Más allá de la máscara humanitaria de la filantropía

Pablo Ayala Enríquez
18 enero 2020

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pabloayala2070@gmail.com

Durante muchos años, la palabra filantropía me generó urticaria. Ni su raíz etimológica lograba disipar mis suspicacias, porque mis prejuicios no eran del todo infundados. Semana tras semana me topaba con escándalos donde empresas tramposas intentaban lavarse la cara haciendo obras de caridad. Salida cínica e indecorosa empleada por esos que Slavoj Zizec llamó “los comunistas liberales”, los mismos que aseguran es posible “tener la tarta global capitalista (prosperar como empresarios con beneficios) y a la vez comérnosla (apoyar las causas anticapitalistas de responsabilidad social, ecologistas, etc.)”.

Los comunistas liberales, continúa Zizec, “son los sospechosos de siempre: Bill Gates y George Soros, los CEOs de Google, IBM, Intel, eBay, así como filósofos del corte de Thomas Friedman. Lo interesante de la ideología de este grupo es que se está volviendo indistinguible de la de Antonio Negri, quien alaba el capitalismo digital posmoderno, el cual, dice, se está convirtiendo en algo imposible de distinguir del comunismo”.

Esta forma de “capitalismo sin fricción” ha sido conducido por aquellos que, desde la dirección de grandes corporaciones, piensan que es posible reconciliar el libre mercado con la responsabilidad social. Sin embargo, dada su procedencia de cuna y formación, como señala Zizec, “odian la ideología. [Afirman que] No hay una clase trabajadora única y explotada hoy, tan solo problemas concretos que hay que resolver como el hambre en África, la situación de las mujeres musulmanas o la violencia religiosa fundamentalista. Cuando hay una crisis humanitaria en África (los comunistas liberales aman las crisis humanitarias ¡sacan lo mejor de ellos!), en lugar de emplear una retórica antiimperialista, consideran que deberíamos analizar qué es lo que realmente resuelve el problema: ‘contratar” a la gente, a los gobiernos y a los negocios dirigiéndolos hacia una empresa común, aproximarse a las crisis de formas creativas y no convencionales”.

Además, dice nuestro autor, los comunistas liberales “se ven a sí mismos como ciudadanos del mundo; gente buena que se preocupa. Ven las ‘causas profundas’ de los problemas de hoy [...], su objetivo es cambiar el mundo (y de paso ganar más dinero). El truco es que para poder dárselo a la comunidad primero hay que tomarlo (o como ellos dicen, crearlo), tienes que tener los medios para hacerlo. [...] Así que, si el Estado quiere regular sus negocios o ponerles demasiados impuestos, está socavando su objetivo oficial (hacer mejor la vida para la gran mayoría). Esto es lo que hace la figura de Soros [por ejemplo] tan éticamente problemática. Su rutina diaria es una mentira personificada: la mitad de su tiempo lo dedica a especulaciones financieras y la otra mitad a actividades humanitarias (financiando actividades culturales y democráticas en los países poscomunistas...) que combaten los efectos de sus propias especulaciones. De forma parecida, las dos caras de Gates: un cruel hombre de negocios que destruye o compra a sus competidores y busca un monopolio virtual, usando todas las trampas posibles para sus propósitos y el mayor filántropo en la historia”.

La contradicción de la supuesta ética del comunismo liberal, maliciosamente, se esconde tras una máscara humanitaria, la misma que trata de cubrir una perversión que Slavoj Zizec sintetiza perfectamente: “la persecución despiadada de la ganancia se contrarresta a través de la caridad”; o dicho, en otros términos, los comunistas liberales dan con una mano lo que quitan con la otra.

Al ser esta la lógica desde la cual se pone en marcha la gran mayoría de los promotores de causas filantrópicas, la noción no generaba en mí ninguna resonancia; por el contrario. Sin embargo, la vida como es, empeñada en darnos lecciones, me puso en un camino que agradezco. Un whats up de la mano de mi jefa me puso en marcha para tratar de darle un palo a mis prejuicios y resignificar el término.

Vista desde su raíz etimológica, la filantropía está configurada por dos palabras: filos, que significa amor, y antrhopos, que quiere decir hombre, con lo cual filantropía en la Grecia antigua significaba amor por la persona. En la época moderna, la noción se extendió de la persona a la humanidad. Los diccionarios la entienden como la “tendencia a procurar el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa del interés propio”, el “amor por la especie humana y a todo lo que la humanidad respecta, expresada en la ayuda desinteresada a los demás” o “el interés de ayudar a otros y mejorar sus vidas, sin que haya un interés económico de por medio”.

La filantropía difiere de la caridad porque esta alivia y aplaca los problemas sociales, sin pretender resolverlos definitivamente. Por eso la filantropía de los comunistas liberales es una forma de caridad, en donde de lo que se trata es de serenar los dolores de los males sociales que genera la rapacidad de muchos negocios. La caridad calma el dolor derivado de la precariedad, pero nunca la elimina. Es parte del negocio.

¿Esto significa que la filantropía es sinónimo de un vaso medio vacío? ¿Tiene que ser necesariamente perversa? ¿Hay forma de que el autointerés que mueve a la filantropía sea eso, y no burdo egoísmo? Por fortuna, no estamos ante un término éticamente vacío, de ahí que es posible encontrar muchas posibilidades. La universidad es un buen ejemplo de ello.
Tanto la universidad pública como privada atraviesan por un momento de inestabilidad y fragilidad económica. Por muchas razones las fuentes tradicionales de financiamiento se han visto drásticamente reducidas, imposibilitando llevar a puerto dos de sus funciones sustantivas: la investigación y la docencia. Los fondos gubernamentales destinados a la investigación científica han bajado en más de un 50 por ciento y los empresariales solo se liberan cuando la investigación se dirige al mejoramiento de la productividad y el aumento de la rentabilidad. De igual forma, los recursos para becar estudiantes de excelencia se han visto reducidos quedando muchos jóvenes al margen de la educación universitaria.

Con este telón de fondo, la filantropía puede generar un efecto radial muy positivo desde un círculo virtuoso en el que empresarios, gobierno, altruistas independientes y egresados de las universidades encaucen su generosidad en proyectos que la universidad podría poner en marcha para dar solución a muchos de los problemas que nos aquejan (los cuales, muchas veces, son hechura de las mismas empresas).

Así, por ejemplo, un centro para la filantropía podría encaminar sus esfuerzos hacia tres objetivos eje: 1) crear valor social mediante la generación de iniciativas académicas y de investigación que contribuyan a la resolución de problemas sociales urgentes; 2) contribuir a reducir las brechas de desigualdad y revitalizar las bases de la justicia social; y, 3) despertar y difundir la solidaridad entre la comunidad universitaria.

Un centro de este tipo podría ser un nodo de relaciones entre todos los actores próximos a la universidad que, de manera desinteresada, desean dar algo a los demás y que podría canalizarse a través de investigaciones con impacto social, experiencias formativas que desde las aulas ayuden a resolver problemas humanos como son la recuperación de espacios públicos, la restauración y mantenimiento del patrimonio cultural, el fortalecimiento del capital social en comunidades rotas y un largo etcétera que, organizado desde una lógica prudencial, es decir, ética, podría darle la vuelta a los despropósitos de la filantropía mezquina que se esconde tras la máscara humanista del comunismo liberal.