfora y conocimiento
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@oscardelaborbol
SinEmbargo. MX
Existen objetos y personas que están bien asentados en el mundo, sus bases son anchas y firmes. A este grupo pertenecen los cubos y los abogados: se plantan tranquilamente sobre el piso y no se mueven, salvo que una fuerza mayor que su peso los empuje. Otros, como las esferas o los poetas, al tener tan sólo un punto de contacto con la tierra, pierden su estabilidad con el más leve impulso, y su propia masa es la que los hace caer o girar.
Armar relaciones entre grupos tan dispares: los sólidos geométricos y las personas según su oficio, permite construir metáforas que poseen alguna dosis de conocimiento o, por lo menos, destacar las características comunes y, gracias a ello, efectuar una clasificación: hay sujetos estables como los cubos y sujetos inestables como las esferas. Exprimiendo estas analogías se pueden obtener innumerables determinaciones. Por ejemplo, como la esfera se define por la equidistancia de cualquier punto de su superficie respecto del centro, esto facilita aventurar que las esferas son tan egocéntricas como los poetas o viceversa; y, de igual manera, las seis caras que le pueden servir de base al cubo son como la multiplicidad de principios sobre los que puede apoyarse un abogado. (Conozco abogados que no son del estilo de Groucho Marx, quien decía: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”, y para quienes no sería justa la analogía que he destacado).
Lo interesante del asunto es la riqueza que puede obtenerse de la relación analógica, pues el número de vínculos posibles es enorme: el rodar de las esferas es lo que explica el constante irse de los poetas, o la base ancha del cubo vuelve comprensible por qué los abogados siempre caen parados…
Al comparar una cosa con otra (siendo de índoles tan diferentes) la analogía arroja un destello de luz que persuade; no argumenta pero convence, nos hacer ver ese ángulo y lo establece como verdadero para nosotros. He aquí el misterio y el poder de la retórica.
También las disciplinas, cuyos objetos de estudio escapan a la percepción, usan este tipo de metáforas para hacer concebibles sus propuestas, y esas metáforas no solo ofrecen un soporte visual, sino que son usadas para avanzar en el desciframiento del asunto. Por ejemplo, en el campo de la psicología, los conductistas ofrecen la metáfora “caja negra” para referirse a la vida psíquica que no puede ser observada como lo son el estímulo y la conducta que, precisamente, son en los que esta corriente se centra. Al conductismo le importa observar lo que entra y lo que sale: los estímulos y las respuestas. En cambio, cuando la metáfora es otra, por ejemplo: el inconsciente, los modelos para explicar la vida psíquica son muy diferentes. Es curioso que hasta la misma expresión “vida psíquica” sea una metáfora.
El uso no solo ilustrativo de la metáfora, sino su potencial para extraer conocimientos se da en campos tan rigurosos como la astrofísica; en una rama de esta ciencia: la cosmología física se usan metáforas que nos suenan a conceptos pero que son estrictamente analogías: “universo inflacionario” para explicar los momentos de expansión acelerada del universo, y el concepto fundamental: el Big Bang, es obvia y literalmente una metáfora: la analogía entre una serie de cálculos y el reventar de un cohete.
Quizá no sea del todo ocioso ni improductivo pensar con analogías, o sea, relacionar órdenes diversos, tales como: si fuéramos figuras geométricas ¿cual seríamos?; o si fuéramos animales ¿qué animal seríamos?, pues al forzarnos a establecer estas relaciones algo captamos de la naturaleza de las cosas. Así, más allá de su importancia retórica, la metáfora tiene un valor epistemológico.