Más allá de las diferencias

Óscar García
02 octubre 2020

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Muchas veces me he preguntado si realmente los seres humanos hacemos consciencia del poder que tienen las palabras que emitimos en una conversación.

En mi labor de formador de grupos de alto desempeño es muy común encontrarme con los comportamientos poco responsables de los supuestos líderes designados para dirigir los destinos de una organización.

Casualmente, hace pocos días, durante la impartición de un taller de intervenciones positivas me sucedió algo muy curioso. En el momento justo de reconocer y valorar los aprendizajes del primer día, después de escuchar declaraciones emotivas y de gran significado de cada participante, interviene el líder natural del equipo en entrenamiento quien, con palabras seleccionadas y pronunciadas con un toque de soberbia, descalificó todo los que sus más de 15 colaboradores valoraban en exceso. ¿Cuáles fueron esas palabras?: “Exceso de cursilería positiva no me sirve, aquí nos miden por el dinero que generamos, eso nos da bonos, ¿para qué me sirven las gracias si no gano un buen bono?”.

Si en su discurso de “sabelotodo” se hubiera regalado el permiso de ver el gesto de sus colaboradores a través de la retícula de la plataforma, quizás tuviera la oportunidad de iniciar un proceso de indagación donde busque respuestas honestas a preguntas tales como: ¿Es para todos lo más importante un buen bono? ¿Por qué, a pesar del buen bono, se ha incrementado en más de 10 puntos porcentuales la rotación de personal? ¿Qué llevó a la empresa a invertir en un taller que promueve la comunicación y el trabajo colaborativo, en lugar de subir el importe del bono?

Si el líder aplicara el primer paso de la escucha activa, que es callarse y poner todos los sentidos en la conversación, pudiera de forma consciente reconocer el poder de “hablar de forma responsable”, aprendería a distinguir esa tremenda habilidad que tenemos los seres humanos de tomar consciencia sobre las palabras que forman parte de nuestras conversaciones y así, aportar más en ese futuro que anhelamos con tantas fuerzas.

Es un hecho que los grandes líderes saben que las palabras tienen el poder de resolver problemas, tienen el poder de emocionarnos, qué mejor ejemplo que cuando leemos un libro que nos gusta, o el mensaje gratificante que viene de una persona importante para nosotros. Desde algo tan sencillo, es demostrable que las palabras provocan emociones y sentimientos tan contagiosos como cualquier virus. ¿Es hablar de cursilería lo que serias investigaciones científicas nos demuestran?

¿Qué pasa cuando esas palabras se aplican en los miembros de un equipo? Aceptando que cada persona tiene su propio estilo y formas de reaccionar y dar valor a los planes de acción, políticas y normas establecidas, la labor de un buen en líder es llevar a su equipo al logro de un objetivo común (compromisos de la empresa) más allá de las diferencias.

En teorías del comportamiento humano en las que se presentan estilos de liderazgo, observamos un reconocimiento extenso a que las diferencias existen y son las generadoras de problemas para la cooperación y el correcto trabajo en equipo (me gusta más decir, colaborativo). Lograr los resultados como equipo demanda que los integrantes se coordinen y trabajen en la misma dirección, para lo cual no es suficiente en la mayoría de las ocasiones el estímulo de un buen bono (claro que ayuda, pero no es suficiente). Un buen líder debe aceptar el reto de la cohesión y coordinación de acciones, a través de directrices que no impliquen imponer sino convencer, y ahí nuevamente las palabras cuentan y mucho.

Regreso al aquí y al ahora, con una observación importante. Al hacer las actividades del segundo día del taller, en una dinámica de “cocina” (actividad de regalar ingredientes emocionales a otra persona) un 90 por ciento del grupo describió a su líder como: “Una persona muy buena gente, pero le gusta imponer su ley. Al final es más buena gente de lo que parece y tiene muchos valores”.

La reflexión del segundo día fue intensa por el líder en cuestión: “Hoy me di cuenta de que las palabras cuentan, aunque sean dichas en plan de broma. Creo que esto que aprendí ya no me suena tan cursi”.

Y a ti, ¿decir gracias te suena cursi? Te invito a seguirme a través de mi página @LicOscarGarciaCoach.